• POR MIGUEL ÁNGEL VELÁZQUEZ
  • Dr. Mime

Arrancar mi columna semanal con una letra de Maná y Shakira no es común pero tampoco casualidad. Digamos que me viene como anillo al dedo porque hoy la columna habla de eso, de la men­tira. Según expertos, la mentira cumple una función adaptativa, es decir, que tiene impor­tancia para el desarrollo de las personas. No es de extrañar que, estudios mediante, hoy sepamos que todas las personas del mundo (si, todas, incluso el Papa o tu abuelita santa) expresamos de una a dos mentiras cada día. Algunos científicos consideran que ha sido la evolución la que a través del engaño incons­ciente ha permitido al individuo sobrevivir. Citan como ejemplo el caso de los chimpan­cés, que ocultan objetos, se muestran amables y engañan a sus cuidadores o a otros chimpan­cés con el objetivo de lograr supervivencia, sexo e, incluso, diversión.

Ahora... ¿el cerebro miente para sobrevivir o es algo innato, tanto que no podríamos con­siderarla como algo malo? Si vemos lo que sucede en el neocórtex, la parte más desa­rrollada del cerebro humano, la que nos da el razonamiento, la moral, la enseñanza, el con­cepto de leyes... bah, lo que nos hace humanos, evolucionó a la velocidad de un bólido, siendo capaz de controlar a las porciones emocio­nal (el cerebro límbico) y, en cierta medida, a la instintiva (el cerebro reptiliano). Igual­mente, razona, interpreta, descifra, asocia ideas, crea hipótesis de acción, genera pen­samientos, crea soluciones y, dentro de esa vorágine de acciones, se convierte en el arma más potente de la mentira: la genera, la crea, la mantiene y la perfecciona. Cuando la per­sona miente hay un aumento en la actividad cortical de los lóbulos frontal y temporal y del sistema límbico.

Pero, ojo, no nos sale gratis. La mentira se puede manifestar fisiológicamente por aumento de la presión arterial, la frecuen­cia cardiaca y respiratoria y la sudoración de la piel. Este incremento de la actividad cere­bral es, a la vez, un estímulo para desplegar más interconexiones neuronales que contri­buyen a expandir la inteligencia. Cuando se miente interesadamente, la amígdala produce una sensación negativa que limita el grado de las mentiras. No obstante, esta respuesta se reduce a medida que se continúa mintiendo, aumentando la escala de los engaños; esto con­duce a una espiral desde los pequeños actos de falta de sinceridad hasta una vida llena de ilusiones y autoengaños. Lo que todavía no se sabe es si esta respuesta de la amígdala es innata o nace del aprendizaje como una adap­tación del organismo humano. Perdón por darle tantas vueltas, pero lo digo ahora sin tanta rimbombancia: la mentira nos hace más creativos. OJO: creativos no significa inteli­gentes. Ya se los explico.

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En el cerebro humano (así como en el de otros animales como los primates), existen unas células de las cuales hablé en alguna entrega de esta columna: las neuronas espejo. Estas son fundamentales para las acciones de imi­tación y para las interacciones con los demás, incluso fundamentales para el desarrollo del lenguaje. Gracias a ellas el cerebro entiende lo que ve y lo que ve determina lo que siente y es posible que la imitación funcione en ambos sentidos, positivamente (lo que considera­mos cierto o bueno) o negativamente (recu­rriendo a la mentira), es decir, más de acuerdo a lo que haga la sociedad que a lo que ella diga. Es por eso que, en esta época de campañas políticas donde se miente descaradamente dañando sin ningún sonrojo a otras perso­nas, los frontales de muchos paraguayos (no de bien, dicho sea de paso) estarán activando sus redes de la mentira con una asombrosa rapidez. Ya lo dice la misma música de Sha­kira y Maná: “hay doctrinas y oradores que gobiernan sin piedad, hay mentiras en los diarios, en las redes, en la radio”... y así nos va.

Si bien les dije que mentir nos hace más crea­tivos, también la mentira sistemática reduce nuestra capacidad cognitiva, simplemente porque acarrea consecuencias emocionales como el rechazo o el descreimiento que des­gastan el sentimiento de las personas, cau­sando estrés. Y ya me leyeron innumerables veces diciéndoles que el estrés es el peor ene­migo del cerebro.

Cuando nos mienten, no tenemos que quedar­nos solo con lo superficial sino que hay que acu­dir a la esencia: ¿cuál es la causa por la que nos mienten? O sea, hay que mirar el porqué está ocurriendo esto. Si mentimos lo hacemos fun­damentalmente por evitar un castigo o para aprovechar una oportunidad. Pero detrás de esto está la ética personal de cada uno. Aun­que eso ya es “harina de otro costado” como dijo alguna vez un “gran pensador” autóctono. Está demostrado que los individuos que más mienten son los narcisistas, aquellos que tie­nen altos rasgos de psicopatía, los deshones­tos y los egoístas que solo buscan su propio beneficio. Cuando sus mentiras son frecuen­tes los tornan inseguros y con altos niveles de ansiedad. Cualquier parecido con la realidad que vivimos a diario leyendo algunos diarios, viendo algunos canales, escuchando algunas radios o hartándonos del parafraseo de algu­nos políticos, no es culpa de esta columna. Simplemente, estamos DE LA CABEZA. Y espero que se nos pase el 1 de mayo. Nos lee­mos en siete días.

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