- Por el Hno. Mariosvaldo Florentino
- Capuchino.
“Dijo Jesús: ‘Esto estaba escrito: los sufrimientos de Cristo, su resurrección...’de entre los muertos al tercer día y la predicación que ha de hacerse en su Nombre a todas las naciones, comenzando por Jerusalén, invitándoles a que se conviertan y sean perdonados de sus pecados. Y ustedes son testigos de todo esto” Lc 24, 46-48.
Queridos hermanos, estamos en el tercer domingo de la gran Fiesta de la Pascua y una vez más Cristo resucitado se presenta en nuestras vidas y nos invita a ser testigos de su resurrección.
La resurrección de Cristo era una novedad tan grande para los apóstoles, que al inicio era muy difícil para ellos creer. Aunque el propio Jesús les había intentado preparar, de igual modo era una cosa tan extraordinaria que les parecía un sueño, una fantasía. Fueron necesarias varias apariciones de Jesús y también la ayuda del Espíritu Santo para que los discípulos pudiesen abrir los ojos de la fe y descubrir en la vida particular de cada uno, así como en la comunidad, la fuerza vivificante de esta novedad: la muerte fue vencida.
Pero Jesús fue paciente con ellos. Se presentaba a los apóstoles, les mostraba las manos y el costado, les hablaba de las profecías en las escrituras, compartía en la mesa con ellos... y así despacito, lo que al inicio era un miedo, se transformaba en una contagiante alegría, e iba creando raíces. Los apóstoles empezaron a entender la grandeza de lo que significaba la resurrección de Cristo y también sus consecuencias en sus vidas. Muchas cosas estaban cambiando en sus ideas y proyectos, pues aquel hombre que el mundo creía haber derrotado en la cruz, ahora gozaba de una vida nueva y muy superior a la anterior, pues ya nada le podía hacer mal. El que parecía derrotado, era en verdad el único victorioso.
Su resurrección hacía que cada palabra que él había antes pronunciado ahora recibiera un nuevo valor. Con su resurrección, por ejemplo: “Amar a los enemigos” encontraba su real sentido, no era un consejo ingenuo, pero sí el camino justo para la victoria, así como el perdón, la caridad, la amistad, la fidelidad.
Es por eso que los apóstoles en la medida que entendían lo que realmente sucedió con Jesús se trasformaban en sus testigos, sin miedo ni cuidados, pues habían entendido que por la cruz pasaba la victoria sobre el mal, y si alguien los amenazaba, al final, solo les confirmaba en el camino.
Infelizmente hoy son pocos los que meditan en el significado de la resurrección de Cristo y paralizados por el miedo no encuentran el modo de ser sus testigos. Dejemos al Señor entrar en nuestras vidas, dejémoslo hablar a nuestros corazones, para que también nosotros podamos dar testimonio de Él.
El Señor te bendiga y te guarde-
El Señor te haga brillar su rostro y tenga misericordia de ti.
El Señor vuelva su mirada cariñosa y te dé la PAZ.
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Jesús calma la tempestad
- Por Pastor Emilio Agüero Esgaib
Esta historia la encontramos en los evangelios de Mateo, Marcos y Lucas.
El contexto cronológico nos cuenta que, antes de este milagro de aquietar el mar, Jesús primero sana a un leproso (Mt 8:1-4), sana al siervo del centurión (5-13), sana a la suegra de Pedro (14-17) y también nos relata que una multitud lo seguía, en especial un fariseo que le dijo: “Te seguiré donde quiera que vayas” (8:19).
Marcos recibió esta historia de manera directa del apóstol Pedro, que fue testigo presencial de ella.
Jesús venía de hacer tres milagros de sanidad. Cuando subió al arca con sus discípulos, había ya dicho que pasarían al otro lado, o sea, ya anunció que llegarían a donde tenían que llegar (Mr 4:35), ese no es un dato menor.
El mar de Galilea es un mar muy peculiar. Se le conoce también como “La niña caprichosa” porque pasaba de la calma al escándalo en un instante. Pueden soplar repentinamente, desde el desierto, vientos fuertes que hacen que el mar, en minutos, pase de una quietud total a olas de tres metros de altura. La vida es así, un momento es suficiente para cambiar toda nuestra historia.
Un mar tempestuoso (así como circunstancias difíciles de la vida) te convence de que él tiene el control, no vos. Estás en su territorio, sin ningún control de la situación. Las complejidades de los problemas de la vida también nos convencen de ello.
Podemos ver también que había tres “climas” en ese momento. Estaba el clima de la tormenta exterior que azotaba la barca, el clima de la tormenta dentro de la barca (me refiero al estado de ánimo de los discípulos) y el clima de calma total o sosiego en el cual se encontraba Jesús: en medio de esas dos tormentas, dormía.
La tormenta externa nos habla de las circunstancias, y esas circunstancias pueden producir una tormenta en nuestro interior, como los apóstoles, o mucha calma, como Jesús. Lo que veo es que las circunstancias no deberían, necesariamente, determinar nuestra condición interior.
Lo que aún no puedo terminar de entender es cómo Jesús podría haber conciliado el sueño en ese momento. Olas, movimiento, agua, gritos y ¡él dormía! Tal vez estaba realmente exhausto. O tal vez habla de su privilegiada salud, o de una confianza total en Dios (el Salmo 4:8 dice: “En paz me acostaré y asimismo dormiré; porque solo tú, Jehová, me haces vivir confiado” y en Proverbios 3:24 leemos: “Cuando te acuestes, no tendrás temor, sino que te acostarás y tu sueño será grato”). Jesús mismo dijo en Juan 14:27: “La Paz os dejo, mi paz os doy; y no os la doy como el mundo la da, no se turbe vuestro corazón ni tenga miedo”.
Creo yo que el centro de la historia, y de donde podemos quitar el principio de la historia, está en Mateo 4:38: “¿No tiene cuidado de nosotros?”, en cuanto a la actitud y la visión humana, siempre reclamando, mirando solo lo que ven sus ojos físicos y en cuanto a la respuesta de Jesús: “¿Por qué teméis, hombres de poca fe?”. La falta de fe nos impide ver lo verdaderamente real; la falta de fe nos mantiene insatisfechos, temerosos, inseguros. La falta de fe hace que solo reclamemos; la falta de fe solo obedece a lo natural y a las circunstancias; la falta de fe es carnalidad, oídos espirituales sordos (no escucharon que Jesús, que hizo frente a sus ojos tres milagros poderosos, les dijo que irían a la otra costa).
Jesús estaba en la barca físicamente. La falta de fe no solo nos quita la capacidad de oír al maestro, sino que tampoco nos deja verlo. Él estaba ahí, pero su miedo les impedía siquiera pensar y creer que con Cristo dentro de la barca el viaje era seguro, sin importar todo lo que estuviera pasando allá afuera.
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“Jesús dijo a Simón: “Remad mar adentro, y echad las redes para pescar” Lc 5, 4-6
- Por el Hno. Mariosvaldo Florentino
- Capuchino.
Jesús en este evangelio participa en un momento muy especial de la vida de aquellos pobres pescadores. Ellos habían trabajado la noche toda y no habían pescado nada. Seguramente estaban cansados, tristes, frustrados y preocupados. ¡Toda una noche de fatiga! ¡Tanto esfuerzo en vano! Y para ellos la pesca no era un hobby, sino que era su fuente de vida. Cuando ellos ya estaban lavando las redes para después ir a sus casas con las manos vacías, Jesús les hace una propuesta: “Remad mar adentro, y echad las redes para pescar”.
De lo que podemos comprender a partir del texto, durante el día no era el tiempo propicio para la pesca. Ellos lo hacían siempre por la noche. Por eso, la indicación de Jesús parecía por lo menos una propuesta muy extraña. Y después ¿qué es lo que él podría entender de pesca? Ya que era un sencillo carpintero y para más de Nazaret, una ciudad lejana del mar.
Sin embargo, ellos ya habían escuchado sus palabras. De hecho, Jesús había predicado a toda la gente allí al borde del mar, sentado en la barca. Y como sabemos: la fe nace de la predicación.
Simón aún no conocía a Jesús, pero mientras lavaba las redes lo había escuchado. Seguramente en su corazón ya advertía que Jesús era mucho más que un solo carpintero, aunque él no había hecho ninguna señal milagrosa. Simón tenía ya algo que lo movía a hacer caso a Jesús. No eran los milagros, sino la fuerza de su palabra. Por eso, aunque expresa la contrariedad, acepta obedecer. “Maestro, hemos trabajado toda la noche sin pescar nada, pero, por tu palabra echaré las redes”.
Es interesante guardar los detalles: ellos están cansados y frustrados, trabajaron la noche toda y Jesús aún les pide para remar mar adentro. Pide para llevar la barca a la parte más profunda. Todos podemos comprender que después de la fatiga de la noche, de nuevo remar mar a dentro, es algo muy exigente. Y una vez llegados allá, deberían echar las redes, que ellos ya habían lavado. Es sin dudas un gran riesgo cumplir lo que Jesús les está pidiendo. Pueden de nuevo perder el viaje, y aun ensuciar nuevamente las redes. De hecho, escuchar a Jesús implica siempre un riesgo en nuestra vida.
Por otro lado, alguien podría preguntar ¿por qué Jesús no ordenó a los peces que vinieran allí cerca de la barca? Pues ya que estaba dispuesto a hacer un milagro, podría hacerlo así. La respuesta es simple: porque a toda donación de Dios corresponde un esfuerzo del hombre. Lo que Dios nos ofrece es siempre gracia y a la vez conquista. El Señor está dispuesto a hacer el milagro, pero los hombres deben estar dispuestos a remar hasta las aguas profundas y allí echar las redes. El milagro cristiano sucede cuando la gracia de Dios encuentra el hombre disponible a colocar su esfuerzo.
Extraño este modo de actuar de Dios. En la frustración, en el cansancio y en la tristeza, él pide que envés de huir del mar, de abandonarlo, que remen mar adentro, que vayan a la profundidad, pues es allí que él quiere manifestar su providencia, su presencia y su gracia. Tal vez sea por eso que tantas veces sentimos poco la presencia de Dios en nuestras vidas: pues en la crisis, en la dificultad, en la experiencia frustrante, queremos de pronto abandonar todo. Con mucha facilidad nos damos por vencidos. Sin embargo, Dios nos invita a remar mar adentro, a ir hacia lo profundo.
Ciertamente, si somos capaces de hacerlo, si somos capaces de correr este riesgo, si de hecho confiamos en su palabra, entonces daremos las condiciones para la intervención milagrosa de Dios. Él nos dará mucho más de lo que originalmente estamos esperando. “Así lo hicieron, y pescaron tantos peces que las redes estaban por romperse”.
El Señor te bendiga y te guarde,
el Señor te haga brillar su rostro y tenga misericordia de ti.
El Señor vuelva su mirada cariñosa y te dé la PAZ.
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“Ningún profeta es bien recibido en su patria”
- Por el Hno. Mariosvaldo Florentino
- Capuchino
Jesús estaba predicando en la sinagoga de su pueblo, donde las personas le conocían, donde estaban ciertamente sus parientes, sus vecinos, su amiga, sus compañeros ... y allí él percibió que, aunque había una cierta admiración hacia él, al mismo tiempo había una fuerte desconfianza. Aquellos que siempre lo vieron desde pequeñito no eran capaces de creer que él era el Mesías, enviado por Dios.
Este es un hecho muy real y común en nuestras vidas: no damos mucho valor a quienes tenemos muy cerca. “Ningún profeta es bien recibido en su patria”.
Por ejemplo, preferimos dar más valor a lo que dicen los extraños, de que a lo que dicen nuestros padres o personas cercanas. Creemos que son mejores las cosas importadas, y dejamos de lado lo que es hecho por nuestra gente. Valorizamos los talentos de los desconocidos, elogiamos su voz, reconocemos su inteligencia, su competencia, pero los talentos de las personas que están a nuestro alrededor muchas veces ni nos damos cuenta que existen.
¿Quién de nosotros ya no se sintió dejado de lado exactamente por aquellos que deberían ser los más cercanos? Pero ciertamente también todos nosotros ya hicimos la misma cosa con los demás. El problema es que cuando somos nosotros que despreciamos nuestros cercanos, ni nos damos cuenta; sin embargo, cuando sufrimos la indiferencia o el menosprecio de parte de ellos, entonces nos duele muchísimo, y nos creemos la gran víctima de la historia.
Tengo la impresión que, a la raíz de este problema, está nuestro egoísmo y nuestra inseguridad. Por lo general, las personas que nos son cercanas son percibidas por nosotros como una especie de amenaza, pues vivimos en una constante “secreta” competición. En el ambiente familiar, por ejemplo, los hijos buscan siempre conquistar su propio espacio, y por eso contradicen a los padres, y se rebelan... los padres quieren hacer valer su autoridad ciegamente pues, a veces, se sienten amenazados por los hijos que van creciendo, que se instruyen y en algunas cosas llegan a superarlos. Entre los esposos existe una cierta disputa para ver quién decide, quién paga, quién es el más amado, quién es el más importante. Entre los hermanos desde muy pequeñitos, con los celos, se empieza a disputar la atención, el cariño y cada uno intenta de todos los modos ser el predilecto. Lo mismo entre los compañeros de escuela, de trabajo, de asociación deportiva, del grupo de la iglesia y hasta entre amigos.
Esto se manifiesta, por ejemplo, en la facilidad que tenemos en reconocer los errores de los demás. Pueden hacer 100 cosas muy buenas, que ni nos damos cuenta, pero una que le salga mal ya nos salta a los ojos y hasta parece que nos hace bien decirlo, y parece que nos consuela y conforta el criticar los equívocos ajenos. Hacer un elogio a una persona con quien convivimos exige un alto grado de humildad y mucha madurez, pues significa colocar a la luz la capacidad del otro. Evitar de hacer una crítica exige también, una gran humildad y madurez, pues en general nuestra crítica no quiere tanto ayudar el otro a mejorar, sino que solamente puntualizar su equívoco. Queremos, en general, ensuciar la imagen de quien criticamos, pensando que así nosotros pareceremos mejores.
Tal vez hasta podamos pensar que esta competencia, aunque a veces muy sutil, sea un hecho verificable en todas las relaciones humanas cuando compartimos un espacio común. Hasta mismo, entre los discípulos de Jesús, hubo estos conflictos (Mc. 10, 35-41). Tener conciencia de esto nos ayuda, por un lado, a perdonar con mayor facilidad cuando lo sufrimos, y por otro, intentar frenarnos cuando nuestras críticas o nuestro desprecio nacen del miedo de reconocer en el otro, alguien que me supera en algo.
Para todos nosotros es mucho más fácil reconocer el bien, los valores, los talentos... en aquellos que están lejos de nosotros y no nos constituyen una amenaza. Aceptar un consejo, reconocer la razón, atender a las indicaciones, hacer un elogio a alguien con quien comparto la vida cotidiana es un gesto que exige adueñarse de sí mismo, y superar al menos en algún sentido, la tal competencia, para hacer crecer el espíritu de fraternidad.
Algo semejante sucedió con Jesús, después de proclamar su misión en su pueblo, la gente al principio estaba admirada, pero luego empezaron las críticas, las desconfianzas, el decir: “a este yo le conozco desde pequeñito ¿qué es lo que ahora nos quiere enseñar?” Y querían matar a Jesús, querían paralizarlo. Querían impedirlo de continuar su camino de crecimiento. Con todo, Jesús no se dejó vencer; al contrario, “pasando en medio de ellos, siguió su camino.”
También nosotros debemos aprender con Jesús cómo comportarnos delante de aquellos que nos quieren hacer el mal. Delante de aquellos que, con sus críticas o calumnias, movidos por los celos, la envidia, o la inseguridad, nos quieren llevar al barranco del desánimo, del odio, de la frustración para destrozarnos, debemos con serenidad y comprensión, perdonar y pasando entre ellos, seguir adelante como hizo Jesús. Y, sobre todo, evitar hacer lo mismo con los demás. Debemos estar siempre atentos, pues muchas veces, somos nosotros quienes buscamos conducir a nuestros hermanos, amigos y colegas... al barranco de la destrucción, a veces hasta disfrazados de quien quiere solo el bien.
El Señor te bendiga y te guarde.
El Señor te haga brillar su rostro y tenga misericordia de ti.
El Señor vuelva su mirada cariñosa y te dé la paz.
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“Y Jesús crecía en sabiduría, estatura y gracia delante de Dios y de los hombres” Lc 2, 52
- Por el Hno. Mariosvaldo Florentino
- Capuchino.
GOTAS DE PAZ - SAGRADA FAMILIA (C)
Hoy queremos con la Iglesia meditar sobre la Sagrada Familia de Nazaret, somos invitados a mirar atentamente a José, María y Jesús y buscar en ellos la fuerza para santificar también nuestras familias.
La familia es, sin dudas, el núcleo fundamental de toda la sociedad. Nos enseña la sociología que nosotros no nacemos humanos, sino que nos humanizamos, conforme entramos dentro de una cultura. Y es la familia que tiene la noble misión de humanizarnos. Cuando nacemos ni un nombre tenemos. Somos completamente indefensos, no tenemos hábitos alimentares, no hablamos, no conocemos gestos, no imaginamos qué cosa son los valores, no somos capaces de distinguir lo saludable de lo peligroso, esto es, necesitamos de una “escuela” que nos haga capaces de vivir en el mundo. Y esta “escuela” es naturalmente la familia.
Es la familia la que nos debe proteger y darnos condiciones de crecer. Es la familia que nos regala un lenguaje, y ¡qué fiesta! cuando se dice las primeras palabras. Es la familia que despacito, con mucha atención y tenacidad, debe capacitarnos a elegir entre el bien y el mal, hablándonos y corrigiéndonos. Es la familia que nos debe enseñar a amar a Dios y estar atento a su voluntad. Es la familia la que nos debe hacer amar los valores y refutar los errores, pues es en casa que aprendemos a ser honestos, trabajadores, serviciales, auténticos, sinceros...
Por todo lo que significa la familia, la grandeza de su misión, el mundo está buscando de todos los modos destruirla. Al mundo no le interesan personas bien formadas, capaces de decisión, que sepan la diferencia entre algo realmente bueno y una propaganda engañosa. El mundo, por sus intereses, desea personas frágiles, fáciles de ser manipuladas, confusas en sus opciones, y que no sepan bien la diferencia entre lo cierto y lo equivocado... y la mejor forma de llegar a este perfil es destruyendo la familia. Por eso con muchas telenovelas, con películas y con músicas, los medios de comunicación desde muchos años están bombardeando los hogares con nuevas teorías:
- el divorcio se transformó en la mejor alternativa cuando se encuentra alguna pequeña diferencia,
- los padres no deben tener autoridad sobre los hijos,
- la escuela es quien debe “educar”,
- la religión es algo que los hijos deben decidir cuando sean grandes,
- rezar en familia es ridículo,
- la fidelidad es una cosa romántica, pero ya fuera de moda,
- no existen más tradiciones familiares, lo importante es que cada uno se divierta y se sienta bien,
- la regla para todo es la comodidad, se hace lo que es más cómodo, no lo que es más justo...
y así nace una generación que “está como al diablo le gusta”, presa fácil de los inescrupulosos que mantienen el narcotráfico, la industria pornográfica, las marcas de la moda, los esquemas de corrupción, los promotores de un mundo desechable, en que hasta las personas tienen esta característica.
En la fuerza de la Navidad, nuestras familias cristianas son invitadas a resistir a este modelo deshumano que está degenerando la sociedad. Somos invitados a mirar atentamente a Jesús, María y José, la Sagrada Familia de Nazaret, y nadar contra la corriente, fundando hogares auténticos, verdaderamente formadores de hombres y mujeres capaces de ser humanos. Esto es posible, aunque difícil. Cada día más la fe nos exige una postura firme, de no dejarse llevar en la ola del mundo.
Si tú eres un padre, inspírate a san José. Si tú eres una madre, inspírate a María. Entra en su escuela, ayuda a tus hijos a crecer en sabiduría, en estatura y en gracia. Un hijo crece no solamente con comida y cosas materiales, pero principalmente con buen ejemplo, con ternura, con experiencia de fe, con autoridad que enseña los límites…, el corazón humano, al igual que la tierra, no se queda vacío, o nosotros sembramos cosas buenas y las cuidamos para que puedan crecer, o por sí solos nacen las malezas y crecen con mucho vigor.
Que la Sagrada Familia de Nazaret nos ayude a crear sagradas familias en nuestros hogares.
El Señor te bendiga y te guarde,
El Señor te haga brillar su rostro y tenga misericordia de ti.
El Señor vuelva su mirada cariñosa y te de la PAZ.