Que Paraguay continúe avanzando hacia su pasado de grandeza –aunque aparentemente suene paradójico– no deberían interpretar los futuros gobiernos como una frase efectista de la actual administración del Estado, sino que tendría que convertirse en la marca obligatoria de nuestro país, la brújula que nos orienta hacia el porvenir. Para eso tenemos que terminar de raíz con las mezquindades de quienes asumen coyunturalmente el poder con el solo afán de dejar su impronta para la posteridad (una obra arquitectónica monumental, tal vez), descuidando los asuntos verdaderamente urgentes e importantes: la cultura, la educación, la salud, el desarrollo económico equitativo y la justicia social, encuadrados dentro de una estructura jurídica predecible y confiable, garante de la imparcialidad y el recto juicio.

El Paraguay que todos sueñan y anhelan no es de construcción inmediata. Aunque, es preciso aclarar, también es harto comprensible que el pueblo reclame que ya esperó demasiado. Un expresidente de la República, Horacio Cartes, solía hacer un paralelismo con un conocido pasaje bíblico respecto a las políticas públicas: uno plantó, otro regó y un tercero recogió los frutos. Y le daba un toque cristiano: “Pero la obra, finalmente, es de Dios”. Estos frutos deben enfocarse exclusivamente en el bienestar de la colectividad y, más que nada, en aquellos sectores económica y socialmente menos favorecidos.

Aquellos que parecerían estar condenados a vivir por siempre debajo de la línea de la extrema pobreza. Debemos empezar, entonces, por devolver la esperanza a la gente. Para eso deberán profundizarse acciones serias, sistemáticas y pertinentes para que la ciudadanía vuelva a recuperar la confianza en sus autoridades de turno. Solemos repetir una expresión que utilizaba con frecuencia el sociólogo compatriota Domingo Rivarola en el campo del ejercicio del poder: “Ni el pasado como pretexto ni el futuro como escapismo”. Para hacerlo más entendible: no hay que resaltar permanentemente, como excusa, los males heredados, aunque es una obligación moral subrayarlos y denunciarlos para no perpetuar el camino de la impunidad. Pero hay que superarlos con una gestión eficaz e instalar un presente mejor para todos, sin excepciones.

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La segunda parte de la frase tiene que ver con algo muy común en la clase y los líderes políticos: patear hacia adelante los proyectos que deberían concretarse en la actualidad y que, a la larga, se transformarán en promesas incumplidas. Tienen el cometido de distraer la atención para llenar a la sociedad de expectativas, pero no de realidades. Así, la desesperanza hacía un giro continuo a lo largo de nuestra historia. Pero algo está cambiando. Cierto es que en el deporte las alegrías son efímeras. Sin embargo, son como las oportunidades: si se desaprovechan, ya no vuelven.

Más allá de la impensada y repentina “alfaromanía” (Gustavo Alfaro, técnico de la selección paraguaya de fútbol), está demostrado que esta disciplina deportiva genera pasión en las multitudes. La final de la Copa Sudamericana disputada en Asunción evidenció, una vez más, la hospitalidad y amabilidad de nuestro pueblo. Así lo resaltaron los propios hinchas extranjeros. De paso, estos mismos simpatizantes se encargaron de difundir a través de las redes sociales que nuestra capital, con todo lo que todavía falta por hacer, las imágenes de una ciudad moderna y amigable, adaptada a las demandas de consumo de este tiempo.

El deporte, en sus diversas manifestaciones, integra el componente de las tradiciones y, consecuentemente, forma parte de nuestra cultura. Y la cultura es la única capaz de romper los compartimentos estancos para construir una sociedad democrática, plural y tolerante en la diversidad. Precisamente, Asunción volverá a estar en la mirada mundial cuando, del 2 al 7 de diciembre próximo, sea la sede, por primera vez en la historia, de la 19.ª Reunión del Comité Intergubernamental de la Convención para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco). Sesión que será presidida por la embajadora paraguaya ante la Unesco, Nancy Ovelar de Gorostiaga.

Durante este encuentro que tendrá repercusiones a nivel global la guarania, creada por el maestro José Asunción Flores, será declarada “Patrimonio Inmaterial de la Humanidad”. Asunción se constituirá en el epicentro de una verdadera fiesta cultural. Será la reivindicación de un auténtico maestro, como lo fue Flores, que sobresalió no solo por su talento y originalidad musical, sino, y esencialmente, por sus firmes convicciones ciudadanas, las que le valieron la persecución y el destierro. La presencia de la directora general de la Unesco, Audrey Azoulay, marcará la coronación de esta fiesta ecuménica dedicada a todo el pueblo paraguayo.

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