- Diego Marconatto
- Profesor de la Fundación Dom Cabral (FDC), Brasil Especialista en Empresas de Alto Crecimiento
La mejor literatura científica del mundo ha identificado el factor común entre las llamadas empresas de alto crecimiento persistente, aquellas que logran crecer a tasas elevadas y con solidez financiera durante varios años: la alta productividad.
La productividad es una métrica: mide cuánto output genera su empresa por cada input. Es el retorno sobre cada inversión, cada gasto que se realiza. En el lenguaje de los mejores negocios, productividad siempre significa hacer más con menos.
La productividad es precisamente lo que hace posible la longevidad de las empresas. Estas existen mientras sean capaces de transformar de manera eficiente sus gastos e inversiones (maquinaria, mano de obra, materias primas, tiempo, tecnología, etc.) en beneficios que justifiquen el total de sus esfuerzos. Cuando pierden esa capacidad, su fin está cerca.
Resulta, por lo tanto, curioso que una noción tan central para la existencia y el éxito empresarial difícilmente sea el foco principal de los propietarios y ejecutivos de pequeñas y medianas empresas. Las razones son dos: confusión respecto al concepto de productividad y desconocimiento de su importancia.
En 2024, realicé una investigación informal con una muestra de propietarios y altos ejecutivos de medianas empresas brasileñas. El 85 % de ellos no supo definir claramente qué es productividad. La mayoría la confundió con otras métricas, como facturación o beneficios.
Aunque el tamaño de mi muestra no fue lo suficientemente grande como para asegurar validez científica, la observación cotidiana de pequeñas y medianas empresas refuerza esta conclusión: la productividad sigue siendo, en el mejor de los casos, un concepto difuso para la mayoría de los empresarios.
De ahí se deriva el segundo punto: pocos de ellos saben que la productividad es tan fundamental para su éxito como lo es el crecimiento de la facturación. Como he dicho en repetidas ocasiones, la mayoría de las empresas no crece, se infla.
Luchan por aumentar ingresos y ganar cuota de mercado a costa de una destrucción continua de su rentabilidad. El resultado es siempre el mismo: un desastre.
Las empresas de alto crecimiento persistente no padecen de esta miopía. Hacen todo lo posible por aumentar su facturación manteniendo niveles crecientes –o al menos estables– de productividad. Pero ¿cómo miden su productividad?
Cada empresa posee dimensiones de productividad específicas a su actividad. Por ejemplo, una fábrica debe buscar la máxima utilización de sus líneas de producción y una empresa de transporte debe procurar que sus camiones estén ocupados el mayor tiempo posible –sin descuidar, por supuesto las restricciones y estrategias propias del negocio–.
No obstante, existen métricas universales que pueden (¡y deben!) ser utilizadas por todas las empresas, sin importar su sector.
Las principales se encuentran entre las diferentes medidas de retorno sobre la inversión –ROI, ROIC, etc.–, ya que el objetivo final de todo negocio, en términos estrictamente financieros, es garantizar un retorno creciente sobre la inversión y beneficios nominales sostenidos. El problema del ROI es que no mide el pulso inmediato de la productividad organizacional. En cambio, la productividad de la mano de obra sí lo hace.
Como muestra con gran claridad Greg Crabtree, autor del libro Simple Numbers, Straight Talk, Big Profits, la capacidad de una empresa para transformar el gasto en personal en resultados operativos (EBITDA) es uno de los principales motores del crecimiento rentable de los negocios.
Por eso, como norma general, las empresas exitosas miden la productividad de sus empleados, tanto en términos financieros (por ejemplo: EBITDA/gasto en personal) como en términos operativos (por ejemplo: número de piezas fabricadas por hora trabajada).
Luego, trabajan para garantizar que estas métricas sigan una trayectoria ascendente a lo largo del tiempo.
¿Ha medido ya la evolución mensual de la productividad de su gasto en mano de obra?