Después de los duros reveses en los comicios municipales (2021) y generales (2023), la oposición trata de reconstruirse electoralmente con la única estrategia de la unidad para derrotar a los candidatos de la Asociación Nacional Republicana (ANR). Es una mezcla variopinta de fundamentos ideológicos totalmente contrapuestos que, en el pasado, siempre ha sido el principal obstáculo para presentar un frente sólido desde la perspectiva programática. Una plataforma que dispare confianza en la ciudadanía mediante propuestas consistentes, creíbles y, sobre todo, realizables. Esa dispersión de ideas dificulta enormemente la consolidación de un colectivo con criterios de coincidencias plenas. Asunción es el centro de todas las batallas. Porque se la considera el epicentro para avanzar hacia el premio mayor: la Presidencia de la República. Mas, no se trata de una fórmula infalible, de cumplimiento obligatorio.
El 26 de mayo de 1991, Carlos Filizzola, un exdirigente estudiantil de la Facultad de Ciencias Médicas, es el primero en llegar a la comuna capitalina por la vía del voto popular. Sin embargo, dos años después, en 1993, el ingeniero Juan Carlos Wasmosy, en representación de los colorados, triunfa sobre el histórico dirigente del Partido Liberal Radical Auténtico (PLRA), Domingo Laíno, y al crédito de un gran sector de la ciudadanía, Guillermo Caballero Vargas, del recientemente creado, por entonces, Partido Encuentro Nacional (PEN). Este último, según las encuestas publicadas por los dos periódicos de mayor peso de la época (Abc Color y Última Hora), estaba muy por delante de los otros aspirantes al sillón de López. A partir de ese momento se produce otro fenómeno que afectó profundamente a las empresas que se dedican a consultar las opiniones y preferencias del electorado: la pérdida de credibilidad, generando razonables dudas sobre la correspondencia entre los datos recogidos y los resultados registrados.
La conclusión de este fenómeno tenía dos aristas posibles: la adulteración deliberada de las encuestas o la improvisada formación de los encuestadores. Con el tiempo y a partir de nuevas experiencias se analizó otra hipótesis: que la gente no responde con sinceridad sobre su intención de votos, a raíz de tabúes que posteriormente fueron derribándose lentamente. Incluso así su infalibilidad sigue generando dudas. No solo en nuestro país, hay que subrayarlo. Y pasó, también, al revés. En 2008, Fernando Lugo es presidente de la República, poniendo fin a 60 años de hegemonía de la ANR (en el poder desde 1948). Pero eso no evitó que dos años después, en 2010, el candidato republicano Arnaldo Samaniego se convirtiera en intendente de Asunción, además de alcanzar los colorados una mayoría absoluta en muchos gobiernos locales.
Aparte de los diferentes sectores de la oposición que ya anunciaron que buscarán un mecanismo para alcanzar acuerdos que les permitan tener un candidato único, por el lado del Partido Colorado el frente interno de Fuerza Republicana también aspira a la Intendencia de Asunción, por ahora, con tres probables postulantes. Y dentro del movimiento Honor Colorado, liderado por Horacio Cartes (actual presidente de la Junta de Gobierno de la ANR), todavía no se habla de quién o quiénes lo representarían en estas justas municipales, que están previstas para finales de 2026. Por tanto, aún queda un largo tramo por recorrer.
Pero volvamos a lo que decíamos al principio: la unidad de la oposición basada únicamente en la sola intención de derrotar al oficialismo siempre tuvo un destino de fracaso inevitable. Lo de Fernando Lugo fue un caso especial. No ganó por la coalición de partidos y movimiento sociales, sino por su raíz religiosa: exobispo de San Pedro, a tal punto que le votaron hasta algunos colorados afiliados, principalmente, por la agria ruptura entre el entonces presidente Nicanor Duarte Frutos y el candidato que había perdido las internas Luis Alberto Castiglioni, quien alegó fraude. De todas maneras, será, como ya dijimos, otro experimento más de cara a las elecciones generales de 2028.
Y aquí planteamos una cuestión crucial para el presente y futuro del país: que estas internas no constituyan un obstáculo entorpecedor de los programas y propuestas del gobierno de Santiago Peña, como ya ha ocurrido anteriormente. Ahora mismo, con fines proselitistas se critican y rechazan hasta aquellas obras y proyectos que contribuirán al bienestar y progreso de toda la población, sin distinción de banderías políticas ni estratos sociales. Aunque, hay que reconocerlo, la gente ya aprendió a castigar estas actitudes egoístas y mezquinas en el día de las votaciones. Veremos, a su vez, si realmente la oposición aprendió también la lección de historia electoral o, por el contrario, si todavía seguirá con el mismo rumbo torcido, que les ha significado estrepitosos fracasos continuos por el groso error de ubicar a la carreta delante de los bueyes.