- Por el Hno. Mariosvaldo Florentino
- Capuchino.
Después de haber multiplicado el pan y saciado a una gran muchedumbre, Jesús propuso un bellísimo discurso sobre la eucaristía, sobre el modo sacramental con que El perpetuaría su presencia en la historia. Prácticamente todo el capítulo 6 de Juan nos habla de esto.
Efectivamente, el hambre y la sed son dos experiencias que cotidianamente sentimos, saciándolas probamos un gran placer y si no lo hacemos nos pueden provocar un gran sufrimiento. Son dos necesidades básicas para la vida de las cuales nadie puede ignorar.
Por eso el comer y el beber tienen una gran fuerza simbólica, y las cosas relacionadas a estas dos acciones pueden adquirir significados distintos en nuestras vidas. Podemos decir, por ejemplo, que una persona es muy dulce; que la vida es muy amarga; que tenemos sed de justicia; que un producto tiene un precio muy salado; que tal persona tiene hambre de poder; que las preocupaciones están consumiendo mi paz... etc.
Siendo una experiencia de fundamental importancia para la vida y común a todos los humanos, ofrece la posibilidad de ser utilizada simbólicamente para hablar de modo sencillo y a la vez profundo de realidades sobrenaturales: como del amor, de los deseos más íntimos del ser humano y también de Dios.
Jesucristo, conociendo todos los secretos de los hombres, y queriendo ser entendido por todos, sean estos sencillos o intelectuales, encontró en el pan y en el vino, elementos básicos de la alimentación de los pueblos de su época, la materia ideal para ser signo sacramental de su presencia en el mundo.
Cuando él dice que “yo soy el pan bajado del cielo”. Les está hablando de un modo muy concreto de su persona y de su misión en nuestro medio, con una imagen que todos podrían entender con un poco de reflexión. No es difícil de comprender lo que quiere decir Jesús, aunque por más que queramos explicar, cada uno podrá ofrecer una interpretación diferente, pues el lenguaje simbólico permite una ilimitada interpretación. Es por eso que sobre la eucaristía mucho ya se escribió, y ciertamente mucho aún se escribirá, pues en cada momento se podrá hacer una nueva interpretación sin contradecir a las otras, ofrece una nueva luz sobre este misterio.
También nosotros estamos invitados a meditar sobre esta presencia del Señor en nuestras vidas. Y cada uno de nosotros, de acuerdo con su experiencia particular podrá aportar cosas muy bonitas. Piensa un ratito: ¿Qué significa que Jesús sea el pan de mi vida? ¿Cómo puedo entender que Jesús sea el alimento que satisface toda mi hambre y la bebida que sacia toda mi sed? ¿Será que ya descubrí en mi vida que el Señor es tan importante como la comida que me mantiene vivo? ¿Estoy, también yo dispuesto a transformarme en pan para la vida de mis hermanos? ¿O prefiero ser hiel? Pero, junto a esta fuerza simbólica que la eucaristía posee, debemos contemplarla en su realidad sacramental, pues es presencia real del Señor, que actúa con la fuerza del cielo en nuestras vidas.
Ciertamente en el plan de Dios está también el deseo de que suceda con nosotros lo que decían algunos filósofos antiguos: “nos transformamos en lo que comemos”, significa que a través de la comunión frecuente podamos despacito ir cristificándonos, transformándonos en Cristo, hasta que un día podamos decir como san Pablo, “¡ya no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí!”.
El Señor te bendiga y te guarde,
El Señor te haga brillar su rostro y tenga misericordia de ti.
El Señor vuelva su mirada cariñosa y te dé la PAZ.