• Fotos: Matías Amarilla

En este “Expresso” del día más doloroso de la Semana Santa en su edición televisiva y de alegría por la resurrección en su versión escrita, Augusto dos Santos reflexiona con el pa’i Alberto Luna sobre el significado de esta celebración del calendario cristiano. El sacerdote sostiene que la liturgia es un medio de conexión y de recarga del espíritu que debe estar al servicio de una práctica transformadora de la sociedad y de uno mismo.

–Es útil en un día como Viernes Santo para entender y reconocer quién era el Jesús que se entrega en un día como hoy en la historia y que luego resucita.

–Jesús se presenta a sí mismo como enviado, hijo de Dios, que se encarna en nuestra historia y, como tal, anuncia el mensaje de Dios para todos nosotros, que somos también hijos e hijas de Dios. Entonces, como que nos propone un camino de vida que nos permite a nosotros vivir como hijos de Dios o como hijas de Dios, siendo cada uno de nosotros esa nueva edición de ese hijo, de esa hija. De alguna manera, como dice San Pablo, nosotros completamos en nuestra historia lo que falta, los padecimientos de Cristo, cuando nos toca padecer, pero también completamos cuando nos toca realizar, cambiar proyectos nuevos, cuando nos toca disfrutar en comunidad. Entonces, nosotros somos esa nueva edición. Cada uno de nosotros, ese hijo de Dios que se encarna en nuestra historia y nos abre un camino, un camino de vida plena.

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–Más allá de esa perspectiva salvífica, ¿qué fue esa vida?, ¿qué testimonio dejó?

–Yo creo que con el tema del Viernes Santo, en realidad Jesús concluye su vida como la vivió. Entonces, hay momentos muy importantes, como el del Jueves Santo, que es la eucaristía, que Jesús toma el pan, el vino, dice esas frases que repetimos siempre “tomen y coman”. Es una expresión de entrega, de donación, que en realidad Jesús vivió durante toda su vida. Toda su vida fue una entrega, fue un darse, fue un decir a la gente “tomen y coman”, fue bendecir, fue sanar, fue enseñar, fue perdonar, fue acompañar, fue levantar. Entonces, él fue alimento, fue entrega, que se parte, se comparte. Y entonces, esa entrega que a veces suponía como salir de sí mismo, de su propia comodidad, de su propio límite a veces. Entonces, llega a su plenitud en la pasión, en esas distintas expresiones que tiene la Semana Santa, como es el bajarse para lavar los pies, el llegar a su propio límite cuando reconoce su angustia.

–Tan divino y tan hombre.

–Exactamente. O sea, por eso cercano a nosotros, porque comparte nuestra angustia, porque llora, porque se siente débil, porque le duele que sus amigos más cercanos no le acompañen, no entiendan lo que está viviendo, que se estén peleando por el poder, mientras él está en el límite de su entrega, de sí mismo. Entonces, eso es como la expresión de toda una vida en realidad y una invitación también, como una manera de vivir la vida como una expresión de entrega para dar vida a otros, no guardarse.

SITUACIONES LÍMITE

–Es fascinante para la teología ver cómo diferentes generaciones en todos estos tiempos lo han visto probablemente diferente, pero quizás el elemento común es lo imprescindible que ha sido su historia.

–Su humanidad de una manera cruza toda nuestra historia, tanto así como la grandeza del amor, la capacidad de abajarse, de disfrutar, de jugar con los niños, de estar atentos al sufrimiento de las personas, de celebrar una fiesta, de ofrecer vino para que haya alegría y también de entrar en el dolor más profundo. Yo suelo pensar que cuando Jesús siente esa experiencia de abandono en la cruz, cuando él dice “Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. Es decir, yo suelo pensar que hay personas que sí tienen esa experiencia, pienso en las personas que llegan a suicidarse, por ejemplo. Llegan al límite de la desesperación, no ven más. Pero yo creo que Jesús no se niega a vivir esa experiencia de dolor, de duelo, de muerte, y en ese sentido se conecta con todo lo humano. Desde la grandeza del amor hasta el límite, el dolor, de ser víctima de la injusticia, de la violencia.

El sacerdote Alberto Luna sostiene que la liturgia es un medio de conexión

–Cristo supo ser santo, pero supo ser muy mundano también, ¿verdad? De gente de barrio, de río, probablemente de malas palabras y de todo lo demás.

–Él vive la historia de su pueblo, es un hijo de su pueblo, de su cultura, es un judío con todas las letras, solo que va más allá, va más allá de su cultura, de su propio límite, siente que tiene que abrir ese horizonte, que Dios le envía para eso y entonces esa cultura no soporta eso, no soporta que vaya más allá de su esquema y de su estructura. Entonces, lo elimina. Hoy en día tenemos también esas estructuras que nos limitan, culturales, familiares, políticas, sociales, aquí en Paraguay, pero también a a nivel mundial. Hay muchas situaciones de violencia, de exterminio que vive la gente, de marginación.

–¿Cómo recibe nuestra cultura a Kirito? ¿Cómo se relaciona desde su arribo a nuestra cultura guaranítica?

–Los primeros misioneros expresan sus sacramentos en latín, pero no era la única expresión religiosa que ellos tenían, tenían los cantos, los que se llaman los autos sacra­mentales, celebraciones que se hacían en los atrios de las iglesias, oraciones popula­res, todo eso se podía hacer en guaraní y se hacía de hecho en guaraní. Lo que nos queda ahora, por ejemplo, son los cantos de los estacioneros, algunos en castellano. ¿Y por qué conecta tanto? Por­que en la cultura guaraní, el canto y la danza eran religio­sos, eran expresiones de cele­bración religiosa. Entonces, enseguida la música, y los jesuitas particularmente, seguramente los francisca­nos también, se dan cuenta de la conexión que tienen los guaraníes con el canto. La danza ellos la incorporaron menos porque la liturgia en ese tiempo no metía la danza, pero sí podían hacer la danza en los autos sacramentales, en las procesiones del corpus, donde se hacían cantos, ellos hacían sus danzas. Cada tribu se presentaba en las esqui­nas adornados con coro­nas de flores, del bosque, de animalitos, de todo. Enton­ces, no era solamente una imposición cultural, sino que en lo que se podía se dejaba espacio para la expresión pro­pia de la cultura.

ÉPOCA DE CAMBIOS

–¿Cómo se lee o se entiende hoy esto que parece alguna distancia de la gran socie­dad, no decimos ya de los más jóvenes quizás, incluso con más fuerza de las tradiciones de Semana Santa? ¿Es una cuestión que a la Iglesia le preocupa o asume los cambios en el tiempo?

–Estamos en época de cam­bios significativos, de len­guajes y de tradiciones también. Entonces, hay desafíos que la Iglesia, los cristianos, tratamos de ver cómo responder a eso, cómo este mensaje pueda llegar en un lenguaje entendible para las nuevas generacio­nes, de manera que ellos puedan darse cuenta de que ahí pueden encontrar un sentido profundo para sus vidas, pueden encontrar unas claves de plenitud, de vida verdadera, que es lo que trae Jesús y lo que ofrece.

–La fe no solamente es rezar, es mucho más que eso...

–En realidad la celebración tendría que ser como una especie de culminación de un proceso, de un camino y una fuente de alimentación para volver a eso. O sea, no es un fin en sí mismo. Los sacra­mentos son lugares en los que el cristiano retoma energía, como que se conecta, carga batería y desde ahí vuelve a la acción evan­gelizadora, al compro­miso por la trans­forma­ción de la sociedad, de la familia, de nuestra propia transforma­ción también, porque noso­tros también tenemos que ir creciendo, cambiando. Tenemos que ir madurando de acuerdo a las etapas de nuestra vida, tenemos que aprender a enfrentar desa­fíos. Tenemos que apren­der a sernos responsables de nuestra vida, de la vida de los demás. Tenemos que apren­der a vivir nuestros duelos, nuestros dolores, ayudar a los demás, ser constructores de futuro.

–¿Cómo ves esa correspon­sabilidad, que es lo mismo que preguntarte cómo ves la solidaridad en estos tiempos digitales?

–A mí a veces me preocupa un poco que nos pueda ais­lar. El otro día el papa Fran­cisco hablaba de que pode­mos olvidarnos de que detrás de las imágenes hay perso­nas reales. Entonces, a veces podemos aislarnos desde el mundo digital, desconec­tarnos. O sea, pensar que las imágenes en sí mismas no nos remiten a algo, a una relación concreta, a un encuentro, a un compromiso. Pero a veces puede hacernos la ilusión de que reemplaza. Entonces, tenemos que ser capaces de trascender un poco, mirar la realidad de la pasión de hoy, de la humanidad, los enfer­mos, las situaciones doloro­sas, violentas. El machismo es una herida en nuestro cos­tado paraguayo de los varo­nes, se ve en el feminicidio, que es una manera violenta y cruel de la expresión del machismo, pero no es la única, es la irresponsabili­dad paternal con los hijos, es la infidelidad instalada como sistema, “peichanteva’erãvoi ñande kuimba’e”.

RESURRECCIÓN

–En este Domingo de Pas­cuas, ¿qué resurrección es la que tenemos hoy? ¿Cuál es el triunfo en estos tiempos?

–Puede haber diversos nive­les de triunfos. Puede haber diversos niveles en la medida en que tenemos que ser capa­ces también de ver que los triunfos no son así solamente de golpe, sino que hay un proceso, un camino y que ese camino tiene etapas. O sea, tenemos que saber ver los brotes de la semilla, los signos que nos hablan de un camino nuevo, aunque ese camino, esa realidad nueva todavía no esté reali­zada, pero se ofrecen peque­ñas señales de esperanza en medio de la gente, pasos que la gente da, organizaciones barriales, luchas sindicales, sociales, políticas, pequeños signos, es decir, abandonar la idea de que esto no va a cambiar más, péicha guarãntema.

–El otro síndrome es aguardar soluciones instantáneas y no pro­cesuales.

–Las resurrecciones que se manifiestan no son necesa­riamente como luces espec­taculares que rompen la noche, sino hay que saber leer los signos de vida nueva que se perciben en nuestra vida. Hay que estar atentos a la novedad que Dios está haciendo o que está que­riendo hacer a través de per­sonas, de grupos, que están empujando y que están tra­tando de que algo cambie, que este país crezca, se abra, sea más justo, más solidario. Y esas son señales de espe­ranza. Hay tres virtudes cris­tianas: la fe, la esperanza y la caridad.

De esas tres, la hermana menor es la esperanza, por­que es la que se ve más chi­quita. La esperanza no se pudre porque siempre al final uno tiene una esperanza de que algo chiquitito allá salga. Cuando vos ves señales, aun­que sean pequeñas, de que este país puede ser diferente, que podemos tener un sis­tema político, económico, social que sea más inclusivo, más justo, que beneficie a más gente, que los pobres puedan ser mejor atendidos. Es decir, aunque sean pequeños pasi­tos, ikatu ra’e.

–¿Podría citar un símbolo de solidaridad de nuestros días?

–Justamente quería recordar hoy que en estos días falleció Marilín Rehnfeldt, que es una antropóloga muy comprome­tida con la causa indígena, una mujer que se entregó a acompañar. Me hace acor­dar al Cireneo en el viacrucis, Simón de Cirene, que lleva la cruz de Jesús sin saber que era Dios, sin saber que era el hijo de Dios al que estaba ayu­dando. Aunque nosotros no sepamos, de alguna manera cuando le ayudamos al otro que está caído, le estamos ayudando al mismo Dios.

–Para ir cerrando, pa’i, ¿podría darnos un minuto de esa reflexión en guaraní que hace antes de las misas pensando en este Domingo de Pascuas?

–Mba’ehína la tema ko domingo. Osêtahína Ñan­dejára oikovejeyhague ha mba’épa péva he’i ñandéve ha mba’éichapa nde, nde reko­vépe, eñandu tekove pyahu. Eñandúpa térã mba’éichapa ikatu nde embohape pe tekove pyahu nde rekovépe.

Alberto Luna, religioso


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