Existen dos grupos que se oponen a las reformas del Estado. Los que desean que todo siga igual porque saben que perderán sus privilegios y los estatistas que, como colectivistas de ideas, son socia-listas e insisten en el intervencionismo gubernamental. Por mi pare estoy con las reformas y como liberal clásico creo en el orden político constitucional, el Estado de Derecho, entendido como aquel sistema basado en las instituciones republicanas de base liberal que garantiza los derechos a la vida, la libertad y la propiedad.

Esto último es importante. En el régimen de la libertad todas las personas somos iguales ante la ley y las insti­tuciones tienen como propó­sito respetar al hombre libre y ciudadano sin privilegios para nadie, sancionando a los criminales que no se desean ser parte de la convivencia societaria.

De ahí que el liberalismo clásico, al que me adhiero, considera que dada la exis­tencia del Estado el mismo debe ser limitado y contro­lado, motivo por el cual se hizo la Constitución, obra esta última del pensamiento de la libertad. Ingresamos a la sociedad política para mantener nuestros sagra­dos derechos, inalienables y anteriores al Estado.

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Los estatistas socialistas tienen tanta obsesión por la desigualdad que por tra­tar de corregirla apelan al Estado, el más poderoso y devastador aparato de coer­ción que se haya creado sobre la faz de la tierra. El Estado es capaz de avanzar contra nuestra vida, liber­tad y propiedad para matar, robar, cobras impuestos, impedir que la gente cola­bore y hasta impedir a los padres educar a sus hijos según sus valores.

Aunque los estatistas socia­listas crean que con el agre­gado de la palabra social la naturaleza del Estado puede ser cambiada, sin embargo, los hechos prueban lo con­trario. El Estado crece en su influencia destructiva como la historia lo demuestra al punto que hoy en pleno siglo XXI el problema consiste en su imparable crecimiento y centralización en algunos pocos para así dar el golpe contra nuestra vida, libertad y propiedad.

¿De dónde provienen la infla­ción, las deudas, la falta de ahorro e inversión, las malas leyes, las barreras al trabajo, la falta de educación y salud?

La única igualdad es ante la ley pero no cualquier ley. Es la ley que garantiza que cada quien pueda hacer lo mejor para sí y sus familias, que pueda ahorrar y trabajar sin dañar a sus prójimos. Pero los estatistas no desean la igualdad ante la ley. Desean que el Estado nivele la can­cha como dicen. Se equivo­can. Al nivelar la cancha, el Gobierno reemplaza al ciu­dadano.

El Estado es una maquina­ria destructiva de la libertad, del ahorro y la inversión, es costoso e ineficiente, razón suficiente para las reformas.

(*) Presidente del Cen­tro de Estudios Sociales (CES). Miembro del Foro de Madrid. Autor de los libros “Gobierno, justicia y libre mercado”, “Cartas sobre el liberalismo”, “La acredita­ción universitaria en Para­guay, sus defectos y vir­tudes”, y otros como el recientemente publicado “Ensayos sobre la libertad y la República”.

Etiquetas: #libertad#Estado

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