Pepa Kostianovsky
En esta entrega llegamos al final de “Aldea de penitentes”. Recorrimos la senda de cada capítulo de la mano de Berta Correa como guía y los personajes que fueron atravesando sus días con dolores profundos o alegrías sencillas. Rostros y nombres de “buenos y malos” fueron mostrándose ante nuestras miradas como en un espejo gigante donde la sociedad paraguaya de décadas atrás se reflejó con sus miserias y alegrías.
El cortejo llegó hasta el bosquecito cercano al camposanto guaireño. Cuatro mujeres y un poeta anciano cumplían la última voluntad de Berta Correa al darle sepultura al pui del árbol, donde hacía mucho tiempo ella misma había enterrado a Constantina.
De regreso a Asunción, las preguntas de Carmen y Luz acosaban a Antonia y Catalina. Intentaban reunir las piezas de una historia de duelos inmensurables, amores desgraciados, traiciones, ultrajes y penitencias.
Cada uno aportaba lo que sabía y la trama se hacía más compleja y misteriosa. Los pocos datos solo eran llaves de mil interrogantes sin respuestas. Berta se había llevado sus tremendos secretos.
Aquella vida de penas y despojos tuvo un final paradójico, plácido, pletórico, el Día de San Blas.
Berta Correa se había quedado escuchando radio con Antonia y Catalina. Cuando pidió la botella de caña para brindar, las muchachas le recordaron la borrachera del festejo por el primer cabello blanco.
-Voy a tomar por toditas mis canas y toditas mis arrugas.
Y después, por las de Neusa.
Escuchó una y otra vez el comunicado del insurgente.
Alfredo Stroessner había sido derrocado después de treinta y cuatro años de dictadura: estaba preso en los cuarteles de la Caballería y sería expulsado al Brasil.
-Vamos a sentarnos “a la puerta de nuestra casa para ver pasar su cadáver”.
-¿Le van a matar? –preguntó Antonia.
-Echána tu baraja, mamá Berta, para saber –propuso Catalina.
Berta Correa bebió el que sería su último trago, alzó la copa vacía y vio el avión que se alejaba... Antes de cerrar los ojos para siempre, profetizó:
-Ya es muerto. No se puede nomás ir. Va a andar mucho todavía por este valle penando culpas. Y después recién, cuando el diablo quiera llevarle, se va a ir al infierno.
Dejanos tu comentario
José Asunción Flores, entre la dictadura y la democracia
- Por Aníbal Saucedo Rodas
- Periodista, docente y político
Los hiperbolianos insisten tozudamente en instalar la idea de que vivimos tiempos similares a la dictadura de Alfredo Stroessner. Lo hacen políticos de visión amputada por el fanatismo, la ignorancia o la mala fe en alianza con sus consortes mediáticos. Los sobrevivientes de la barbarie de aquella época son conscientes de que no existe una línea de aproximación siquiera. Los que nacieron a mediados de la década de los 80 no se interesaron en conocer ese periodo trágico de nuestra historia o, peor, lo aprendieron desde una perspectiva sesgada a partir de la reproducción oral de dichos acontecimientos, porque, lamentablemente, no forman parte de la malla curricular del sistema educativo nacional. Aunque debiera ser una asignatura obligatoria, detallando crudamente las violentas represiones –exilios, torturas, desapariciones y muertes– contra quienes mostraron resistencia a la brutalidad del régimen. Fue un gobierno deshumanizado que no tuvo piedad con nadie. Menos con aquellos que tenían un pensamiento autónomo.
El Departamento de Investigaciones de la entonces Policía de la Capital y la Dirección Nacional de Asuntos Técnicos (“La Técnica”), dependiente del Ministerio del Interior, competían en saña y bestialidad a la hora de martirizar a sus víctimas para “hacerlas declarar” aunque sean inocentes. La simple sospecha de conspiración era credencial suficiente para someterlas a los más indescriptibles vejámenes. Descabelladas denuncias, en la mayoría de los casos surgidas de intrigas ocasionadas por celos políticos, hasta enemistades personales. Muchos detenidos entraron vivos y salieron muertos. O nunca más salieron, porque aún siguen desaparecidos. No era menos tétrica la Comisaría Tercera. Lo único seguro era la inseguridad que vivíamos. Uno podía ser apresado sin razón aparente ni procedimientos judiciales. La inapelable “orden superior” estaba por encima de la Constitución Nacional. Incluso, algunos antiguos aliados pasaron a convertirse en nuevos enemigos por confabulaciones palaciegas. Otros, con los estertores del régimen, se declararon abiertamente en contra de la continuidad del dictador, ubicándose en la línea de los “traidores”.
Alcibiades González Delvalle (Abc Color) y Antonio Pecci (Sendero, Criterio, Diálogo, Frente, entre otros) son dos sobrevivientes de las mazmorras del estronismo. El primero se volvió un habitué forzoso del Departamento de Investigaciones; el segundo, también protagonista del teatro de vanguardia, pasó unas “largas vacaciones” en Emboscada, donde, en compañía de Emilio Barreto, armó un elenco con los presos y realizó la representación de ocho obras. Ninguno se doblegó ante la dictadura. Ni arriaron su dignidad y coraje. Con Alcibiades y Antonio participé a inicios de semana de la presentación de una nueva edición del libro “Memorias de José Asunción Flores”, editado precisamente por ambos compañeros, con el agregado de un imprescindible contexto para su mejor interpretación. Fue en la Facultad de Filosofía de la Universidad Nacional de Asunción, actividad organizada por la coordinación de las carreras de Ciencias de la Comunicación y de Letras. El creador de la guarania vivió y murió en el exilio. Pero, como dije en la ocasión, no fue el único. En el campo de la música sufrieron idéntico destino Carlos Lara Bareiro y Teodoro S. Mongelós; en la narrativa, Gabriel Casaccia Bibolini y Augusto Roa Bastos; en la poesía, Elvio Romero, y en la política y la academia, el republicano Osvaldo Chaves, fundador y primer director de la Escuela Superior de Humanidades, que sentó las bases para la actual Facultad de Filosofía. Como la lista sería interminable, me limité a citar esos ejemplos.
Para los nostálgicos de la bestialidad y la incultura y los que pretenden convencernos de que hemos retornado a los oscuros días de la dictadura vale como muestra para derrumbar el argumento de los mistificadores de la realidad el mismo acto del que estamos hablando. Un homenaje a José Asunción Flores era impensado en aquella época en que algunos eran felices y la mayoría no lo sabíamos. Por su orientación ideológica (fue recibido con honores en Moscú y China popular) no solo le impidieron el ingreso a su propio país, sino que hasta quisieron desconocer su paternidad como creador de este genero musical que está a punto de elevarse a la categoría de Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la Organización de las Naciones Unidades para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco). Existirían, por entonces, tres escenarios posibles: 1) que el encuentro sea “totalmente prohibido” por orden superior, con suficientes policías y civiles mimetizados en los alrededores para que la arbitraria disposición se cumpla; 2) que el acto se realice por breves minutos hasta que irrumpan las fuerzas represivas para “disolver” a garrotazos a los asistentes y apresar a los “cabecillas”, y 3) el más kafkiano de los arrebatos de omnipotencia del “único líder”: el acto está permitido, pero nadie puede entrar.
La democracia no es un proyecto acabado. Es un proceso en constante perfeccionamiento. De construcción continua. La posibilidad de juzgar dentro de este modelo de gobierno los desaciertos y las virtudes de sus administradores temporales y de la clase política en general es la dialéctica insustituible para avanzar hacia un estadio idealizado de convivencia. Un estadio que irá ampliando su horizonte en la medida en que la sociedad ensanche el reclamo de sus derechos fundamentales. Flores habría sido un insobornable crítico a la situación que vivimos. Pero lo haría dentro de su propio país y sin riesgos de brutales represalias. Es todo lo que tenía que decir. Buen provecho.
Dejanos tu comentario
Cris Arana: “Hay que tener memoria para construir un país”
- Fotos: Emilio Bazán
En esta edición del programa “Expresso”, transmitido por GEN/Nación Media, Augusto dos Santos recibe a la cineasta paraguaya residente en España Cris Arana, quien estrenó recientemente el cortometraje documental “Emilio Barreto: ángeles y demonios”, que cuenta la vida del actor y perseguido político durante la dictadura. Además de compartir la experiencia del rodaje de esta y otras producciones, Arana hace un llamado a no olvidar el pasado como clave para construir el futuro de nuestro país.
–Te quiero agradecer primero por este importante aporte a la memoria en un país desmemoriado.
–La verdad es que estamos rescatando la memoria de una persona que vivió una etapa muy oscura de Paraguay, 35 años de dictadura tuvimos y 35 años de democracia se cumplen ahora. Me puse a reflexionar sobre esto y hay que tener memoria porque de eso se trata construir un país entero.
–Cuéntanos cómo empezó esto de contar la historia de Emilio Barreto.
–Yo vivo en España desde los 17 años. En plena pandemia, en 2020, vine para acá y entonces en ese momento me puse a buscar historias que contar. Me reuní con mi amiga Tana Schémbori y hablando así de cosas me dice “¿conoces a Soledad Barrett?”. Entonces empiezo a investigar digo “qué pasada de historia”. Entonces, hicimos ese ejercicio de hacerle entrevistas a personas que conocían la historia en concreto de Soledad. Y entonces me dice Tana “te tengo que presentar a Emilio Barreto porque él conoció a Soledad y él es un actor muy conocido”. Llegamos a su casa y él empieza a decir “cuando mataron a Soledad, creo que yo ya estaba en la cárcel”. Entonces fue como el punto de partida.
–Era puro testimonio.
–Sin parar contó todo lo que le habían hecho, el día que lo secuestraron, el día que secuestraron a su mujer. Yo le pregunté “¿por qué estuviste en la cárcel?”. Y él no sabía contestar. Una persona que pensaba diferente y por eso estuvo 13 años de su vida en la cárcel.
RECONEXIÓN CON PARAGUAY
–Antes de sumergirnos en el documental sobre Emilio, ¿puedes hablarnos un poquito de “Y”, tu trabajo anterior?
–Ese trabajo fue muy bonito porque fue inesperado totalmente. Gracias a York volví a conectar con Paraguay. Vine para aquí y York trabajaba en el mundo de la moda. Entonces él me dice “yo quiero hacer un corto contigo”. Yo tenía en la cabeza “yo quiero hacer esto”. En plena pandemia vine y hacía un calor de morirte, pero a las cinco de la tarde cortaban el agua. Y digo ¿pero por qué cortan el agua? Yo estaba obsesionada todo el rato con el tema del agua y venga bidones y venga botellas y venga cualquier cantidad de cacerola. Estábamos en la pandemia, necesitamos lavarnos todo el rato. Yo preguntaba a la gente y entonces me decían “no pasa nada con el agua”. Y luego empecé a entender. Se acostumbraron a vivir de esta manera. Nos acostumbramos a vivir de una forma precaria. No se puede vivir de esta manera.
–¿Cuál fue el siguiente paso?
–El director de fotografía Diego Benítez me dice “vamos a hacerlo ya”. Cuando eso ya habíamos conocido a Emilio y entonces yo estaba visualizando rodarlo en casa de Emilio y qué loco que Diego también me dice lo mismo. Esa conexión entre director y director de fotografía tiene que haber. Si no te lee la otra persona es muy complicado.
–¿Y en ese tiempo Emilio ya sabía que iba a ser centro de una película?
–No. Ya habíamos grabado el testimonio de Emilio, pero yo todavía no había vuelto a España. Veo todo el material que habíamos rodado con Emilio y me acuerdo que me dice mi editor y “¿qué hacemos con esto?”. Qué increíble su historia. Una hora y media un señor sentado contándote todo sobre su vida. Ves los brutos y no te levantas de la pantalla.
DUALIDAD
–Hay una frase emblemática del avance de la película donde habla de ángeles y demonios. ¿Qué ángeles y demonios existen al interior de esa película?
–Pobrecito. Él mismo lo dice: “Dentro mío hay un ángel y también hay un demonio”. O sea, entre el perdón y el no perdonar. Ese hombre tendrá un montón de cosas en la cabeza. Él dice en el documental “perdono a mis torturadores, pero no perdono a la gente que ordenaba hacer esto”.
–¿Qué te dejó esta historia?
–Ha sido un proceso de cuatro años y yo recién ahora me estoy dando cuenta también de la importancia de recuperar y de haber hecho este trabajo. Es importantísimo lo que hemos hecho, pero recién ahora soy conciente de ello.
En un momento dado yo lo veía también veía como guionista, como directora y como productora. Ahora cuando me estoy empezando a dar cuenta de la importancia que tiene todo esto, estamos recuperando la memoria de un señor de un pasado bastante oscuro. Y además, esta es la historia de amor de Emilio. Y 13 años de su vida estuvo en la cárcel sin haber sido juzgado. Entonces, es recuperar la historia de un país. Y creo que deberíamos hacer este ejercicio de reflexión. Bueno, ¿cómo estamos ahora?
–¿Te parece que está bastante ausente en la sociedad la mirada crítica sobre el pasado?
–Claro, es que no se habla del tema. Esto es un puente que se convierte en dos mundos. Es como una oda a la memoria y la historia, pero luego veo gente que dice “ojalá vuelva el general”. Digo entonces “creo que no se sabe mucho sobre esto”. Yo me acuerdo que cuando era pequeña decían “cuando estaba Stroessner se vivía mejor”.
–¿Ya conocías a Emilio como actor? ¿Cómo te impactó como persona?
–Pues no lo conocía. Me lo presentaron y empecé a investigar sobre él y después de haberme contado su historia, veo todo lo que aparece en internet, la información que hay es que él es actor. Había alguno que otro documento por ahí de que efectivamente él había estado en la cárcel, pero no solamente Emilio, un montón de gente desapareció, desapareció el padre de Emilio, el hermano de Emilio.
OLVIDO
–Eran desapariciones familiares.
–Hay un olvido permanente, aquí de esto no se habla. Y creo que es muy importante hablar de esto. En España le mostré a un amigo mío documentalista y me dice “tienes que ver esto, esto y esto. Madre mía, lo que le pasó a este hombre, pero que sepas que en España esto ha ocurrido cantidad de veces”. Empecé a ver documentales uno detrás de otro y luego digo “habrá que hacer este documental”.
–Muy impactante también esta experiencia porque Emilio, después de relatar a través de de su actoría a miles de personajes, un día se encuentra con el desafío de relatarse él mismo.
–A esto es lo que iba. Le llamo por teléfono y le digo “oye, Emilio, ¿a ti te gustaría hacer un documental sobre tu vida”. Y me dice “por favor, yo necesito contar esto”. Entonces, fíjate lo que es la magia del cine, ¿no? O sea, si no hubiéramos llegado a conocer a Emilio, si no hubiéramos hecho ese trabajo de investigación sobre otra persona, el testimonio de Emilio se hubiera quedado allí. Y nadie más hubiera hablado de ello, excepto esos familiares, esos hijos, ¿no? Pero tener esto es muy importante, es recuperar la memoria, que es una forma también cultural y educacional. Cuando veas la película te darás cuenta.
–¿Que se trate de un profesional de la comunicación desde su condición de actor dio un plus para el relato de su vida?
–Él es actor, pero no está actuando esto que nos está contando. O sea, él vivió todo eso. A él lo secuestraron, lo torturaron. A su mujer también la secuestraron, perdió lo que podría haber sido su primer hijo. Le pasaron muchas cosas y todavía se sigue acordando. El otro día él me dice “Cris, te tengo que decir una cosa. El otro día me llamó un periodista de Argentina y esto no te lo he contado porque tenía muchísima vergüenza. A mi esposa le enviaban trocitos de mi oreja, pero que sepas que le he contado a este periodista, pero no te lo he contado a ti. Lo siento mucho”. Este hombre pidiéndome perdón porque no me había contado que le habían cortado la oreja. O sea, Emilio, ¡perdóname tú!
–¿Qué es lo que puedes contar de la peli?, ¿cómo está organizada?, ¿la locación?
–Empezamos a rodar en su casa. Fue cuatro años de rodaje entre que yo iba y venía. Y él siempre esperando. Cuando él acepta hacer el documental yo empiezo a hacer un cuestionario, una especie de escaleta. Para mí fue una escuela también, un aprendizaje. Es mi primer cortometraje documental. Y entonces empiezo a hacer ese trabajo de preguntas y llego a su casa. Entonces le digo “para romper un poco todo esto, ¿te importa que vayamos recorriendo lugares por donde habías estado?”. Entonces fuimos al río, fuimos a Emboscada, fuimos al Museo de las Memorias. Allí él iba relatando poco a poco, pero era complicado porque yo tenía tanta presión en el cuerpo.
–Y que no pareciera la búsqueda del dolor por el dolor, sino por la transmisión de la memoria.
–Exacto. De repente te cuento esto. Una anécdota que dice... Bueno, mejor habría que ver la película (risas).
HISTORIA DE AMOR
–Y supongo que el tratamiento de la peli tiene todo un cuidado especial.
–El otro día fue el preestreno. Emilio no lo había visto nunca y me dice “¿entonces ya me puedes enviar la película? Le digo no “Emilio, lo tengo que ver contigo”. El otro día lo vimos y fue muy emocionante. Tuvimos dos proyecciones. En la primera proyección, llegó un momento en que me agarra la mano y no me suelta hasta el final. La segunda proyección se rompe y llora. En la primera proyección estaba mirando los detalles, porque claro, él sabe toda su historia, él se acuerda de todo lo que habíamos grabado, entonces quería ver cómo estaba hecha la película, y efectivamente es que es una historia de amor que desborda emoción, simbolismo. Al terminar de rodar se lo envío a amigos míos que son programadores, que son distribuidores, y me dicen “Cris, es muy complejo este formato, tienes un mediometraje. Acuérdate que en los festivales o son largometrajes o cortometrajes. Ya me costó la primera vez el corte.
–Y cuál era tu disyuntiva, ¿alargarla o acortarla?
–Es que ya no teníamos dinero y no sabíamos qué cortar en la película. Vaya sufrimiento, rodar, editarlo. Ahora estoy feliz porque ya la hemos estrenado, ya se ve la peli, es maravillosa. Emilio lo quiere a su película y el equipo también está orgulloso del trabajo que hemos hecho.
–En gran medida para las diferentes formas de relato histórico en Paraguay, los grandes momentos son las guerras. Después empiezan los momentos oscuros que no salieron a la luz y creo que ese es un aspecto fundamental de tu película.
–Lo que no se cuenta no existe y como esto es un documental estamos contando algo que ha ocurrido, que es real y creo que aquí es donde tenemos que reflexionar al ver la película. Paraguay tiene algo pendiente con todo esto que ocurrió en aquel entonces. Hay víctimas, familiares. Creo que esto es como una grieta abierta y contándolo se sana. Esto es como cuando tú vas al psicólogo porque quieres sanar algo o porque quieres que te ayude en algo.
–Y también en 30 años, aunque ya no estuvieran las víctimas, la memoria es lo que tendría que ayudar para que los errores no se repitan.
–Se supone, pero eso es algo muy fantasioso. Se vuelve a repetir. Mira cómo está el mundo.
LA REALIDAD COMO INSUMO
–A propósito del mundo, ¿cómo vive una realizadora paraguaya en España?
–Ahora mismo estoy centrada en la escritura, estoy escribiendo la película que quiero rodar aquí en Paraguay. Es ficción inspirada en hechos reales. O sea, cosas que me han ocurrido. A mí me gusta contar historias que en realidad ocurrieron o que han ocurrido o me han inspirado por una fotografía, o una historia que me han contado o una historia que haya visto. Y luego tengo otro proyecto, que es sobre el confinamiento. Esto lo empecé con un periódico en España. Lo que pasa es que nadie quiere hablar del confinamiento todavía. Entonces es un tema complejo. No sobre el covid, sino sobre el encierro.
–Tenés razón, se ha hablado muy poco de ese fenómeno social del confinamiento.
–Exacto, hubo un antes y un después de todo esto que vivimos.
–¿Cómo es el cine en Paraguay hoy?
–Pues creo que se están haciendo cosas muy chulas, ¿no? Bueno, poco a poco. Esto es como todo.
–Es una industria nueva, es un país nuevo.
–Exacto. Paraguay es un país muy joven. Entonces hay mucho por hacer, hay gente con muchísimas ganas. Mira todas las películas que se han hecho. Enfocados en calidad realmente.
Dejanos tu comentario
Las torturas no doblegaron a Pablo Herken: “Yo vencí al estronismo”
- Publicado por Hoy.com.py
- Fotos: Archivo
El reconocido economista y analista político Pablo Herken, quien falleció el pasado 1 de setiembre a la edad de 70 años, fue una de las tantas víctimas de la nefasta dictadura impuesta por Alfredo Stroessner. En su juventud fue torturado, pero nunca demostró un atisbo de derrota ante quienes lo sometieron a los más bárbaros métodos de castigo.
La muerte de Pablo Alfredo Herken Krauer, por complicaciones de una patología intestinal, tomó de sorpresa a toda la sociedad paraguaya. Fue uno de los profesionales más respetados en el ámbito económico, reconocido por la sociedad por su célebre frase “duele decirlo, pero hay que decirlo”. Además, fue periodista, comunicador social, consultor, docente y analista político.
El país estuvo bajo la dictadura del general Alfredo Stroessner por casi 35 años y en ese periodo Pablo sufrió en carne propia las medidas represivas del régimen autoritario.
Detenido por la dictadura por expresar sus ideas pintando murallas, fue torturado, pero nunca gritó. Así lo recordó en el documental “Los 35 años del stronismo”, emitido el 13 de diciembre de 2011 en la TV Pública Paraguay.
En julio de 1972, cuando aún era menor de edad y estudiante, fue detenido por la Policía porque su hermano había sido fichado anteriormente. “Buscaban a mi hermano, pero no lo encontraban. En mi ficha figuraba que yo había estado en Cuba, Argentina, Uruguay y Chile, y que era un líder de extrema izquierda sumamente peligroso, pero nunca había ido a Cuba y con mis padres había ido de vacaciones a Argentina”, recordó.
Estando en el calabozo incluso se despidió de sus padres, creyendo que nunca más los iba a ver de vuelta. Allí estuvo dos semanas y luego fue soltado.
NUEVA DETENCIÓN
El 31 de enero de 1974, siendo cabo de infantería, fue nuevamente detenido en su vivienda. A bordo de la Caperucita, aquel temido vehículo de color rojo utilizado durante la dictadura estronista para detener y secuestrar personas, Pablo fue llevado a la Comisaría 3.ª Metropolitana. En esa misma sede policial desaparecieron varias personas y otras estuvieron privadas de libertad injustamente durante años sufriendo los peores vejámenes.
Allí estaba junto con otros “enemigos del régimen”, muchos de ellos jóvenes, sus amigos y conocidos. “Al primero que llaman es a mí. Me dicen ‘desvístase’ y quedo en calzoncillos. Al entrar a una habitación me agarra un tremendo pánico porque veo una pileta y cables eléctricos, además de un palo especial para pegar”, rememoró.
Lo peor estaba por llegar. Sus captores lo ataron de pies y manos para manejarlo a su antojo. Le pegaron en la planta de los pies hasta el punto de infligirle un dolor terrible que luego le impidió caminar pisando con toda la planta del pie. “Como no gritaba, me pegaban muchísimo más. Eso me di cuenta luego cuando les tocó a mis compañeros (la sesión de tortura). Teníamos toda deformada la planta del pie”, comentó.
Como si esto no fuera poco, luego le metieron a la tina con agua sucia y excremento. Así lo tuvieron por mucho tiempo. Su pecado: haber pintado murallas.
ANHELOS DE LIBERTAD
“Lo que tiene el terror y la tortura es que una vez que te tocó, ese toque te queda toda la vida.
Todo por pintar paredes, que es lo que hoy se hace hasta por divertirse. Queríamos ser libres, expresar nuestras ideas, queríamos conquistar el mundo y conseguir la paz, que hoy son los ideales. Nosotros nos expresamos y fuimos castigados”, contó durante esa entrevista.
Su familia intentó verlo durante su detención en esa sede policial, pero el régimen nunca lo permitió.
Tras esas sesiones de tortura, vino la orden de que él, junto con otro cabo y un sargento que también estaban en carácter de detenidos en la comisaría, sean entregados a la Policía Militar. Así, los tres fueron enviados al Chaco, donde estuvieron durante dos años como castigo.
Según mencionó Herken, durante aproximadamente siete años no pudo dormir sin tener pesadillas sobre su lugar de tortura. En este mal sueño le venía a la mente una imagen reiterativa: siendo llevado nuevamente por la Policía a la Comisaría 3.ª Metropolitana y él rogando que no lo hagan porque ya había estado allí antes.
ORGULLO
Durante la entrevista expresó que tenía muchas ganas de llorar al rememorar su paso por esa dependencia policial, pero a la vez le reconfortaba poder decir “yo vencí al estronismo, nunca grité y me siento orgulloso de nunca haber gritado”.
Así también, en otra entrevista con “Expresso”, del canal GEN, detalló que su detención del 74 fue por una protesta (casi infantil) que se hizo contra la suba de los precios de los combustibles y alimentos. Como era cabo de infantería, según comentó, fue considerado por el régimen como un peligro al tener, supuestamente, cierta influencia sobre los demás uniformados.
“Me llevaron a la comisaría, pensé que iba a ser una cosa fácil de pasar, pero allí experimenté mi primer y último caso de tortura violenta, desagradable, dolorosa, humillante, que te encierren y te jueguen como si fueras una porquería, era humillante. Para ellos tu vida no valía nada. Cuando me metieron a la habitación lo primero que pensé fue ‘no les voy a dar el gusto de llorar, gritar o decir basta’. Ese fue mi grave error: me hicieron de todo, pero no lloré y eso les puso más fieras. Al final yo me iba, sentí como que a ellos se les iba la mano y me desvanecía. Me despertaba al día siguiente y decía ‘no morí’”, relató sobre ese episodio.
Como cierre de la nota, Herken instó entonces a la ciudadanía a pelear y defender la libertad a muerte, porque sin ella una persona no es humana ni digna.
Dejanos tu comentario
Juicio a expolicía se trasladó a sede policial
Dos víctimas de la dictadura paraguaya de Alfredo Stroessner (1954-1989) visitaron ayer viernes la sede policial en Asunción donde relataron al juez las torturas a las que fueron sometidos por el entonces comisario Eusebio Torres, ahora de 87 años y conocido entonces por interrogar a sus detenidos con un látigo.
“Estamos activando la memoria y al mismo tiempo el estrés del shock post traumático. Venir aquí es una forma de revictimizarnos, pero es una obligación pasar por esto”, dijo entre lágrimas Carlos Casco, de 69 años. Lo acompañaba su hermano Luis, de 72, el otro querellante en este caso sobre hechos que datan de 1976 y en el que han comparecido cerca de unos 20 testigos.
Al reconocer el lugar, otros testigos relataron su vivencia a periodistas. “Eusebio Torres me torturó a mí y a muchos compañeros de las facultades que estábamos presos; éramos cerca de 400, 500 personas”, aseguró Raúl Monte Domecq. En las audiencias que comenzaron la semana pasada, Torres -quien niega las acusaciones- asistió sin palabras a través de una computadora desde su casa debido al arresto domiciliario que cumple.
Lea más: Expulsarán a falso pastor con orden de captura por abuso en niños en Brasil
La historia era distinta hace 47 años. “Con un látigo trenzado de cuero, comienza a castigarme, así con rabia, con mucha rabia, como si yo le hubiera pateado a su madre, y uno de esos latigazos se va a mi ojo y me revienta el cristalino”, dijo en su testimonio Carlos Arestivo, quien lleva un ojo de cristal.
Son testigos hoy ancianos y frágiles, pero para quienes este juicio “es un hecho muy importante; muy pocos policías y exjerarcas de la dictadura de Stroessner han sido procesados y recibieron condena”, aseguró a la AFP uno de ellos, Antonio Valenzuela Pecci. “Estamos movidos por un deseo de justicia, no de venganza”, afirmó. La fiscalía pide 15 años de prisión para Torres y la defensa su absolución. Se espera que el juez Manuel Aguirre dé a conocer la sentencia el martes.
Operación Cóndor
La dictadura de 35 años del general Stroessner dejó 59 ejecuciones extrajudiciales, 336 desaparecidos, cerca de 20.000 detenciones ilegales y casi 19.000 casos de tortura. En su informe de 2008, la Comisión Verdad y Justicia señaló que “una de cada 133 personas fue torturada” en Paraguay. Sin embargo, los procesos judiciales posteriores a la dictadura fueron pocos. Una decena de policías resultaron procesados por casos de tortura y Stroessner murió impune en 2006 a sus 93 años, sin haber sido extraditado nunca de su exilio dorado en Brasil.
“La justicia no es justicia. El ‘stronismo’ nunca salió de este país. Toda esta gente que ha cometido crímenes de lesa humanidad está a salvo”, reclamó Guillermina Kanonnikoff, otra de las víctimas, de 70 años. Y añadió: “Le puedo asegurar que este tipo (Torres) sabe exactamente qué hicieron con los desaparecidos en 1976″, cuando ocurría la “Operación Cóndor”, un pacto secreto de las dictaduras del cono sur de la década de 1970 para perseguir y eliminar a disidentes más allá de las fronteras nacionales.
Látigo y picana
El nombre de Torres o “Tejuruguai” (látigo en guaraní), como lo llamaban los detenidos, evoca terror. Como comisario y abogado, era él quien tomaba las llamadas “declaraciones” de los jóvenes sospechosos de subversión. “Mi hijo tenía 8 meses cuando él me latigaba”, contó Kanonnikoff. “Yo he visto compañeros destrozados en Investigaciones. ‘¡Este no amanece vivo!’, decía”.
Su marido, Mario, murió en “Investigaciones” y ella amamantó en cautiverio a su bebé y a otros dos hijos de presas. Otros, como Constantino Coronel, de 92 años, recordaron cómo le hacían beber sangre de sus propias heridas, le sumergían la cabeza en un inodoro lleno de materia fecal y las interminables sesiones de “picana” eléctrica. La defensa de Torres alegó que los delitos habían prescrito, y que los actos de tortura debían recalificarse como lesiones, para reducir la pena. Esto fue rechazado por el tribunal.
Fuente: AFP.