- Por el Hno. Mariosvaldo Florentino
- Capuchino
Este domingo la Iglesia nos propone el relato de un milagro, la sanación de un hombre “sordomudo”. Los milagros de Jesús, mucho más que relataren un hecho, quieren ser un testimonio de la presencia actuante de Dios en medio de su pueblo, pero también portan en entrelíneas un mensaje para nuestra edificación.
¿Qué mensaje podría estar escondido por detrás de esta sanación?
Pienso que el gran mensaje de este texto es: Dios quiere sanarnos de nuestra sordera para que podamos hablar bien. Infelizmente, muchos de nosotros, para no decir todos, sufrimos de sordera. Nos cuesta escuchar a los demás.
Tantas veces pensamos que ya sabemos todo. Otras veces no tenemos paciencia para escuchar y en cuanto nos hablan ya estamos pensando en otras cosas. También sucede que escuchamos algunas palabras sueltas y pensamos que ya entendimos todo y que ya no necesitamos escuchar el resto. O aun, por miedo de lo que puedan decirnos, nos llenamos de defensas que taponan nuestros oídos y hacen imposible que escuchemos.
El resultado de toda esta dificultad auditiva es que se hace imposible hablar o entonces lo que es aún peor, nos hace hablar mal, hacer juicios temerarios, distorsionando la realidad.
Nuestra sordera es la raíz de muchos de nuestros conflictos, desde los más pequeños hasta las más grandes guerras, pues sin poder escuchar al otro, sin conocer sus profundas motivaciones, sin ver sus razones, juzgamos saber todo y partimos para la agresión.
Ciertamente este no es el plan de Dios para nosotros. No creo que Dios nos haya regalado dos oídos para que los mantuviéramos taponados. Es por eso que Jesús sanó a este hombre.
Si leemos atentamente este texto, veremos que la sanación fue prácticamente solo del oído y la lengua consecuentemente quedó sana también.
Mirando mi historia personal puedo reconocer que muchos de mis errores fueron causados por no haber escuchado a los demás. Hice críticas que no eran justas. No supe aprovechar los consejos y experiencias de los demás. Tomé decisiones precipitadas cuando pensé que me habían fallado sin escuchar a estas personas para saber que es lo realmente había sucedido. Y tantas otras situaciones que me hacen desear, ser yo este sordo sanado por Jesús.
Quizás aquí en este texto esté expresado una de las marcas más fuertes de aquellos que quieren ser verdaderamente cristianos: personas que tengan la capacidad de escuchar, que sepan escuchar bien.
La cuestión se hace aún más fuerte cuando nos damos cuenta que nuestra salvación, nuestra fe, nuestra renovación en Cristo sucede en primer lugar por escuchar la Palabra.
El primer mandamiento es: escucha Israel… Pero si no podemos escuchar, si somos “sordos”, ¿cómo Dios podrá entrar en nosotros? ¡Es imposible! Viviremos siempre perdidos en nosotros mismos. Hoy en día son muchos los que no consiguen escuchar a Dios y lo peor es que hasta ocurre lo mismo entre los que van asiduamente a la Iglesia. Sus oídos están taponados. La Palabra de Dios no hace nada en sus vidas. “Tienen oídos, pero no oyen”. No toman a Dios en serio. Muchas veces sin haber escuchado las razones, solo saben criticar a la Iglesia por ciertas normas y por ciertos principios.
Meditando estas palabras del evangelio espontáneamente nace en mi corazón una súplica: Oh Jesús, llévame apartado de la gente, mete tu dedo en mis oídos y ordena “Effeta”. Sáname Señor de este mal.
Yo quiero escuchar. Escucharte en primer lugar, conocer tu voluntad y colocarla en práctica. Escuchar a mis hermanos, conocerlos profundamente para poder amarlos, pues solamente así se podrá sanar también el defecto de mi lengua.
El Señor te bendiga y te guarde.
El Señor te haga brillar su rostro y tenga misericordia de ti.
El Señor vuelva su mirada cariñosa y te de la paz.