DESDE MI MUNDO

  • Por Carlos Mariano Nin
  • Columnista

Podríamos intentar hacer del mundo un lugar mejor respetando las opiniones ajenas sin que ello signifique que estemos de acuerdo con ellas. Es el respeto lo que nos hace mejores personas. “Una de las formas más sinceras de respeto es escuchar lo que otros tienen que decir”, Bryant H. McGill.

De debates vacíos están repletas las redes. Son zonas liberadas donde atacar sin límites las vuelve peligrosas. Peligrosas porque una mentira o una intimidad se puede volver en tu contra con total impunidad… y eso no es bueno. Es un síntoma de los nuevos tiempos.

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El otro es que desde hace algún tiempo dar cátedras ya no es solo de expertos ni entendidos. Ni siquiera es cosa de especialistas, analistas o estudiosos. Hoy todos lo podemos hacer, claro, dentro de nuestras propias limitaciones. Hay que reconocerlo.

Así en las redes por estas fechas abundan los analistas políticos, que sin ser politólogos debaten sobre los colores, olvidando a los políticos ladrones que nos sacan hasta la esperanza, dan clases de cómo gobernar o manejar instituciones que jamás pisaron ni van a pisar.

Son personas que se sientan sobre un teclado como si lo hicieran frente a un escritorio para definir lo que se debería hacer sin aportar un grano de arena. De lejos nomás. También hay expertos urbanistas, nutricionistas y hasta climatólogos.

Me enteré por ellos, por ejemplo, que la tierra está siendo absorbida por el sol, por eso hace tanto calor, y no porque perdimos el respeto por la naturaleza como si fuésemos dioses que no necesitamos de un equilibrio. Estos “todólogos” pueden explayarse casi sobre cualquier tema con total propiedad y lo hacen para un público masivo, que, según su poder de comprensión, dan como ciertas o falsas sus exposiciones. Y lo más peligroso es que los tenemos al alcance de un teléfono.

Eso sin entrar a hablar sobre los expertos que en estas vacaciones critican cuanta foto ven en las redes.

No digo que esté mal, ni que sea incorrecto hacerlo. Siempre digo que el debate nos ayuda a crecer como ciudadanía, pero el debate inteligente y bien fundamentado. Una discusión que se aleje de los fanatismos, los colores y la incoherencia. Hoy todo es vago, superfluo y dudoso.

Las discusiones cambian según los intereses y las verdades tienen sus propios propietarios. Hoy todo es ajustado a nuestro criterio y quienes piensen diferente se convierten en nuestros enemigos y se busca con comentarios ofensivos y maliciosos la manera de desacreditarlos.

En un tiempo convulsionado como el que vivimos debemos cuidarnos de una nueva y peligrosa raza. Hoy los analistas de mentira invaden las redes. Y la promocionada empatía es una utopía perdida en los confines del universo. Pero sin dudas… esa es otra historia.

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