Este 14 de mayo, en una fecha cargada de simbolismo para la historia y libertad del Paraguay, el artista Omar Ocampos, líder de la banda Próceres de Mayo, presenta “Soldado de Papel”, una potente obra de rock pop progresivo que viene de recorrer escenarios de renombre internacional como Miami y Nueva York. Pero esta vez, el escenario será la ciudad capital del país.
Es una fecha profundamente simbólica para la historia y la libertad del Paraguay, por ello es que a partir de las del 14 de mayo frente al icónico Panteón de los Héroes, comenzará una acción callejera que transformará el espacio público en una galería viva.
La propuesta artística trasciende la música: será una intervención urbana inédita.
Estos afiches fueron creados en colaboración con el reconocido artista paraguayo Nelson Martinesi y estarán presentes en bares, boliches, teatros, paradas de buses y semáforos de Asunción, acercando la obra a la gente desde lo cotidiano.
Cada afiche contará con un código QR que enlaza directamente con la canción Soldado de Papel, permitiendo a los transeúntes descubrir la obra en tiempo real desde sus celulares.
Lea más: Madres paraguayas: jefas de hogar, trabajadoras y motor del país
El propósito de Ocampos es claro: sacar la música de las plataformas tradicionales y ponerla en las calles, donde late el corazón de la gente. La denominada canción se convertirá así en un mensaje vivo que acompañará a los paraguayos en su día a día.
Soldado de Papel no es solo una canción, es un manifiesto urbano que invita a la reflexión, a la memoria y a la libertad. Y este 14 de mayo, en un nuevo aniversario de la independencia paraguaya, el músico Ocampos nos convoca a vivir el arte en la calle, en el momento, y en comunidad.
Esta producción musical se puede ver en: https://www.instagram.com/reel/DJkpjXHNFmy/?igsh=MWwzZjU5MXF0NWxzZg==
https://www.facebook.com/share/v/15LtFtSp66/?mibextid=wwXIfr
https://www.youtube.com/watch?v=Ok7un4_YgP8
Dejanos tu comentario
El mejor show de humor, en la capital de Itapúa
El show cómico musical “Los hombres solo piensan en sexo” se presentará esta noche desde las 18:00 en el Cine Teatro del Centro, ubicado en el segundo piso de la Galería Florida (Villarrica casi Juan León Mallorquín) de Encarnación. Bajo la dirección de Patricia Reyna, se trata de una propuesta cómica a cargo del elenco de Equipo Teatro, con la que obtuvo el reconocimiento de los Premios Edda de los Ríos al Teatro de Asunción, en la categoría Mejor Show de Humor.
Con un electo de lujo, la divertida puesta “Los hombres solo piensan en sexo” es protagonizada por Javier Lacognata, Lucas Cabrera, Joaquín Díaz Sacco y Juan Carlos Cañete. En esta comedia los protagonistas conversan sobre varios asuntos como: tipos de mujeres en la cama, diversas experiencias sexuales, mitos sobre el pene y tipos de orgasmos femeninos, por lo que es una propuesta apta para mayores de 16 años. Las entradas anticipadas tienen un costo de G. 50.000, en tanto que, en boletería tendrán un valor de G. 70.000.
Dejanos tu comentario
Soldado de papel (parte V)
Óscar Lovera Vera, periodista
La muerte de Pedro Antonio, el soldado adolescente, ocultaba siniestras maniobras de algunos militares para enrolarlo hasta que la presión de varias organizaciones comenzarían a surtir efecto para saber qué sucedió con él.
Los forenses concluyeron que Pedro Antonio murió a consecuencia de la herida provocada por un proyectil de un arma de fuego larga, es decir, un fusil. Según el detalle de la autopsia, se trataba de un calibre 9 milímetros que ingresó por debajo de su mentón y escapó por la parte superior del cráneo. Su muerte fue diagnosticada como traumatismo grave de cráneo con pérdida de masa encefálica. El deceso se dio en forma instantánea.
Con esta conclusión, los militares aseguraban que se trataba de un suicidio. Sin embargo, la organización autoconvocada de ciudadanos argentinos y la familia creían que no. Sospechaban que lo mataron y en caso de que se probase por todos los medios que se Pedro autoeliminó, entonces pudo ser consecuencia de los traumas sicológicos derivados de las constantes torturas a las que era sometido.
Después de la muerte de Pedro, la confusión se apoderó de muchos, desatando la vieja contienda entre el fuero ordinario y militar. Existía la irregularidad de que se enroló al joven teniendo apenas 13 años y su muerte repentina dejaba dudas con respecto a la forma en que ocurrió. La negativa de la milicia a aportar más datos no colaboraba para tener una idea rápida y avanzar en la obtención de pruebas en contra o a favor de la institución, confirmar o descartar sobre las causas que condujeron al fallecimiento de Pedro.
La fiscal del caso, María Teresa González de Daniel, era muy joven. La investigadora comentó a los reporteros que el deceso se registró a las 17:00 horas. El detalle en ese reporte apuntaba a la muerte de un jinete del Regimiento de Caballería apostado cerca del Puente Remanso. Fue hasta ese lugar y encontró a los agentes del Departamento de Criminalística y al jefe de la Comisaría 4ª de Villa Hayes. En ese momento solo estaban recogiendo evidencias, ya que a Pedro –creyendo que aún estaba con vida– lo llevaron hasta el Hospital San Jorge para auxiliarlo.
Esas evidencias fueron restos de manchas de sangre, cuatro cartuchos servidos y uno percutido. También obtuvieron las muestras de las manos de un subteniente que socorrió a Pedro, aunque no pudieron obtener su declaración por no contar con los permisos que correspondían, pero sí lograron obtener esa evidencia para someterla a análisis. La investigadora buscaba probar la teoría de un tirador o descartarla, pero finalmente solo un laboratorio de balística podría aclararlo.
TESTIGOS MUDOS
A las evidencias, que no ayudaban mucho a establecer el contexto en el que murió Pedro, se sumaba lo confuso del momento en que ocurrió. Él no se encontraba solo y algunos soldados que lo acompañaron fueron entrevistados por reporteros en ese entonces.
Uno de los entrevistados sugirió algo inquietante, pero jamás fue más allá como para permitir develar el misterio.
–Hugo, ¿qué fue lo que vos viste?, ¿cómo le mataron al muchacho? –preguntó sin mucho rodeo la reportera teniéndolo de frente y mirándolo fijamente para establecer un momento de confianza.
–¿Cómo fue? –contestó el joven militar mientras daba la espalda al camarógrafo protegiendo su identidad.
–Ajá –respondió la periodista.
–Se estaban discutiendo – respondió el soldado, que por la voz se notaba que se trataba de alguien muy joven.
–¿Con quién se estaba discutiendo? –volvió a intimidar la comunicadora, tratando de obtener un nombre que valide la hipótesis de que ahí existió algo más.
–Con ese muchacho… –volvió a responder sin entrar en muchos detalles.
–¿Y después?, ¿cómo fue que le disparó? –preguntó esta vez la periodista intentando deslizar la posibilidad que confirme una de las hipótesis que manejaban los investigadores.
–No sé, sacó su arma y le disparó… –contestó el soldado confirmando que a Pedro lo mataron.
–¿Con una pistola? –comenzó nuevamente la reportera con la misma información, verificando que Hugo esté contando la verdad.
–Hee…
–¿Ese muchacho (Pedro) estaba armado? –interrogó nuevamente la comunicadora para reforzar la tesis de un crimen.
–No, sin arma… –le respondió el conscripto con total seguridad.
–¿Dónde estaban?, ¿afuera? –insistía la comunicadora buscando cada vez más detalles de lo que acababa de descubrir.
–Afuera, hacia el fondo –dijo Hugo mientras intentaba no mover mucho la cabeza, pues sabía que lo estaban filmando y no quería ser identificado.
–¿Y vos dónde estabas? –preguntó la periodista para verificar qué tan cerca estuvo del momento que este aseguró presenciar.
–Yo pasé y algunos estaban en su dormitorio –respondió el soldado un tanto disperso.
–Los otros... ¿Y Antonio y el otro muchacho, estaban afuera? –reiteró la periodista para tratar de ubicarse mejor dónde realmente ocurrió todo.
–Sí, se estaban discutiendo – contestó Hugo reafirmando que Pedro tuvo un conflicto con otro militar.
–Se discutieron fuerte, entonces –reafirmó la periodista.
–Sí…
–Entonces sacó su arma ¿y el otro? –la reportera buscaba más detalles que ayuden a entender qué ocurrió aquel día.
–Sí, y el otro le disparó –contestó Hugo con total certeza.
–¿Y dónde tenía su arma? –preguntó la periodista mirándolo aún más fijo a los ojos.
–Acá tenía, grande era, pero acá tenía, sacó de acá –respondió Hugo señalándole bajo el estómago.
–¿En su cintura? –le interrumpió la periodista.
–Sí…
–¿Y dónde le disparó a Antonio? –preguntó la comunicadora a sabiendas del resultado de la autopsia.
–Acá le disparó y luego con un machete le cortó otra vez acá –Hugo le exhibió bajo la boca primeramente y el corte detrás de la cabeza.
–¿Después de dispararle? –preguntó sorprendida la periodista.
–Sí…
–¿Y después qué hizo el otro muchacho? –interrogó la mujer.
–Le miró, después me miró y salió corriendo –respondió Hugo y dieron por cerrada la entrevista.
La periodista Violeta Morínigo fue la encargada de hacer pública la entrevista y aunque la carga de la información representó la confirmación de una de las teorías sobre la muerte de Pedro Antonio, nunca aquel soldado reveló quién fue el supuesto tirador y tampoco los investigadores hicieron lo propio para descubrirlo.
LA IDENTIDAD SUSTITUTA
En el mes de mayo de 1986 en la ciudad de Clorinda, Argentina, Semproniana dio a luz a Pedro Antonio en un hospital público. Su nacionalidad fue argentina en consecuencia y no hizo trámites para nacionalizarlo paraguayo natural ante un juzgado luego de su retorno al país por cuestiones económicas. El niño solo contaba con su DNI, el número 32328447.
Esto no fue impedimento para que aquel día del rapto dos militares le presentarán a Pedro la solución para su incursión en la milicia. Le conseguirían el documento paraguayo y con eso su servicio militar estaba garantizado. Fue así que lograron el certificado de nacimiento número 1643436 de la Dirección General del Registro del Estado Civil. En su oficio número 711 hacía constar que Pedro Antonio Centurión fue inscripto un 24 de abril del año 2000 por su madre, Semproniana, en la oficina de Fortín Caballero.
El tomo era el número III, folio 36, acta 390. Su lugar de nacimiento fue la ciudad de Luque, en Paraguay, y la nueva fecha de nacimiento fue el 5 de mayo de 1981 y por tal motivo tendría 19 años.
Esos papeles eran de contenido falso, pues debían asegurar que aquel adolescente de 13 años tenía la edad necesaria para ingresar a la Academia Militar como también la nacionalidad paraguaya para el mismo efecto. Con la muerte de Pedro, la presión de los medios de comunicación y de las organizaciones civiles obligó a la institución a tomar una resolutiva con respecto a los dos altos militares que se encargaron de obtener aquella identidad sustituta para el niño en aquel momento.
FALLA EN EL FALLO
La Justicia Militar condenó a tres meses de arresto a los coroneles Raúl Ortiz, comandante de la unidad y jefe de reclutamiento número 17 de Villa Hayes, y a Julio César Cardozo, comandante de la Segunda División de Infantería. Pero no fue solo la castrense la indolente en su determinación. En cuanto a la muerte de Pedro, el Juzgado de Primera Instancia Penal-Militar, del Segundo Turno, resolvió el 23 de noviembre del año 2000: “Sobreseer la averiguación constituida por la muerte de la presunta víctima debido a que el hecho probado no habría constituido delito por haber ocurrido de forma causal, no imputable a terceros. Producto de acto de servicio”.
Sin embargo, faltaría un golpe aún más certero para los que buscaban una respuesta a la muerte repentina de Pedro. En el fuero ordinario, en la Unidad Penal Número 3, la carpeta se archivó desde ese año 2000. El argumento fue que los investigadores no pudieron individualizar a los responsables de lo que ocurrió. Tampoco confirmaron o descartaron un suicidio.
Enterraron abruptamente el caso y la duda fue como una noche lluviosa de invierno, sin una sola luz que pueda ayudar a ver qué camino tomar para aclarar qué pasó con Pedro.
El 9 de abril del año 2001, la Corte Suprema de Justicia Militar resolvió calificar la falsificación de los documentos de Pedro como “faltas contra la disciplina militar”, estableciendo como responsables a los coroneles Raúl Ortiz Ross y Julio César Cardozo. Se los sancionó con la pena de 90 días de arresto.
La muerte de Pedro quizás haya sido archivada por la justicia de ambas instituciones, pero no así por varios jóvenes que se identificaron con lo que sucedió. Muchos creyeron que su muerte no fue accidental y que en caso de que haya decidido quitarse la vida fue a consecuencia de la depresión por las golpizas a las que era sometido por su nacionalidad o como parte de un régimen de instrucción violento.
Luego de su fallecimiento, algunos soldados buscaron a los medios de comunicación y pidiendo la protección de sus identidades confirmaron que también fueron víctimas de tortura.
–Me pegaron en la boca y me rompieron la cabeza. Me pegaban con machete, se creían por su insignia. No puedo decir sus nombres porque me van a buscar y encontrar.
–Me amenazó todo mal. Que me rompería el brazo, por eso me fugué de ahí. Fue el teniente primero Pedro Argüello. No sé por qué me perseguía. Nos amenazaba de muerte. Yo estaba en la Artillería en Curuguaty. Me decía: “Acá ya no estamos más en la ciudad, estamos en la selva y acá nos vamos a matar todos”.
En el mes de mayo del año 2005, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos tomó intervención en el caso luego de la presentación de una denuncia por parte de la Asociación de Víctimas y Familiares del Servicio Militar. En ellas se expusieron las violaciones a los derechos humanos cometidos por el Estado paraguayo durante los nueve meses que Pedro Antonio estuvo prestando servicios en los destacamentos a los que fue asignado, entre ellos el último la Caballería, que se constituyó en la escena del crimen y en donde no se pudo individualizar al autor del disparo que mató al adolescente.
Como una de las tantas medidas de reparación por la muerte de Pedro, el Estado paraguayo resolvió en el año 2009 el ascenso póstumo de Pedro Antonio al grado de vicesargento primero y el derecho a cobrar una pensión para los familiares.
Tras su muerte también modificaron dos leyes, 5069/75 “Del servicio militar obligatorio” y la 123/52 “Del centro de instrucción militar para estudiantes y de formación de oficiales de reserva (Cimefor)”. Con esto se prohibiría en forma absoluta la incorporación de menores de 18 años a la milicia. A esto se sumó una reglamentación interna.
El 3 de marzo del año 2006, la orden especial número 42 prohibió el reclutamiento de personas menores de 18 años.
DIECINUEVE AÑOS DESPUÉS
En ese entonces Semproniana firmó un acuerdo amistoso asumiendo la responsabilidad internacional por la muerte de su hijo e incluyendo varias medidas de reparación.
En aquellos tiempos, Semproniana atravesaba graves problemas económicos y no tenía forma de acceder a la pensión, ya que necesitaba ser declarada heredera. La solución no tardaría en llegar con una abogada, Clarise Cáceres, de la Defensoría en lo Civil y Comercial de la ciudad de Luque. Mediante su acompañamiento, la madre de Pedro no tardaría en acceder a esa sucesión y luego a la reparación económica a la que se comprometió el Estado. El 23 de julio del año 2019, finalmente cumplieron con uno de los compromisos asumidos, la transferencia de un inmueble muy valorado por Semproniana.
Aunque el dolor por la pérdida de su hijo aún estaba presente, finalmente se cumpliría lo que él le repetía siempre desde los nueve años hasta el último día en que lo vio.
“Mamá, vos no te preocupes, yo algún día te voy a comprar para tu casa…”.
FIN
Dejanos tu comentario
Soldado de papel (parte IV)
Óscar Lovera Vera, periodista
Semproniana sabía que algo más sucedió y que podría explicar la muerte de Pedro en el puesto militar, pero no tenía dinero para ir contra ellos, aunque tal vez existiría otra oportunidad que ayudaría a la mujer a conocer la verdad.
El cuerpo de Pedro estaba en un cajón que describía toda la importancia que las Fuerzas Armadas le daban a sus conscriptos. Sin embargo, ahí no estaría lo más grave. Semproniana estaba quebrada por la pérdida de su hijo y no quería entrar en razón al momento en que la Fiscalía le solicitaba una autopsia del cuerpo, ya que la duda no era solo de ella. Ya invadió a todos y necesitaban que permanezca en la Morgue Judicial de Sajonia para realizar los estudios y determinar el origen y dinámica de aquel disparo.
Semproniana no comprendía qué significaba eso y se negó. Para ella su hijo murió y, si bien la duda sobre la causa de su fallecimiento la consumía, el dolor por no ver más a Pedro, su mayor esperanza, era superior y esa misma tarde a finales del año 2000 el cuerpo del soldado fue llevado hasta la casa en la ciudad de Luque.
EFECTO DOMINÓ
Fue ahí cuando comenzó el efecto en cadena para disolver en el tiempo la investigación sobre el soldado de papel. Ese adolescente no solo murió en una circunstancia que rebosaba de incertidumbre, ya que en dos ocasiones argumentaron accidente, sino también habrían obtenido documentación paraguaya para un menor de edad de nacionalidad argentina, por lo que se trataba de más de un delito.
Semproniana solo quería esos minutos de privacidad con el cadáver de su hijo, llorarlo y lamentando no haber estado al momento en el que se lo llevaron para intentar impedirlo, pero eso tendría un efecto devastador en la pesquisa al dejar sin norte a los investigadores.
En aquel tiempo la fiscal que tomó el caso fue María Teresa González de Daniel, quien fue la encargada de intentar convencer a Semproniana para que autorice el procedimiento. En una conversación con un reportero rememoró aquel momento.
–Le manifesté que aguardábamos la presencia del médico forense de la Fiscalía, el doctor Carlos Garrigoza, quien iba a ver si podría determinar la causa del deceso y lo que nos interesaba, el orificio de entrada, el de salida del proyectil y la trayectoria del mismo. Además, si se constataban signos externos de violencia física o no. Le manifesté también que en caso de que existan dudas yo esa misma noche iba a estar ordenando el traslado del cuerpo a la morgue a ese efecto, pero cuando se constituyó el forense al examen médico –el cual yo presencié– y que se hizo conjuntamente con el Departamento de Criminalística, no hubo necesidad de practicar la autopsia, según dejamos constancia en un acta. El doctor Garrigoza determinó cuál era el orificio de entrada, el orificio de salida y la trayectoria del proyectil. No se constataban signos externos de lesión física en el cuerpo del occiso.
El médico Carlos Garrigoza hizo lo mismo recordando su procedimiento. En una extracción hecha de un relato concedido a un canal de televisión precisó el punto llamativo de la inspección que hizo del cuerpo de Pedro.
–Básicamente, lo que llamaba la atención, en esa oportunidad, era la presencia de una herida importante, digamos, en la región del mentón con áreas de quemaduras y tatuaje en esa zona. Eso era lo que llamaba la atención. Y otro orificio en el cráneo, en la región frontoparietal. En esas circunstancias, y teniendo en cuenta los objetivos, bueno, yo las cosas preliminares no sé, porque básicamente nuestra función como médicos forenses es establecer las causas de la muerte de una persona.
Un especialista en balística aportó su teoría sobre la muerte de Pedro; este fue el perito Carlos Aquino. Igualmente, lo mencionado fue una extracción de un diálogo con un reportero que entregó los elementos al especialista para que teorice sobre qué pudo ocurrir con el soldado ante las dudas sobre una eventual autoeliminación.
–Sin mirar el cadáver, y estamos hablando de conjeturas, a mi criterio pueden darse dos circunstancias. Una: que se haya utilizado una bala de punta hueca o una bala de punta blanda, que son las denominadas de caza que hacen una herida muy lacerante en el orificio de entrada, pero que normalmente no atraviesan, o sea quedan dentro del cuerpo. Dos: el otro caso sería que el arma haya estado en contacto con la piel. Entonces, los gases de la deflagración de la pólvora, que son los que impulsan al proyectil, al penetrar en el cuerpo humano rompen y laceran en gran parte lo que se da a llamar el orificio de entrada que duplica o triplica el tamaño. De ocurrir eso queda un tatuaje circular que corresponde al caño del arma. El orificio de entrada es ligeramente inferior al calibre del proyectil y el orificio de salida puede ser dos a tres veces superior al calibre.
A este aún confuso episodio se sumó otro médico forense, el doctor José Bellasai.
–En la revisión primaria de esta autopsia, en la que coincidimos ambos peritos médicos y el perito balístico, es que el orificio de entrada estaba en la región mandibular y el orificio de salida en la cabeza. Hay demasiados elementos que confirman esta hipótesis.
Para los tres expertos la forma en que murió Pedro era clara. El proyectil entró bajo el mentón y escapó por la parte superior de la cabeza, pero ¿qué lo pudo ocasionar? Si bien podría aplicarse algo del sentido común, no podría utilizarse esto dentro del rigor científico para esclarecer una muerte y menos dentro de una jurisdicción militar donde al menos dos veces se presentaron indicios de tortura y la víctima escapó una vez de su puesto. ¿Qué pasó realmente con Pedro?
EN EL BARRIO
Al ver lo que sucedía en los noticieros y las publicaciones de los periódicos, como los médicos y otros especialistas debatían qué fue lo que sucedió con Pedro, los vecinos decidieron unirse y colaborar para comprar otro ataúd para enterrarlo. Aquello en el que los militares entregaron a su madre era una simple caja que no representaba nada más que lo desechable que son los hombres para la milicia o, mejor dicho en este caso, un niño para la milicia.
Para demostrar su disconformidad con todo lo mal que trataron a la familia de Pedro, quemaron la caja mortuoria frente a la vivienda del soldado de papel. Miraban fijamente el fuego avivándose por encima del horizonte, queriendo que eso llegue como mensaje hasta los oficiales castrenses de cómo sus actos tendrán consecuencias en la vida de cada uno. Querían hacerles notar cómo no lo olvidarán, cómo aquellas cenizas a las que es reducido el cajón, así por siempre quedará el momento en que interrumpieron una siesta en el barrio, aprovechando la ausencia de una madre para raptar a un niño y hacerlo soldado.
Manipularon sus sueños, torciendo su incipiente vida a favor de la voluntad de una orden superior a la que no le importó el derecho de nadie. Eso que sentían, eso que gritaban al unísono, ¡justicia!, no lo podrán apagar de sus mentes.
Como acto probablemente divino la inhumación de los restos de Pedro tuvo un retraso. En jornadas de lluvia intensa en el mes de setiembre la obligación de aguardar a que amaine era lo mejor para que pudieran despedirlo como querían, todos juntos en el cementerio municipal de la ciudad. Algo de tiempo ganaría el destino, aplazando el acto, permitiendo que algo más suceda.
A los tres días Semproniana obtuvo la orden de defunción para enterrar a su hijo. Todo el barrio acudió al cementerio y lo despidieron con llantos que estremecían el alma. No existía consuelo y no alcanzaban a comprender qué sucedió con él.
Su ilusión por la vida uniformada era auténtica y, aunque su salud desmejoró mucho, los rumores sobre los golpes que recibía por ser argentino, aquella vez, solo esa única vez que lo vio no observó que sus sueños se hayan quebrantado por todo eso; al contrario, quería continuar. Entonces, ¿por qué Pedro habría querido quitarse la vida? Tal vez la verdad estaba muy cerca.
Algunos miembros de la comunidad argentina se enteraron por los incesantes reportes periodísticos que un niño de esa nacionalidad habría muerto en una guarnición militar en Paraguay.
En muy poco tiempo conformaron un grupo de intervención y lograron una representación jurídica para tomar acciones rápidas de manera que vía consular respondan a sus peticiones.
Tres semanas después de sepultar a Pedro, obtuvieron una orden judicial para la exhumación del cadáver y una orden de autopsia. Hasta ese momento el suicidio era lo que siempre argüía la milicia; sin embargo, la pericia esta vez diría otra cosa…
Continuará…
Dejanos tu comentario
Soldado de papel (parte II)
Óscar Lovera Vera, periodista
¿Pedro estaba bien? Semproniana debía afrontar que estaba detrás de la puerta de aquella habitación en la Academia Militar. Ella esperaba lo peor, aunque no imaginaba que eso solo estaba por empezar.
Cuando hizo a un lado la puerta, Semproniana buscó por todos lados ese rostro que conocía de memoria desde que lo vio nacer. Peinó el amplio dormitorio con la mirada, pero solo vio una cama de metal. Podía notar que existía un bulto en ella, pero no identificaba bien porque una blanca sábana lo cubría. Un repentino sentimiento de amargura comenzó a invadirla por completo y aunque quería entregarse a él no podía, estaba sola de nuevo parada en medio de esa gran habitación tratando de saber si aquello eran los restos de su hijo.
Insistentemente miraba detrás de ella, aún con alguna esperanza de encontrar a alguien que le explicara exactamente de qué se trataba todo esto. Por qué la trajeron hasta ahí y la arrojaron a su suerte sin informarle nada más que Pedro tuvo un accidente. Semproniana llegó al costado de la cama, la miró de pie a cabeza, exhaló profundo y se inclinó para tomar un extremo de la sábana con la mano. Jaló con fuerzas para arrancar la ansiedad desde la mismísima raíz de la incertidumbre que la condujo desde su casa hasta la Academia Militar, la hizo caminar por metros y metros, pasillo tras pasillo de silencio absurdo verticalista, todo para que de una vez tenga la respuesta que nadie podía dársela. La cama estaba llena de enseres personales, botas, uniforme y una gorra.
Más que confundida, Samproniana estaba sumida en cólera. ¿La llevaron hasta ese sitio para exhibirle prendas militares de su hijo? Iracunda recorrió todo el camino en la mitad del tiempo que la condujo hasta ahí y al primer soldado que se le atravesó le tocó escuchar los alaridos que tronaron como tempestad; la tropa detuvo su instrucción.
¿DÓNDE ESTÁ PEDRO?
Repentinamente en toda la institución se escuchó una voz de mando con un sentimiento de pena, desazón, destrozado por la congoja a consecuencia de la burocracia castrense. Semproniana puso un alto a la absurda forma en la que estaban tratando y exigió ver al alto mando. Si no le daban una respuesta, estaría dispuesta a duplicar su irascible reacción.
-¡¿Dónde está mi hijo, a dónde le llevaron?! –interrogó la mujer a un teniente de guardia.
-¿Su hijo es Pedro Antonio Centurión? –preguntó el militar.
-Sí, señor, ¿quién más? Ustedes me trajeron aquí, deberían saber. Me llevaron hasta esa habitación y solo encontré lo que supongo es su uniforme… ¿Dónde está él? – insistió la mujer con menos paciencia.
-Lo llevaron al Hospital San Jorge, señora. Tuvo un accidente como le informaron. Es todo lo que puedo decirle –respondió el teniente haciendo uso de la consabida burocracia fría y cruel.
A Pedro lo llevaron a un hospital militar a 24 kilómetros de la Academia. Su madre nuevamente debía ir hasta ahí y no entendía por qué esa información no la proporcionaron desde un principio. Con cada minuto que transcurría ella comprendía que lo peor pasó con el niño y que los del Ejército solo estaban ganando tiempo.
Semproniana llegó al hospital militar. Bajó las estriberas de un bus del transporte público después de una hora de viaje desde la Academia Militar hasta Loma Pytã, en Asunción. La deferencia de los soldados se acabó, pero era mejor así. Ya no soportaba verlos y menos escuchar su absurda y premeditada afonía.
Dejando de lado todo eso, atravesó la puerta del hospital. Fue hasta urgencias, le informaron que Pedro podría estar ahí. Preguntó por él a la enfermera que estaba en la recepción, pero la mujer no supo qué responder. Le pidió que aguarde unos segundos. Semproniana se alejó unos pasos de la ventanilla y luego avanzó nuevamente ante el llamado de la mujer de blanco.
-Señora, ahí le van a llevar –dijo la enfermera indicándole con el dedo al guardia de seguridad. El custodio anticipadamente recibió la información de acompañarla junto a su hijo.
Ahí nuevamente estaba Semproniana caminando a lado de un desconocido, alguien con quien no podía siquiera compartir su pena, desahogarse por lo que padeció en la Academia Militar y vivir lo mismo en el hospital. Solo escuchaba sus pasos que rebotaban por complicidad del eco, retumbaba sus pensamientos e intentaba ver la señalética del lugar, radiología, cuidados intensivos, laboratorio…
-¡Por aquí, señora! –interrumpió el guardia para sacarla de la distracción a Semproniana.
Ella continuaba mirando a los lados, quizás buscando alguna forma de dispersar esas voces en su cabeza que le teatralizaban el irreversible final. Entendía por sentido común que tantas vueltas al asunto y la falta de precisión no se debían solo a la burocracia en la milicia, sino a que escondían algo. No quería aceptarlo, se aferraba a la fe. Al mismo tiempo comprendía que esos hombres, seguramente, estaban trabajando en la manera de explicar lo que sucedió con Pedro. ¿Cómo fue el accidente? ¿Fue un accidente realmente?
Semproniana se hablaba a sí misma: “Debés estar atenta a lo que suceda, que no te engañen”.
TRECE AÑOS ANTES
Mayo de 1986, Clorinda, Argentina. Semproniana por aquella época trabajaba en la zona comercial de esta ciudad. Se surtía en la compra de mercancía que la revendía en Paraguay y con eso ganaba su buena plata. Estaba en sus últimos días de embarazo y con dificultad hacía el trajín de cruzar la frontera a diario.
El trabajo duro hizo que el trabajo de parto se adelante debido a la urgencia y su estadía por tiempos largos en la ciudad fronteriza. Un cinco de ese mes de mayo, Semproniana conoció a Pedro Antonio en un hospital público. El bebé nació sano engrosando la familia compuesta por nueve hermanos. Lo registró como ciudadano argentino con el DNI número 32328447. Unos años después la realidad económica fue otra, la competencia era importante y aquello de comerciar con viajes de 40 kilómetros de ida y retorno dejó de tener el mismo valor.
Para Semproniana el sacrificio al dejar por mucho tiempo a sus hijos no compensaba y resultó mejor instalarse en Luque, aunque no tenían un techo bajo el cual cobijarse. Al poco tiempo una vecina los acogió hasta que ella pudiera conseguir un lugar propio.
La vida para aquella familia no era fácil; sin embargo, no cedían. Se las arreglaban para comer y estudiar. Pedro cumplió los nueve años y repetidamente recordaba a su madre que él le regalaría para su casa, que no se desvele. Tarde o temprano construiría una casa y no vivirían con la vecina, a la que estaban agradecidos, pero no se comparaba con el techo propio.
Con este argumento, el pequeño logró convencerla de un trabajo que obtuvo con una empresaria de la ciudad. Consistía en recoger leña y cargarla en carretilla hasta una fábrica. Eso lo hizo día tras día, sin quejarse.
Para Pedro era una ilusión lograr que su madre tenga un hogar donde descansar. En sus sueños solo estaba trabajar y con sus primos al momento de charlar solía comentar de su afán de ser militar, se quería alistar y a eso iba a llegar.
AÑO 2000, DE VUELTA EN EL HOSPITAL
Semproniana llegó al final del recorrido. El guardia le indicó por dónde debía cruzar. En la parte superior se podía leer “Pediatría”. Antes de darle las instrucciones, dejó con la palabra en la boca al custodio. Era tanta la zozobra que no cabía en ella, la descargó impulsando enérgicamente la blanca puerta abatible, a su espalda, el vigoroso abanico del pórtico de madera, que se rozaban entre sí. Despertaron la curiosidad de los pacientes, enfermeros y residentes.
Aquello parecía un cruce semafórico y se detuvo ante la luz roja de una madre que buscaba desesperadamente cruzar el umbral de la incertidumbre.
-Enfermera, estoy buscando a mi hijo. Se llama Pedro Antonio Centurión y tuvo un accidente en la Academia Militar –dijo Semproniana a la primera que encontró ataviada con un guardapolvo de color blanco.
-Ehhh, sí, sí. Déjeme consultar el registro, señora. Así le digo dónde está –contestó la licenciada
Esa duda ponía algo de esperanza en Semproniana. Mientras se retiraba en busca de su planilla, la madre de Pedro observaba a varios niños o al menos ella creía que lo eran; en sus rostros se notaba la inocencia. Muchos de ellos vestían el verde uniforme militar. Se los veía vendados, como si estuvieran en tiempos de guerra cuando realmente lo último parecido a un enfrentamiento con fuerzas militares fue el golpe de 1989 con la caída del régimen del dictador Alfredo Stroessner. Distaba mucho de eso y no entendía por qué tantos heridos.
La enfermera retornó con la planilla en la mano. Miró de nuevo a Semproniana y con una lapicera recorrió la lista de internados.
-Señora, su hijo está en sala intermedia. Estuvo en cuidados intensivos por un accidente, eso nos reportaron. Acompáñeme y la llevo junto a él.
Continuará…