• Por Gonzalo Cáceres
  • Periodista
  • Fotos: Gentileza

Eran tiempos en que España y Portugal buscaban acordar los límites de sus colonias en América del Sur, pero la noticia de que un cura jesuita levantó en armas a los guaraníes causó un revuelo tal que el mismísimo Voltaire lo vio como una oportunidad de hacer dinero.

Sacudidos por las intri­gas políticas y las fric­ciones con las autori­dades coloniales, los últimos años del dominio jesuita al frente de las reducciones fueron bastante agitados. Mientras la resistencia de los sacerdotes paraguayos y de los guaraníes amenazaba con hacer fracasar la aplicación del Tratado de Permuta (siete pueblos jesuíticos pasarían a manos de los portugueses a cambio de la devolución de la colonia de Sacramento), surgió en Europa la versión de que los religiosos habían elevado a uno de los suyos a la dignidad de rey.

Ricos, influyentes y con feroces milicias de nativos a su disposición, los jesuitas no tardaron en levantar el recelo de propios y extraños, ganándose poderosos enemi­gos en América y Europa.

La creencia de un incipiente “Estado cristiano” entre las comunidades guaraníes, fuera del control tanto de portugueses como españo­les, despertó suspicacias e intrigas. Cuando se acordó que Portugal devuelva a España la provincia de Sacra­mento a cambio del territo­rio cercano al río Paraguay, donde había reducciones con más de 30.000 nativos, los jesuitas se negaron a abando­narlas, iniciándose la guerra entre las tropas hispano-por­tuguesas y los guaraníes.

Tras estos enfrentamientos, las reducciones no volverían a recuperarse y la reacción jesuita fue tomada como una afrenta a la Corona de España. Los padres fueron acusados de querer acabar con la autoridad del rey.

INICIO DE LOS RUMORES

El 25 de noviembre de 1755, la Gazette d’Amsterdam informaba que un cura jesuita llamado Nicolás había sido coronado “rey del Paraguay” por sus pro­pios compañeros. “Algunas personas de la Corte tienen en su poder monedas veni­das del Paraguay, manda­das a acuñar por Nicolás I. Este nuevo monarca es un jesuita que sus cofrades han puesto en el trono y quien seguidamente los echó del país”, relató.

La noticia fue negada por los representantes de la orden a través del padre Carlos Ger­vasoni, procurador de la Pro­vincia del Paraguay.

La situación escaló porque no tardaron en aparecer los explosivos números de la “Historie de Nicolás I”, la supuesta biografía del pon­derado monarca. En tanto, el Mercure Historique et Politi­que, otro influyente pasquín de la época, aseguró que las monedas eran reales y que eran de oro y plata.

NICOLÁS I

Según Historie, Nicolás Roubiouni nació hacia 1710 en una aldea de Andalucía llamada Taratos, “la cual abandonó a los 18 años tras ser acusado de matar a un hombre”. Al no tener ocupa­ción ni oficio, nuestro prota­gonista sobrevivió gracias a la caridad de los feligreses instalándose “frente a las iglesias”.

La personalidad altanera y prepotente de Roubiouni le generaría conflictos allí donde iba y le hizo ganar mala fama. Luego de dedi­carse al traslado de mercade­rías, pasó por Zaragoza y en Aragón, cansado “por años y años de vida errante”, decidió entrar al servicio de la Com­pañía de Jesús.

Historie alega que Rou­biouni contaba ya con 39 años y “arrastrando los vicios de siempre”, a pesar de haber hecho sus votos, con­trajo matrimonio con “una joven de 15 años, hija de un comerciante de Huesca, a la vista de toda la ciudad”. Estas versiones llegaron a oídos de los curas jesuitas que, primero, lo enviaron en 1752 “a cuarenta leguas de Zaragoza como portero de un noviciado” para, poco después, dejarlo en Cádiz, de donde partió su misión a las Américas.

Siempre según la versión de Historie, Nicolás Roubiouni se instaló primero en Bue­nos Aires y allí tomó cono­cimiento de “un tratado fir­mado por Madrid y Lisboa (1750) según el cual el rey fidelísimo cedía al rey cató­lico la isla de San Gabriel y la Corte de España entregaba a cambio algunas provincias cercanas al Brasil”.

Historia de la "existencia de un Rey en Paraguay"

UN “MALHECHOR”

Historie retrata a Nicolás como un malhechor que prácticamente se valió de la bondad de la Compañía para ganar prestigio, al tiempo de escalar en la organización y hacerse de la influen­cia necesaria como para ganar espacio en la isla de San Gabriel, donde lideró un salvaje levantamiento de los nativos, para luego hacerse arrogar “el nombre de rey del Paraguay”.

“Los indios, que se creían liberados para siempre de la dominación de los euro­peos, le dieron el título con gran criterio y vivas demos­traciones de alegría. En la misma ocasión se acuña­ron varias medallas que han sido vistas con indignación en Europa. La primera de estas medallas representa, de un lado, a Júpiter fulmi­nando a los gigantes, y en el reverso se ve el busto de Nicolás I con estas palabras: Nicolás I, rey del Paraguay. La segunda medalla repre­senta un combate sangriento con los atributos que caracte­rizan al furor y la venganza. En la orla se leen estas pala­bras: la venganza pertenece a Dios y a sus enviados”.

Los siguientes números de Historie, divulgados a través de la Gazette d’Amsterdam, relatan que Nicolás I, “ani­mado por esta primera vic­toria”, volcó sus armas con­tra el territorio del actual Uruguay, para cuya inva­sión preparó un ejército de 5.000 guerreros guaraníes. Sin embargo, al verse impo­sibilitado de marchar, se cen­tró en conquistar otras cua­tro reducciones.

Este increíble rumor siguió creciendo al punto de que se menciona que los mamelu­cos, “asombrados por las vic­torias de Nicolás I, decidie­ron ofrecerle la ciudad de Sao Paulo y la Corona imperial”, siendo llamado “Nicolás I, rey del Paraguay y empera­dor de los mamelucos”.

REPERCUSIONES

El rumor fue de tal mag­nitud que el mismísimo François-Marie Arouet –el famoso Voltaire– se refi­rió al asunto en cuatro car­tas escritas a lo largo de seis meses (15 de octubre de 1755 - 12 de abril de 1756). En la última de ellas, dirigida a la condesa de Luxemburgo, niega la existencia del rey Nicolás, pero no pierde la oportunidad de analizar el trabajo de los jesuitas y comparar su disciplina con el dominio de Esparta sobre los ilotas.

“¿Es verdad que los jesuitas eligieron a uno de sus padres como rey del Paraguay? ¡Un maldito hereje!”, comentó Voltaire en una carta al ban­quero Tronchin de Lyon, en la que disponía del uso de sus fondos para financiar un barco llamado Pascal, que sería enviado como parte de la flota del rey de España a las Américas, para aplacar el supuesto levantamiento de Nicolás I.

Las direcciones de Voltaire demuestran cuán seria­mente se tomó el asunto en principio. “En cartas que recibo de Buenos Aires se ratifica plenamente que los jesuitas pueden mantener una respetable guerra con­tra el rey de España”, escri­bió. Sin embargo, el filósofo anticlerical cambió de pare­cer con el desmentido publi­cado en el Avertissment du Libraire, en el que se decla­ran falsas todas las noticias anteriormente publicadas sobre Nicolás I.

¿MALENTENDIDO?

El misionero austriaco Mar­tín Dobrizhoffer ofrece en su “Historia de los abipo­nes” otra visión de Nicolás I. Según esta, toda la parafer­nalia se debe a una confusión lingüística. “La palabra gua­raní ‘mburuvichá’ significa cacique-capitán, pero tam­bién rey. Los españoles de Asunción habían oído hablar del mburuvichá de los indios y estos entendieron que se trataba del rey de los indios. Toda esta fábula merece ser objeto de burla antes que de refutación”, comentó.

Aseguró además que las comentadas monedas acu­ñadas en oro y plata no podían ser genuinas, pues “el Paraguay carecía de meta­les preciosos y de casas de moneda”.

El planteamiento de Dobri­zhoffer encontró respaldo en la “Breve relación de las misiones jesuitas del Para­guay”, escrita por el gene­ral de la orden, el jesuita español José Cardiel, quien dedicó un apartado para las “dudas”.

Aquí incluyó lo de Nicolás I y lo vincula con el cacique Nicolás Ñeenguirú, a quien se presenta como un corre­gidor “de la reducción de la Concepción, un gran músico y locuaz de facilidad para hacer arengas”.

Cardiel cuenta que Nicolás Neenguirú fue nombrado “comisario general” de su zona en la “época de las rebe­liones”, siendo “muy respe­tado por todos los indios” y “cabecilla de sus tropas (de la reducción, a merced de la autoridad jesuita)”.

INVESTIGACIÓN

El 24 de enero de 1755, un ofi­cial de las tropas españolas de nombre Nicolás Elorduy informó que “por orden del gobernador de Buenos Aires” interrogó a indígenas sobre­vivientes de un alzamiento conjunto entre las reduccio­nes de Santo Tomé, Yapeyú, la Cruz y San Borja. Según Elorduy, los nativos dieron fe de que unas tropas llega­das “desde la Concepción” estaban encabezadas por el capitán Nicolás Ñeenguirú”.

Este informe difundió la idea de que la figura de Nicolás I estaba realmente basada en la del cacique Nicolás Ñeen­guirú, quien para ese enton­ces “gozaba de fama y respeto entre las naciones guara­níes”.

Por la misma época, el padre Florian Paucke informó a sus superiores que conoció al mismísimo Nicolás Ñeen­guiró, quien no era más que “el jardinero del padre Tuk”.

“Hubo un Nicolás Ñeen­guirú, indio del pueblo de la Concepción que en las turbu­laciones de 1754 y 1755 man­daba a otro llamado Sapé á los indios alzados por los padres. Más jamás tuvo tal arrojo de tomar dictado de Nicolás I, pues fue un infeliz mandatario de los jesuitas y se volvió á su casa tranquila­mente, como ellos y sos (sus) parciales, pasadas aquellas resistencias, suscitadas por la Compañía para oponerse á las órdenes del rey”, con­forme se constata en la Colec­ción General de Documentos y la Causa Jesuítica.

Informaciones del año 1885, en que se daba a conocer la existencia de un Rey en el Paraguay

LA EXPULSIÓN

En 1767, el rey Carlos III de España decretó la expul­sión de los jesuitas de todos los territorios de la Corona. Muchos de los misioneros volvieron a sus respecti­vas sedes. Tras los proce­sos correspondientes, los jesuitas expulsados del Paraguay atacaron a quie­nes propagaron los rumo­res y negaron su participa­ción en los alzamientos de las reducciones.

La investigación de la orden, acompañada por la autoridad papal, encontró evidencias que hacían suponer que “los padres proporcionaron pól­vora, distribuyeron armas, dirigieron la construcción de cañones, realizaron negocia­ciones con indios infieles e instruyeron a los indígenas (en tácticas militares)”.

“En ocasiones, las tropas indígenas obtuvieron la vic­toria con el comando directo de los padres”, por lo que los investigadores deduje­ron que Nicolás I, o Nicolás Ñeenguirú, fue una inven­ción de los sacerdotes para hacer de chivo expiatorio con el fin de escapar del castigo por sus acciones contra la reputación de la Compañía y la autoridad de la Corona.

El historiador inglés Robert Southey afirmó haber leído en 1817 en Ginebra un compi­lado de la “Historia de Nico­lás I”, calificando la obra de “producto de un ignorante que esperaba ganar unas monedas con ella”. Southey entendió que todo se trató de “un movimiento mucho más amplio contra la Compa­ñía de Jesús para desacredi­tarla ante los reyes de España y Portugal” a fin de expulsar­los y hacerse con sus propie­dades, lo que efectivamente terminó ocurriendo.

Por su parte, el renegado jesuita Bernardo Ibáñez, expulsado de la Compañía y luego acérrimo enemigo de la misma, señala que fueron los jesuitas mismos quienes “crearon la fábula del rey Nicolás I para evitar que se supiera que eran ellos los úni­cos autores de la resistencia de los pobres indios”.

Sea como sea, lo único cierto es que, entre la enorme ola de rumores, quedó sin cla­rificar si el caso se trató de una campaña de despres­tigio, una vendetta de los esclavistas, una ocurren­cia de los hacendados o una invención de los pro­pios padres jesuitas.

Etiquetas: #Rey#Paraguay

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