El pasado 11 de febrero, Lucile Randon, más conocida como la hermana André, cumplió 118º cumpleaños de edad, con un cierto cansancio, pero mientras tanto esta mujer deja siempre su puerta abierta por si alguien quiere pasar a saludar.

Una cama individual, una virgen y una radio apagada desde hace meses... En su habitación, la mujer, preocupada por la marcha del mundo, se limita a esperar, sentada en su silla de ruedas, con la cabeza gacha. Con sus ojos, que ya dejaron de ver, cerrados, quizás piensa, reza, dormita. La hermana André, de rostro delicado y memoria abismal, se presenta siempre vestida de monja, con un velo azul.

Su jornada empieza pronto. “A las 7:00 me levantan y me sientan a la mesa”. A continuación, la trasladan a la capilla, donde Lucile Randon, que tomó el hábito con más de 40 años, escucha el oficio cada mañana. “Es terrible no poder hacer nada sola”, se queja esta mujer que trabajó hasta finales de los años 70 y que cuando tenía 100 años se ocupaba aún de residentes más jóvenes que ella.

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Pero conserva lo más bonito, a su juicio, el contacto con los demás. “Me alegra cuando vienen a hacerme compañía, como David. David es un encanto, ¿lo conoce?”, dice con su mano enlazada a la de su confidente.

David Tavella, animador en esta residencia de ancianos de Toulon (sureste de Francia) a orillas del mar Mediterráneo, es también su responsable de prensa, que gestiona las solicitudes de periodistas de todo el mundo. Y los regalos y cartas. El presidente francés Emmanuel Macron, su 18º jefe de Estado, envió por escrito a la anciana sus mejores deseos para 2022, que concluyó con un “muy respetuosamente” para la ocasión.

Hasta 122 años

Lucile Randon, nacida el 11 de febrero de 1904 en Alès (sur), es de hecho la decana de los franceses y de los europeos, superada en el mundo únicamente por la japonesa Kane Tanaka, de 119 años. Eso que se sepa. En el pasado, ya ocurrió que personas aún más mayores terminaron sacudiendo los datos de la base científica IDL (International Database on Longevity), tras darse a conocer por el libro Guinness de los Récords.

Cuando se trata de la esperanza de vida, se cita a menudo Japón o las “zonas azules”, regiones remotas de Cerdeña (Italia), Grecia o Costa Rica que cuentan con un gran número de centenarios. Francia, menos. Sin embargo, en la turística Provenza francesa vivió Jeanne Calment, la persona que vivió más tiempo en la historia de la humanidad y cuyo estado civil pudo validarse. Murió en Arles en 1997, a los 122 años.

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André Boite también vive en el sur de Francia. A sus 111 años, es uno de los pocos hombres del mundo “supercentenarios” (más de 110 años), sigue residiendo en su casa en Niza y le gusta vestir traje con chaleco.

Según la oficina de estadísticas Insee, unos 30.000 centenarios viven en Francia y 40 superan los 110 años. En el mundo había medio millón de centenarios en 2015, según la ONU, que proyecta 25 millones para 2100. Pero, ¿cómo viven su longevidad?

Esperando la muerte

Cuando se le recuerda a Hermine Saubion, que tiene 110 años, responde: “Aguanto”. La supercentenaria acaba de despertarse de una siesta en su silla de ruedas a la entrada del restaurante de su residencia de ancianos en Banon (sureste), pueblo situado entre colinas pobladas de robles y pinos.

Su bello rostro cobra vida, aparece una gran sonrisa, una mirada intensa. La mujer no tiene problemas de salud, sino incapacidades físicas y una sordera severa que la aísla. Sólo entiende fragmentos de oraciones, pero no renuncia a su vida en sociedad. Cuando Annick, otra residente del centro donde vive desde hace dos años, pasa cerca, le grita: “¡Vamos, siéntate!”.

“Si se queda demasiado tiempo sola en un lugar, no duda en manifestar su disconformidad”, confirma Julien Fregni, un trabajador social. Esta marsellesa, que conoció un gran amor antes de cuidar a su madre viuda, nunca buscó la longevidad, sólo llegó. Al igual que su hermana Emilienne, de 102 años, otra centenaria de la residencia.

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La hermana André tampoco tiene problemas de salud, más allá de la rigidez muscular y articular ligada a su inmovilidad y toma muy pocos medicamentos al día, sin duda “uno de sus secretos de longevidad”, según su médica Geneviève Haggai-Driguez.

Sobrevivió sin problemas al COVID-19, que le provocó un poco de cansancio. “Cuando hablamos con ella, asegura: ‘De todas formas, tuve la gripe española’”, explica la doctora. Los especialistas constataron de hecho que los ancianos nacidos antes de la epidemia de gripe española de 1918 resistieron mejor al COVID-19 que los nacidos después.

No muy lejos, en Valréas, vive Aline Blaïn, una exmaestra de 110 años. Autoritaria y dulce a la vez, a esta “estrella” de su residencia le gusta hojear la revista Paris Match. “Lo más importante para mí es la visita de mi hija, de las pequeñas”, asegura. A sus 76 años, su hija Monique cuida de ella casi diariamente.

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Aunque se muestran resistentes, estas personas han visto desaparecer a muchos a su alrededor y ya no tienen a nadie con quien compartir su historia de vida. A Aline Blaïn le gustaría que se olvidaran de su edad. “De todas formas, ya no tengo edad”, asegura.

Sobre la muerte, hablan sin tabú, es su día a día. “Esperamos”, asegura Hermine. “Esperamos el final, la muerte, que un día llegará”. La hermana André se siente preparada. “Pasar todo el día sola con tu dolor no es divertido”, pero “Dios no me escucha, debe estar sordo”.

Pasión y coquetería

La ciencia no ha logrado todavía desvelar el secreto de esta longevidad. “No tenemos ninguna certeza, sino hipótesis”, asegura Jean-Marie Robine, demógrafo y gerontólogo. El experto cita la riqueza económica, la democracia “e incluso la socialdemocracia”, los factores nutricionales con “dos grandes regímenes alimentarios: el japonés (pescado, verduras) y el mediterráneo”.

A todo esto, se suman las características propias de la persona, los genes o la ausencia de genes vinculados a factores de riesgo. “Jeanne Calment cumplía todos los requisitos de longevidad. Tenía un estilo de vida impecable. Empezó a fumar a los 25 años, pero solo un cigarrillo al día, y bebía un dedo de oporto por la noche”, explica Catherine Levraud, jefa de geriatría del centro hospitalario de Arles.

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Daniela S. Jopp, profesora de psicología del envejecimiento de la universidad suiza de Lausana, cita también el “optimismo”, que está vinculado a “mecanismos del sistema inmunitario”. En sus estudios en centenarios de Alemania y Estados Unidos, la investigadora encontró rasgos comunes: son extrovertidos, tienen carisma, disfrutan de las relaciones sociales, tienen pasiones, son capaces de dar sentido a la vida y saben adaptarse.

La coquetería podría ser otro para Hermine, que exige bonitos peinados como sus dos moñitos que llama cariñosamente “los cuernos del diablo”, y para Aline, que pide vestidos y chalecos que combinen. Porque, como dice la hermana André, lo más importante en la vida es “compartir un gran amor y no ceder en cuanto a sus necesidades”.

Fuente: AFP.

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