Muchas definiciones y características solemos escuchar a diario sobre el dinero. Algunos dicen de él que es sucio, que la gente que lo posee es codiciosa, que es tramposa, que el amor al dinero es la raíz de todos los males, entre tantas otras cosas.
Sin analizarlo en profundidad tendríamos la creencia que se ajusta a la verdad, pero la realidad es que constituye un dilema de mucha gente por falta de educación financiera que en muchos casos venimos arrastrando desde nuestra niñez.
Cuántas veces nuestros padres, abuelos o tíos nos obsequian de pequeños con un billete y los que observan el acto siempre dejan salir de su boca una exclamación de festejo por lo que acabamos de recibir.
No es bueno ser amarrete, pero su buen y racional uso nos puede dar satisfacciones en la vida, pues nos permite conseguir los bienes que estaríamos precisando en un momento dado o incluso ser “nuestra salvación” ante coyunturas desfavorables que se pudieran presentar.
Muchos padres empresarios desde chiquitos le dan una tarea específica a sus hijos y les dicen. Pepe, una vez que concluyas el trabajo que te encomendé te voy a pagar X guaraníes.
Se constituye en una de las formas mágicas que nos permite ir apreciando en su debida magnitud el valor del trabajo y saber que como recompensa recibiríamos una paga.
Gracias a las buenas lecciones aprendidas de sus progenitores, muchos de ellos han sido excelentes continuadores naturales del negocio familiar, que se han iniciado como pymes y hoy ya están al frente de una empresa de tamaño corporativo.
Tengamos claro que el dinero en sí no es malo. Constituye una herramienta, como lo es un martillo, que puede ser utilizado para diversos propósitos. Lo que marca la diferencia no es el objeto, sino el motivo de quien usa el martillo o el dinero.
No hace sentido seguir en pleno siglo XXI manteniendo a la gente en la ignorancia sobre el buen uso del dinero y la importancia intrínseca que encierran los principios básicos de una buena educación financiera.
Sería recomendable indagar más sobre el mismo, y conocer en mayor profundidad acerca del porqué dentro de nuestro sistema educativo, desde el preescolar y hasta el último curso de la Media, no tenemos como una materia primaria el manejo de nuestras finanzas personales.
Hasta hoy muchos maestros se resisten a enseñar a los chicos acerca de la importancia que reviste el manejo racional del dinero cuando que muchos de ellos viven sobreendeudados.
Seguimos autoconvencidos de que el dinero en sí es sucio y que puede traer complicaciones a los seres humanos, lo cual dista de ser verdad.
Se impone hacer cambios estructurales y que temas sobre el correcto manejo de nuestras finanzas personales sea incluido dentro de la malla curricular como materia obligatoria desde el preescolar y hasta el último año de la Educación Media y no darle tanto énfasis al nombre de todos los ríos y arroyitos que tenemos en el mundo que no aportan mucho valor agregado y tampoco nos “sacarán de apuro” en un momento dado.
Los efectos colaterales acerca del buen uso del dinero muchas veces no aparecen, sino después de varios años de haber culminado la universidad. Es allí cuando muchos de nosotros nos damos cuenta de que nuestras expectativas de carrera no están evolucionando como hubiéramos deseado, lo cual hace que los sueños que uno podía haber tenido antes de graduarse sigan posponiéndose en el tiempo.
Los principios que rigen el éxito económico-financiero son sencillos. No hace falta ser un genio ni demasiado culto para poder tener la capacidad económica necesaria para la cobertura de nuestras obligaciones y necesidades.
Cuántas personas en nuestro país poseen títulos de doctorado o maestrías en diversas disciplinas, pero, sin embargo, no logran despegar para lograr su éxito e independencia económica-financiera que le pueda dar estabilidad y tranquilidad a futuro.
El dinero proporciona una red de seguridad que nos protege de las incertidumbres de la vida.
Saber que tenemos los recursos para afrontar emergencias o gastos inesperados contribuye significativamente a nuestro bienestar general.