Por Bea Bosio, beabosio@aol.com
Cuando hace 24 años ocurrió la tragedia que se llevó a Lady Diana, todo el mundo especuló que su corazón era del hombre que la acompañaba: Dodi Al Fayed. Mil historias se forjaron en torno de aquella tragedia que dejó huérfanos a los príncipes de Inglaterra, pero quienes conocían a la princesa juran que su verdadero amor no estaba a su lado en la fatídica noche del Puente de las Almas.
Según su círculo más intimo, el dueño de su corazón se llamaba Hasnat Khan, un cirujano cardiovascular de Pakistán que trabajaba en un hospital de Gran Bretaña. Nada podía estar más alejado de los lujos de Dodi que el médico que había conocido por casualidad dos años antes cuando acudió a visitar a un amigo que acababa de someterse a un triple bypass. En la sala de espera, el cirujano apareció para hablar con la familia y alguien por cortesía le presentó a la princesa.
–Doctor, ella es Lady Diana.
El médico apenas reparó en ella con una mirada rápida antes de salir de la sala. Cuando se fue, Diana miró a sus amigas encantada.
–¿Solo a mí me pareció tan lindo? –Dicen que dijo y repitió el nombre que había visto bordado en su ropa.
Durante las tres semanas de la internación de su amigo la princesa volvió a visitarlo, y pronto logró conquistar al médico taciturno y ensimismado. Él le pidió que lo acompañara a casa de unos tíos a buscar unos libros, ella aceptó y así los encontró el amor, una tarde lluviosa de algún sábado. Lo único que Hasnat le pidió a Diana fue mantener a la prensa alejada. No le gustaba la exposición. Prefería el perfil bajo. Diana aceptó el desafío y la mayoría del tiempo se veían en el palacio de la princesa, lejos de los lentes despiadados. A veces, salían a caminar por las calles de Chelsea, con Diana en peluca paseando de su mano. Solían ir a hacer fila para entrar a los shows de jazz nocturnos que a él le gustaban y a ella le fascinaba este atisbo de normalidad que en él había encontrado. Ahí entre la gente, lejos de los flashes. En el modesto departamento de Hasnat, la princesa bajaba a tierra por un rato y ayudaba a ordenar la casa y a lavar los platos.
A cambio tenía un amor sincero y un compromiso de lealtad asegurado. Porque Diana sabía el calibre del hombre que tenía al lado.
–Todo el mundo me vende menos Hasnat –aseguró alguna vez –él es el único que jamás utilizaría mi nombre para sacar provecho.
Diana lo protegía de los paparazzis y Hasnat la custodiaba de la curiosidad del mundo. Lo que pasaba entre ellos ahí quedaba y así iba pasando el tiempo. Ella pronto quiso formalizar las cosas. Soñaba con casarse y proyectar una existencia más tranquila. Incluso viajó a Pakistán a conocer a su familia. Conquistar a las mujeres del clan pastún no fue nada fácil: La abuela y la madre del médico no estaban muy convencidas a pesar de todas las credenciales de esta dama de la realeza. Eran musulmanas estrictas, devotas y tradicionales. Acostumbradas a los matrimonios arreglados (casi lo único similar que tenían con las costumbres de la monarquía). Pero a Diana y Hasnat no los mandaron. Se habían elegido por esas cosas de la vida. Hasnat no dudaba que le encantaba Diana. Lo que le asustaba era la sobreexposición de la prensa. La idea del matrimonio le parecía una locura. Veía imposible que funcionara a largo plazo. Al menos en Inglaterra. Y Pakistán sería un mundo muy distinto para ella.
El no quería criar hijos en medio de la fama.
Y a ella le dolía que él no se comprometiera.
Por eso quiso alejarse y aceptó la invitación Mohammed Al Fayet para ir con los príncipes William y Harry a St. Tropez una semana. Mohammed le pediría a su hijo Dodi que los acompañara y de París volaría el playboy, que acabó conquistándola. Así es como cuenta la prensa oficial, aunque sus amigos íntimos juran que aquella aventura era la de una mujer despechada. Una estrategia para ver si con celos a cuestas el doctor recapacitaba.
Al final Hasnat no tuvo tiempo de recapacitar nada, porque unos días después de la ruptura ella voló a París, y dejó su vida trunca en el Puente de las Almas.
Si a Hasnat el corazón se le desgarró al enterarse de la noticia no lo sabremos nunca. Cuentan que lo vieron taciturno en el funeral de la princesa y que no quiso hablar con nadie.
No se había casado con ella. Pero la lealtad seguiría intacta por el resto de sus días.
Lo poco que se sabe de la relación es por las declaraciones que dio el doctor a la Scotland Yard en torno a la investigación del accidente de Diana. Jamás lucró con su historia, y la única vez que lo hizo –al ganar una demanda a un diario que había intervenido su línea telefónica– donó la totalidad del dinero al hospital cardiovascular infantil de Pakistán, que había fundado en su país para ayudar a los niños pobres.
En medio de los juicios indagatorios Hasnat se fue de Inglaterra. Volvió a Pakistán. Lejos del ruido, del morbo y de la fama. Especulan que lo hizo para protegerla. Para no tener que ser citado a declarar públicamente sobre su relación con ella.
Actualmente, el doctor de 62 años realiza trabajo humanitario en Arabia Saudita, Etiopía y Pakistán. Habla muy poco, nunca de ella, pero juran en su entorno que la reina de su corazón sigue siendo Diana.