El Museo Nacional Dr. José Gaspar Rodríguez de Francia presenta la exposición “Rostros de la Memoria: una muestra sobre la memoria de la cerámica del Paraguay y un homenaje a Rosalina Robles”, que estará abierta durante todo el mes de junio en este espacio ubicado en el km 49 de la Ruta PY02 “Mariscal José Félix Estigarribia”, en Yaguarón, a 200 metros de la iglesia de la ciudad.
La muestra, que puede visitarse de miércoles a domingo en horario de 8:00 a 16:00, con entrada gratuita; celebra a la tradición alfarera de Yaguarón, destacando el trabajo de Rosalina Robles, reconocida como Tesoro Nacional Vivo y guardiana de la tradición de la confección del plato para elaborar el mbejú tova.
Rosalina, una de las artesanas de una labor considerada Patrimonio Cultural Inmaterial de la Nación, es una heredera y maestra de esta expresión artística tan emblemática de la cerámica local. A través de un conjunto fotográfico, extraído de las redes sociales de la Municipalidad de Yaguarón y del Instituto Paraguayo de Artesanía (IPA), se pone en relieve su técnica y se pone en valor su legado.
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Además de las piezas cerámicas, se exhiben documentos que funcionan como salvaguardas del conocimiento y técnicas artesanales. Estos documentos subrayan la importancia de preservar y transmitir estas tradiciones.
Esta exposición es una oportunidad única para sumergirse en la riqueza cultural del Paraguay, reconociendo y celebrando el trabajo de artesanos que, como Rosalina Robles, mantienen viva una tradición centenaria. A lo largo de “Rostros de la Memoria”, los visitantes podrán recorrer texturas, estéticas y memorias a través del oficio de los alfareros del Paraguay.
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Porotos y marketing: joven emprendedor creó su marca con valor agregado desde cero
Con una inversión de G. 2 millones y ambiciones de tener su propio negocio, Pedro Benítez comenzó a plantar porotos en un terreno familiar en Yaguarón. Con el tiempo, la ayuda de las redes sociales y sus conocimientos de administración agropecuaria, se lanzó al mercado y obtuvo resultados más allá de sus expectativas.
Benítez divide su tiempo entre su empleo en un lavadero de vehículos y, los fines de semana, en su chacra, donde cultiva y ve crecer sus sueños. Además, ocupa su tiempo cursando la carrera de Administración Agropecuaria en la Universidad Nacional de Asunción (UNA), cuyos conocimientos aplica a su emprendimiento.
Según explicó a La Nación/Nación Media, su decisión de emprender surgió frente a un dilema de proseguir con sus estudios o continuar con trabajos rurales intensos en el Chaco. Se decantó por sus estudios, pero sin dejar de lado su proyección de trabajar por su cuenta.
Superó sus expectativas
“Conseguí este laburo donde estoy ahora mismo, pero me pica todo porque a mí me encanta el campo, soy fanático, me encanta el cultivo, de andar ahí por la chacra”, dijo a LN.
Benítez describió la noche anterior a la toma de su decisión de emprender como llena de dudas, pero que finalmente se decidió y analizó qué podría cultivar con una baja inversión. En ese momento, el poroto le llegó a la mente como respuesta: “El poroto es una planta muy noble, es muy rústica, no necesita demasiado cuidado como las hortalizas, no necesita tanto de un sistema de riego”.
Sobre su primera cosecha, dijo que superó ampliamente las expectativas, pero que también requirió más trabajo de lo que se imaginó por el importante rendimiento que obtuvo. Imaginó en un principio que necesitaría la asistencia de dos personas, pero pronto se dio cuenta que no serían suficientes.
“Hice mi plan, necesitaba dos personas para que me cosechen todo eso. Pero nada que ver, era imposible. Pedía días libres, hacía lo humanamente posible, igual no era suficiente. Tuve que ir a rebuscarme en el pueblo, gente que pueda trabajar conmigo”, mencionó a LN.
Tras la cosecha, la venta
Una vez con su producción ya completamente cosechada, un nuevo dilema se le presentó: dónde vender. Consideró que llevar su producción al Mercado de Abasto sería una opción segura, pero no obtendría los ingresos acorde a lo que implicó todo el trabajo.
Entonces, Benítez aplicó los conocimientos que fue aprendiendo en la universidad y la respuesta le fue clara: el marketing. Consideró que empaquetar sus porotos en bolsas de un kilo y agregarles su marca personal, le daría un importante valor agregado.
“Nosotros tuvimos una materia en la facultad que se llama marketing. Lo mejor era empaquetar, hacer una buena presentación. Eso te permite poner un precio más elevado”, sostuvo.
“Vendí una historia de superación"
A la hora de vender, su producto no solo tenía los porotos de su chacra, su embalaje con su marca sino que venía acompañado de su experiencia, que el joven emprendedor comentó que fue también su método de venta.
“Más que un producto, yo vendí una historia de superación. Tengo mi página en Instagram donde yo demuestro de dónde partió hasta la cosecha, el producto que ha consumido la gente. Esto les gustó mucho y mucha gente así, de una u otra manera, quiso hacerse parte”, dijo a LN.
Finalmente, Pedro Benítez instó a los jóvenes emprendedores a animarse a dar el salto, a romper la inercia y materializar sus sueños, por más que eso implique arrancar desde cero. “Empiecen desde abajo, no tengan miedo a empezar abajo. Uno tiene que forjar el camino desde abajo. Uno tiene que tener miedo y tiene que trabajar y hacer las cosas bien, con amor. Si hace las cosas bien, a la larga se va abriendo el camino”, concluyó.
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Juan Pablo Pistilli presenta la exposición “Volavérunt”
Verónica Torres Colección de Arte presenta la exposición “Volavérunt”, una muestra individual del artista Juan Pablo Pistilli, con la curaduría de Ángel Luis Carmona. Se trata de un conjunto de obras que, reflexionan sobre el vuelo, con esculturas en movimiento y una dinámica coreográfica de bandadas de pájaros. La inauguración se realizó el jueves 10 de julio en el Paseo de las Artes del Shopping Mariscal, en Asunción.
Las piezas presentan una variada gama de trabajo en metal, que utiliza ampliamente los contrastes de texturas, que van desde el pulido brillante hasta la grumosa rugosidad del óxido. Es bien conocida la preocupación de Pistilli por los temas ecológicos y su pasión por representar animales en movimiento, en esta ocasión ha dado el paso de traspasar la representación del movimiento a generar el movimiento mismo: varias de sus esculturas son en realidad balancines que no solo representa, sino que actúan el movimiento.
Complementariamente, la exposición incluye trabajos de la línea más conocida de su producción, como el pájaro arpa (maqueta), homenaje al pájaro campana y las figuras que desdoblan mariposas y pájaros como mirándose a sí mismas en el espejo. “Volavérunt” pasado del verbo volar en latín, hace referencia tanto al huidizo movimiento de las bandadas a las que hace homenaje y al título utilizado para uno de sus grabados, por el artista Francisco de Paula Goya, al que la exposición rinde homenaje.
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Ovecha rague, el legado de “la ciudad que te abriga”
En junio pasado fue declarado como Patrimonio Cultural Inmaterial Nacional y se reconoció a dos de sus artesanas como Tesoros Nacionales Vivos. Aquí un panorama de la artesanía en lana en “la ciudad que te abriga”, San Miguel, y un diálogo con algunas de las artesanas que lo hacen posible.
- Por Jorge Zárate
- Jorge.zarate@nacionmedia.com.py
- Fotos Mariana Díaz
“Toda la historia del pueblo se fue tejiendo, por así decirlo, en torno a la artesanía, no solo su economía, sino la identidad de su propia gente”, apunta Enrique Correa, director de Cultura de la Municipalidad de San Miguel, en el departamento de Misiones.
Distante a 180 kilómetros de Asunción, a la vera de la ruta PY01, esta localidad se enorgullece de ser la capital de la lana, “la ciudad que te abriga”, la cuna del ovecha rague. A la vera de la ruta existen unas 15 tiendas/talleres que producen y venden tejidos, pero también hay un número mayor de tejedores que se reparten en el casco urbano de la ciudad y en las compañías Arasape y Hugua.
“Es una realidad bastante compleja porque por un lado están los aspectos patrimoniales, que es lo que hemos logrado o tratado de salvaguardar, por ejemplo, con esta declaratoria, los saberes técnicos que los artesanos han transmitido de generación en generación que tiene un alto valor y que le da un valor agregado importantísimo a la artesanía”, apunta Correa.
Habla de la declaración como Patrimonio Cultural Inmaterial Nacional del Ovecha Rague, que hiciera el gobierno en junio pasado en un paso importante para buscar apuntalar la actividad.
Después está lo económico porque “es la fuente principal de ingreso y el sustento de varias familias”, describe.
MOTOR ECONÓMICO
“El hecho de que sea el motor económico de la ciudad nos lleva a trabajar en cómo ofrecer el producto, buscar nuevos mercados, el tema de la materia prima también. Hasta influye el cambio climático, los inviernos ya no son tan crudos hoy en día en nuestra región. Eso obligó a los artesanos a innovar, a buscar otros materiales, el algodón, por ejemplo, que fue ingresando bastante”, agrega Correa.
Recuerda que “la lana tiene su salida solamente en el invierno, en el verano hay que pensar en otros productos. Los artesanos se ingeniaron y le dieron con todo, con el tema del algodón, las colchas, las hamacas, que tienen bastante salida en el verano”.
La realidad económica impacta en las familias “que se van desintegrando, los hijos que emigran a otros lugares, entonces todo atenta contra el mantener este proceso, este conocimiento, este saber y este patrimonio que le otorga una identidad al pueblo”.
Correa entiende que es un desafío “para nosotros como un municipio, la gobernación, el Instituto Paraguayo de Artesanía y para la Secretaría de Cultura, la Senatur, cómo hacer alianzas estratégicas para que la artesanía se siga manteniendo, pueda seguir vendiéndose aquí y en el exterior y que nuestra gente siga produciéndola”.
La intermediación es otro elemento que se intenta resolver a la hora de conseguir un “precio justo” para los artesanos. “Es importante que puedan llegar directamente al consumidor”, apunta ya que “muchos al vender el producto final recuperan quizás lo invertido en materia prima, pero la mano de obra y las horas invertidas en cada uno de los procesos que conlleva elaborar esa prenda muchas veces no son tenidas en cuenta y no son monetizadas. Entonces esos son los grandes desafíos que estamos enfrentando”, indica.
TESOROS VIVOS
Ella está escardando la lana en su sillón favorito, en la galería de la casa, en compañía de gatos y gallinas. Fermina Fernández viuda de Correa tiene 84 años y desde que tiene memoria hila y teje. “Cuando tengo 7 años ya mi abuela me enseñaba cómo tengo que hacer por la lana”, memora la mujer que en junio pasado fue reconocida como Tesoro Nacional Vivo por la Secretaría Nacional de Cultura.
Fermina muestra su rueca, monta las fibras de lana con oficio y con el suave y mecánico impulso de un pedal va construyendo el hilo con el que luego elaborará sus finos tejidos.
La tarea también se puede hacer a mano con un huso, para conseguir un hilo más fino, como el que usa en sus fantásticos vichu, chales de fina lana, todo un símbolo de la cultura de los tejedores de San Miguel. Los teje a crochet y los vende desde los 120 mil guaraníes.
“El otro día vinieron las bailarinas y llevaron casi todo de mí”, dice entre risas, contenta por la particular venta que tiene la prenda, infaltable en las integrantes de los ballets folclóricos. Fue en junio durante el festival del Ovecha Rague que recibió a unas 50 delegaciones de artistas.
Mueve a reflexión cómo se valora este trabajo artesanal que tiene un proceso que incluye el lavado de la lana, el escardado, el blanqueo, que puede llevar un mes, de no mediar lluvias y humedad, antes de que las manos de Fermina aborden la prenda. “El tejido no tarda más de una semana”, cuenta.
Solo ella y otra artesana tejen los vichu en el centro de San Miguel, pero en la compañía Arasape queda todavía un grupo importante de tejedoras que ayudan a mantener esta bella tradición.
Fermina supo hacer frazadas, de gran factura, pero “ya me va es demasiado pesado manejar el telar, se hace complicado, se tiene que tener fuerza”, explica. Muestra una que confeccionaron con sus hilos unos artesanos asociados que cuesta 900 mil guaraníes. Se siente que vale más.
El tejido exige un compromiso de los cuerpos que los artesanos padecen. Dolores articulares, reuma y artritis aparecen cuando se convierten en adultos mayores.
Por eso se la ve contenta con el reconocimiento que se le hizo: “Me sentí demasiado bien. Estoy orgullosa con mi trabajo. Porque de chiquitita yo comencé y hasta ahora estoy trabajando gracias a Dios”.
Tiene 7 hijos que aprendieron con ella a trabajar la lana. “Ahora nomÁs ellos se van todos de acá por estudio, por trabajo… por acá no hay trabajo”, dice.
Relata que los precios en mucho responden al alto precio de la lana cruda. “Te venden a 60 o 70 mil guaraníes el kilo. ¡Muy caro ya es!”, considera . “ Por eso no podemos hacer más barato nuestro trabajo porque el material es demasiado caro. Tengo que lavar con agua oxigenada y jabón en polvo con agua caliente”.
Fermina aborda personalmente el hilado porque de ello depende la calidad de la prenda. “La gente quiere trabajar, pero no quiere hacer bien el trabajo, ese es el problema, el hilado es muy delicado, si el hilo se va a usar en el telar, entonces requiere torcer un poco más, hacerlo un poquito más firme. Si lo va a hacer a crochet tiene que ser un poco más suave”, explica.
“Yo ahora poco vendo porque no salgo más”, cuenta de su actualidad. Relata entonces que antes iba a la Expo de Mariano Roque Alonso, y recorría el interior llegando a Santa Rita, Saltos del Guairá, Colonia Yguazú, Ciudad del Este. También que hubo señoras que hicieron llegar sus tejidos al exterior con gran éxito y valoración.
Le gusta ir a descansar los domingos a la casa materna de Costa Hû, un barrio de San Miguel, en donde comenzó su historia como tejedora. “Cuando yo me muera ustedes van a vender, pero ahora no porque es mi herencia”, cuenta que les dice a sus hijos. Allí su mamá y su madrina le enseñaron los oficios de la lana y allí siempre vuelve.
UNA VIDA CON LA LANA
Eustaquia Palma de Garay tiene 95 años y fue también reconocida como Tesoro Nacional Vivo. “Y la verdad es que yo no sé, parece que les gustaron las cosas que hice”, comenta.
Hace un tiempo que ya dejó de tejer y ahora, con su marido, se dedican a la venta de piezas confeccionadas por otras manos en su negocio ubicado sobre el Paseo de los Artesanos, que se puede visitar a la vera de la ruta PY01 en San Miguel.
Desde niña comenzó a tejer gorras, luego fue el tiempo de los vichu y más tarde su especialidad fueron las frazadas de lana bordadas. “Mi hermana empezó a hacer la frazada con otra artesana y después mandamos a hacer un telar y comenzamos esa tarea”, cuenta.
Sus ojos brillan al rememorar los motivos que adornaban cada pieza: “Una planta de rosa o de clavel nosotras hacíamos desde el tallo hasta la hoja, las flores y todo, quedaban muy lindas”. “En la feria yo vendía mi frazada antes, me fui a Roque Alonso, llevamos el telar y hacíamos las muestras”, recuerda de años pasados.
Ahí destaca: “Antes las frazadas se vendían, por ejemplo, en Yacyretá yo vendía muchísimo. Recorría las casas de los trabajadores y me compraban. Ahora mermó un poco la venta”, relata.
Sobre la calidad de la artesanía refiere que “ahora la gente quiere rápido y no se hace así. Con atención tenemos que hacerlo. Lleva su tiempo y su paciencia también”.
“Desde los 7 años yo ya empecé a trabajar, cuando mi papá murió. Entonces teníamos que ayudarle a nuestra mamá. Ellos lavaban la lana y nosotros escardábamos”, recuerda.
Las lanas naturales tienen diferentes colores, blancos, grisáceos, distintos tonos de marrón, algún exquisito negro más escaso y valorado. “Ibamos a comprar la lana a San Ignacio, a San Juan y eso y traíamos la bolsa encima de la cabeza, pobrísimos éramos. A veces las personas te ayudaban a traer un poco tu bolsa”, memora de su vida con la lana.
En setiembre cumple 96 años y le sigue gustando cocinar. “Hago guiso, locro, polenta, puchero. Tenemos que seguir únicamente porque ese es nuestro sustento. Si no trabajamos no vamos a comer”, dice mirando al cielo entre los tejidos colgados en su tienda.
MUÑECA, EL FUTURO Y LOS PONCHOS
Julia Cristina Álvarez García se llama, pero para todos es Muñeca y su taller de confecciones fue incluido en la Ruta de la Artesanía, una iniciativa que busca promocionar sitios destacados en el país.
Allí, además de una muestra muy bien seleccionada y cuidada de la artesanía local, se puede apreciar desde un llamativo ventanal el trabajo de los telares. Muñeca los va mostrando: “Aquí se teje una colcha de algodón, este es un poncho modelo triángulo y más allá se está por empezar un poncho masculino”. Cuenta que allí se teje de todo un poco: “Producimos individuales de algodón, alfombras, que serían más nuestras opciones de verano y ahora en el invierno ponchos, ruanas, mantas”, comenta.
“Ahora están saliendo mucho los ponchos”, dice recordando que tienen precios que van desde los 330 mil guaraníes. “Depende del material, porque nosotros trabajamos este tipo de lana industrializada importada de Argentina. También usamos la materia prima local, pero esos trabajos son más exclusivos y hacemos en menor cantidad. Por lo que lleva tiempo producir el hilo de lana de oveja”, explica. Un poncho de pura lana paraguaya se consigue desde 900 mil guaraníes.
En el muy bien montado local hay una rueca a pedal y un muestrario del proceso de la lana que ayuda a entender del gran trabajo que se necesita para tejer con hilo propio. Así un chal de lana pura se consigue desde 300 mil guaraníes.
Consultada sobre la posibilidad de industrializar la lana misionera, entiende que hay algo en la ecuación que todavía no cierra como para emprender esa inversión. “Es todo un tema, por ejemplo, para nosotros buscar la lana adecuada para hacer ese hilo, producirlo durante todo el verano para obtener material para febrero, marzo, para nosotros es mucho trabajo y mucho proceso. Sin embargo, si estuviera industrializado sería más fácil, vamos a ir a escoger medidas, colores y comenzamos a confeccionar”. Entre tanto se usa lana argentina que “es menos caliente, es un material más económico y más fácil de conseguir”.
Tejedora desde los 13 años más o menos, comenzó haciendo cosas pequeñas hasta llegar a los ponchos y frazadas, el derrotero tradicional de los cultores del oficio en San Miguel. “Era una tradición, antes todo el mundo tenía su frazada. Ahora creo que ya no se usan tanto porque son pesadas y aparecieron los edredones livianos que son calentitos también”, especula. “También son más caras, está el tema de las alergias… muchas razones, pienso yo”, dice.
Entiende que se debería interesar a los jóvenes en el trabajo y apunta el que hacen sus hijas con las redes sociales. “Toda promoción nos viene bien, ellas venden a través de las redes, está funcionando muy bien”, cuenta.
“María Elena Ruiz es la encargada de las fotos, de las redes sociales e inclusive también ella trabaja en la máquina porque terminó la carrera de diseño de moda. Mis cuatro hijos son profesionales y yo trabajo aquí con mi esposo, ojalá los jóvenes sigan adelante”, concluye.
BLANCA, LA MAESTRA DE LAS JERGAS
La lana natural se seca al sol que generoso baña la casa de Blanca González, artesana, especialista en jergas, unos paños que ayudan a alivianar el roce que la montura le produce al caballo. “Hago unas 20 semanales”, dice la mujer que con gran espíritu lava a mano la lana en el patio en un proceso que le lleva 24 horas. “Primero la dejo en remojo con jabón en polvo y al otro día la enjuago y la paso por el secarropas”, explica.
Blanca se entusiasma que la venta de su artesanía, muy demandada desde las estancias ganaderas del Chaco, le ayuden a afrontar una nueva operación de rodilla. “Yo siempre quiero tener mucha lana, esa es mi obsesión”, dice entre risas mostrando su acopio y explicando que es la manera de conseguir bajar el precio de su insumo.
“Está difícil el trabajo en la lana, necesitamos más ayuda de las autoridades. Imagine que todavía las personas de la generación que me sigue, los que tienen 40 años todavía trabajan la lana, pero los más jóvenes ya no, se van todos”, expone.
Una vez que tiene seca la lana se encarga de hilar en unas máquinas que hizo construir para acelerar los procesos. Primero hace el yva, el hilo fino y en otra parte de su tiempo se dedica a producir el poyvi, el hilo grueso.
Ya en el telar, que monta de manera ágil y eficiente, los entrecruzará de manera maestra para conseguir la jerga. Cada unidad se vende en precios que van de los 40 a 45 mil guaraníes.
“Esta es mi vida”, dice satisfecha del oficio que aprendió con sus mayores cuando tenía apenas 7 años. “En esa época tejíamos gorras porque se vendían muy bien”, cosa que ahora no pasa tanto.
Madre de cuatro hijos, solo una de las mujeres heredó el oficio y también teje jergas. “No se valora nuestro trabajo”, dice lacónica Blanca, para volver luego a una sonrisa transparente cuando posa para la foto en su cálido taller.
ESFUERZOS PARA LA PROMOCIÓN
Patricia Alvarenga es la directora de Formación y Coordinación Departamental del Instituto Paraguayo de Artesanía (IPA). “Nosotros nos encargamos de llevar adelante el Programa Nacional de la Ruta de la Artesanía, del cual forma parte de Artesanía Muñeca”, cuenta.
“Queremos acercar estas experiencias vivenciales de conocer el proceso de la producción de artesanía a todo el público”, apunta. El local junto a muchos otros en el país está incluido en un recorrido turístico. “A través de una página web tenemos la posibilidad de acercar de forma directa al público todos los datos para que puedan acceder a la experiencia de conocer el proceso de la lana acá en el taller de Muñeca”, informa.
La idea es que visitando la web: ruta.artesania.gov.py, las personas encuentren información que la ayude a escoger destino. “También estamos trabajando con agencias de turismo y organizaciones, también con la Secretaría de Turismo que nos apoya para este programa”, relata explicando que lo hacen en alianza con los gobiernos locales y departamentales.
Alvarenga apunta: “Sabemos que la realidad nacional afecta al sector de la artesanía por eso buscamos traer tanto a turistas nacionales como internacionales a visitar los espacios y a comprar de forma directa del artesano productor a su cliente directo para que pueda tener una ganancia justa”, señala.
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El CCDL inaugura mañana la muestra “Fauna sin techo”
Ana Carina Aranda, Jazmín Jara, María Teresa Recalde, Mavi Servín, Marijó Veiga y Martín Spinzi protagonizan esta nueva propuesta artística.
Este domingo 13 de julio, el Centro Cultural del Lago de Areguá habilita una exposición colectiva bajo el título “Fauna sin techo” del que participan los artistas Ana Carina Aranda, Jazmín Jara, María Teresa Recalde, Mavi Servín, Marijó Veiga y Martín Spinzi. La muestra quedará oficialmente abierta en un acto programado para las 11:00.
Sobre la temática que desarrolla esta nueva experiencia artística, la directora del emblemático establecimiento cultural, Ysanne Gayet, refiere que el objetivo es llamar la atención sobre los millones de animales, de todos los tamaños, desde el insecto más pequeño hasta el tatú bolita y el yaguareté, que, por la caza indiscriminada, la triste deforestación y el “progreso” del ser humano, han quedado sin su “hogar”.
“Cuando vemos pasar una bandada de loritos verdes o un tucán por los cielos de la ciudad y sus alrededores, quizás en esos segundos paramos para preguntarnos a qué se debe que están ahora acá. La respuesta más evidente para mí es que ellos también están en la búsqueda de un techo”, dice la artista y promotora cultural.
LOS EXPOSITORES
Ana Carina Aranda, artista plástica autodidacta de estilo naif, cuenta que presenta una obra que retrata una cruda y grave realidad social paraguaya: el excesivo cultivo de soja transgénica. Por su parte, Jazmín Jara enfoca en su trabajo “la situación actual de nuestras especies silvestres, la pérdida de hábitat y la intromisión de especies exóticas de fauna y flora que las van desplazando cada vez más”.
Entretanto, María Teresa Recalde (Matt), reconocida por el deslumbrante cromatismo de sus cuadros de estilo Naif o ingenuo, dice: “Que el techo sea el cielo sin límites con los hermosos atardeceres que Dios nos regala. Valoremos la hermosa creación, que no sea invisible a nuestros ojos”. Martín Spinzi también forma parte de esta muestra. Es un pintor autodidacta con un estilo naif que retrata fauna, flora e iglesias coloniales paraguayas. “El ser humano, en su afán por el dinero, podrá dañar, maltratar la naturaleza, pero jamás derrotarla, esta se adaptará por su naturaleza infinita”, sostiene al hablar sobre el hilo conductor de “Fauna sin techo”
Titiritera y artista plástica, Mavi Servín destaca sobre su obra que “el arte aquí no representa un bosque devastado ni una fauna ausente. Representa un gesto cotidiano, simple y luminoso que nos recuerda que quien aprende a cuidar lo frágil también puede cuidar el planeta”. Finalmente, la artista y educadora Marijó Veiga entiende que “podemos moldear nuestras acciones cotidianas para vivir en armonía con la naturaleza que aún resiste, y que aún espera”.