La denuncia de fraude electoral realizada por Luisa González tras su derrota en la segunda vuelta de las elecciones generales en Ecuador el pasado 13 de abril rápidamente encontró eco entre sus aliados ideológicos, como los presidentes Gustavo Petro, de Colombia; Claudia Sheinbaum, de México y, por supuesto, el presidente de facto de Venezuela, Nicolás Maduro.

Es evidente el respaldo del sector progresista a la “delfina” del expresidente Rafael Correa, condenado en ausencia a ocho años de prisión por la Justicia ecuatoriana.

Que alguien como Nicolás Maduro haya calificado de “fraude horroroso” los comicios en Ecuador resulta totalmente sorprendente, considerando lo ocurrido en las elecciones de julio de 2024 en Venezuela, donde organismos internacionales fueron impedidos de participar como observadores, por decisión del régimen chavista.

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Solo enviados del Centro Carter lograron ingresar al país con el objetivo de supervisar al menos parcialmente el proceso. Primó la expectativa de Maduro de encontrar afinidad ideológica en esa institución estadounidense, considerada cercana al progresismo. Sin embargo, fue el propio Centro Carter quien confirmó lo que muchos ya intuían: el verdadero vencedor de los comicios venezolanos fue Edmundo González, con una abrumadora mayoría de votos, constatada en gran parte del territorio nacional.

Pero Maduro no estaba dispuesto a ceder el poder ni a respetar las reglas del juego democrático, el mismo que en su momento permitió a Hugo Chávez llegar al Gobierno, para luego adaptar las normas a su medida con el fin de perpetuarse. Esa lógica continúa vigente bajo Maduro.

El único organismo internacional que pudo certificar objetivamente las elecciones venezolanas fue categórico: Maduro fue derrotado.

En Ecuador, el 13 de abril, Daniel Noboa se impuso en segunda vuelta con el 55,83 % de los votos válidos, frente al 44,17 % obtenidos por la progresista Luisa González.

Curiosamente, ambos apellidados González vivieron realidades muy distintas: uno fue elegido legítimamente por su pueblo, pero le fue negado el derecho a gobernar por una dictadura; la otra simplemente perdió en las urnas.

En el caso ecuatoriano, tanto la Unión Europea como la Organización de Estados Americanos (OEA), junto a diversos observadores internacionales, avalaron la transparencia del proceso electoral que dio el triunfo a Noboa.

Que Nicolás Maduro tache de “fraude horroroso” unas elecciones limpias y verificadas en Ecuador forma parte de la estrategia de la izquierda internacional: acusar a sus oponentes de los vicios que ellos mismos practican.

Este patrón se repite a nivel global en escenarios de fuerte polarización ideológica. El modus operandi es siempre el mismo: proyectar sus propias faltas en sus adversarios. Lo vemos en Europa y, de forma aún más evidente, en el conflicto de Medio Oriente entre Israel y el grupo terrorista Hamás. Y ahora, este discurso se afianza en América Latina, donde varios líderes progresistas no solo son populistas, sino que además llegan al poder con escasa preparación, con la excepción –vale reconocerlo– de la presidenta de México.

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