Como cierre del mes de la mujer, la autora de este artículo rescata la figura de Raquel Livieres de Artecona, autora de un libro de cocina que, además de ofrecer recetas, es el testimonio político de una época que debe ser valorado como tal.

  • Por Bridget María Chesterton*
  • Fotos Gentileza

Como historiadora de la cocina paraguaya, muchas personas me preguntan ¿qué valor tiene la historia de la cocina y lo coti­diano? Esa pregunta, a menudo, suele reflejar el poco valor que se le asigna a los esfuerzos de la mujer en mantener a su fami­lia y lo poco que se aprecia a la mujer en general. Es decir, en un plano más real, ya que en un plano simbólico sabemos que las mujeres son elevadas a sitios parecidos a altares religiosos o nacionales.

Cocinar, escribir y leer sobre el hogar no son solamente actos económicos y sociales para las mujeres, también son actos políticos, aunque ello parece no ser tan obvio como un opús­culo o un panfleto escrito por un hombre o una queja dirigida a una editorial del diario por un político o comerciante. Sin embargo, las actividades de las mujeres en la cocina fueron, son y siguen siendo actos políticos.

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En el caso de la llamada era liberal en el Paraguay, es decir entre los primeros años del 1900 y el final de la década del 30, los hombres que escribieron sobre la historia y el naciona­lismo paraguayo son altamente recordados en la historiografía y en la memoria popular. Pero en esta construcción ¿dónde están las mujeres?

Cuando estuve investigando sobre mi tesis doctoral, que luego se publicó como un libro titulado “The grandchildren of Solano López: frontier and nation in Paraguay 1904-1936″, nunca pensé en consultar un libro de cocina y por eso nunca encontré una voz femenina. Cuán equivocada estuve. Debí haber citado y mencionado a las mujeres del periodo liberal. Allí en las bibliotecas y archivos lle­nos de polvo podría haber leído a Raquel Livieres de Artecona, quien publicó el primer libro de cocina en Paraguay: “La coci­nera paraguaya”.

HISTORIADORA Y PENSADORA

En el libro de Livieres me hubiera encontrado a una his­toriadora y pensadora libe­ral. Aunque ella escribió bajo el dominio de una sociedad patriarcal que relegó a las muje­res a la cocina o al ámbito de la educación escolar, ella tomó esas dos salidas que la socie­dad le permitía y se convirtió en quien hoy para mí se cons­tituye en una de las pensadoras más importantes de su época.

Ella, aun sin percibirse como tal, entró al terreno de la histo­ria con la ayuda metodológica del testimonio oral. Preservó la memoria de Solano López y sus platos favoritos para que sus lectoras pudieran recrearlos en nuevos platos y acordarse de la época “gloriosa” del mariscal.

Livieres reconoce esas sobrevi­vientas (feminización a propó­sito) y en el acto de nombrarlas le da importancia y autoridad.

Ellas fueron “doña Mercedes Velilla de Bedoya, Natividad Peña, Juana Caballero de Meza, Gregoria Loizaga de Frontani­lla, Manuela de Guanes, Con­cepción Escato de Brione, Josefa Sojo de Livieres, Rosa­rio González de Sá, Adela Carri­llo de López, Leopoldina Jove­llanos de Loizaga, Rosa García de Gómez y Modesta Narváez”.

Livieres recuperó y preservó la memoria y las vidas extraordi­narias de quienes sobrevivie­ron a una guerra catastrófica como lo fue la Guerra Guasu.

CONSTRUCCIÓN DE LA MEMORIA

Como lo reconocemos hoy como investigadores, las his­torias orales son una forma de entender cómo se construye la memoria y se valoriza el trabajo de muchas personas que eran analfabetas o quienes no tenían el poder ni el privilegio de poder escribir sobre su vida, sobre su mirada, sobre un pasado. Pero gracias a los esfuerzos de Livie­res, las sobrevivientas siguen con nosotros.

Raquel Livieres escribió sobre la importancia de su libro: “No se trata de una creación, sino de una restauración del régi­men de alimentación esencial­mente nacionalista para todos los hogares, cualquiera fuera su rango o posibilidad. Esta alimentación de gran poder nutritivo y fácil asimilación es la que nos ha proporcionado una generación sana y vigorosa”.

Ella nos hace recordar que estas recetas, así como eran impor­tantes para Francisco Solano López, lo siguen siendo (y, probablemente, fundamenta­les) para el desarrollo del pue­blo que se preparaba para una nueva guerra, esta vez contra Bolivia.

En otra línea señala: “Con razón uno de los investigado­res de nuestro pasado, el más autorizado quizás, ha seña­lado el poder de esa alimenta­ción como una de las causas de la resistencia, bravura y abne­gación de la raza”.

Este autor anónimo al que Livieres se refiere fue proba­blemente Manuel Domínguez, demostrando que en una socie­dad tan patriarcal como Para­guay en los comienzos del siglo XX, la validación de un hombre era necesaria para que algo sea considerado importante.

VENTANA

El libro de Livieres a mi crite­rio es un documento histórico en sí, ya que nos da una ven­tana a un Paraguay antes de que la represa del Acaray haya iluminado el país y traiga con­sigo la modernidad en la cocina paraguaya. Por ejemplo, en una receta para tereré vemos cómo se “enfriaba” el agua sin helade­ras ni hielo: “Se pone en un jarro o guampa la yerba y la bombi­lla y se ceba con agua fría. Al poco rato quedará el agua como helada”.

Más allá de documentar la vida asuncena, también nos hace recordar de la vida de la mujer campesina.

En la receta para “Preparar la manteca”, Livieres nos da una ventana de cómo hacían la manteca “nuestros antepasa­dos”. En esta receta, vemos la diferencia en el estilo de vida del campo y la ciudad. En la cam­paña podían usar animales para batir la leche, pero en la ciudad no tenían tal “lujo” y se tenía que hacer todo a mano. Con esta receta vemos las diferen­cias sociales y culturales para­guayas; es decir, no todos vivían de la misma forma.

Por tanto, el libro de Livieres no es solo “un libro de cocina”, sino mucho más: es un aporte a la política del Paraguay de su época y documenta la vida coti­diana de muchas personas. Por esa razón deberíamos valori­zar la escritura de las mujeres, prestando aún mayor interés en sitios no usuales.

Hoy si nos sentamos en silencio leyendo el texto, o mejor todavía, recreamos las recetas podemos “escuchar” a esas mujeres de la Guerra Guasu y de la época Libe­ral. Es una tarea que, personal­mente, la recomiendo mucho.

* Profesora de Historia Lati­noamericana en la Buffalo State University de Buffalo, Nueva York.

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