El Ministerio de Justicia informó este miércoles que la Semana Santa se está viviendo a pleno, con mucha fe, devoción y tradición, en los diferentes centros penitenciarios, en donde están desarrollando un extenso cronograma de actividades, que van desde ceremonias litúrgicas que arrancaron el Domingo de Ramos con la procesión del Señor de las Palmas. Misas, oraciones, lavado de pies, películas cristianas y elaboración de la tradicional chipa, forman parte de los actos previstos para estos días santos.
De acuerdo al informe oficial, señalan que el Centro Penitenciario de Mujeres “Casa del Buen Pastor”, a través de la dirección penitenciaria y el Movimiento Corazón Libre, presentará una teatralización de la vida de Jesús y su encuentro con la mujer samaritana, la mujer adúltera y María Magdalena, dramas cristianos que serán interpretados por las Mujeres Privadas de Libertad (MPL). Además, se prevén misas, lavado de pies y vía crucis. La elaboración de chipa encenderá el tradicional tatakua del penal.
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Destacan que en el “Buen Pastor”, 11 MPL concluyeron el curso denominado “La Peregrinación del Prisionero”, que tiene como objetivo la preparación espiritual y la capacitación para llevar el evangelio del Reino de Dios a otras internas. Este curso fue posible gracias a la Confraternidad Carcelaria en Paraguay, encabezada por el director administrativo Pr. Félix Duarte Dupont y su equipo.
Aguas bautismales
Por otro lado, en un símbolo de renovación de vida cristiana, la Penitenciaría Regional “Padre Juan Antonio de la Vega”, de Emboscada, llevó a cabo un emotivo bautismo en el que once PPL recibieron las aguas bautismales a cargo del grupo litúrgico de la Pastoral Penitenciaria Juvenil, liderada por el padre Pedro Kühlcke. Las PPL elaboraron chipa y sopa paraguaya. Para los días jueves y viernes santos se prevé lavado simbólico de pies a los doce discípulos y misa, así como una reproducción viviente del vía crucis, con PPL integrantes del pabellón C Alta.
Por su parte, la Penitenciaría Regional de Villarrica proyecta reflexivas películas cristianas para recordar la Semana Santa con la pasión y crucifixión de Jesucristo. Prepararon las tradicionales chipas mestizo y almidón para compartir con la visita de sus familiares. Mientras que en el Centro de Rehabilitación y Reinserción Laboral para Mujeres “Juana María de Lara”, de Ciudad del Este, reunió a las MPL, agentes penitenciarios y familiares alrededor de una gran mesa para compartir diferentes tipos de chipa.
Respeto a la libertad de culto
La Granja Penitenciaria Ita Porá, de Emboscada, prepara charlas de evangelización con pastores evangélicos y católicos con la participación de 22 PPL, desde el respeto a la libertad de culto. Como receta infalible, esta semana, bandejas de sopa paraguaya y unas 200 chipas almidón combinaron la cocción de sabores auténticamente nacionales, supervisados por profesionales instructores de gastronomía del Servicio Nacional de Promoción Profesional (SNPP).
Conmemoraciones propias del jueves, viernes, sábado y domingos santos serán replicadas al interior de diversos centros penitenciarios, en un compromiso de renovación espiritual en el camino de la rehabilitación y reinserción de las personas privadas de libertad, brindado desde los programas religiosos del sistema penitenciario.
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Ovecha rague, el legado de “la ciudad que te abriga”
En junio pasado fue declarado como Patrimonio Cultural Inmaterial Nacional y se reconoció a dos de sus artesanas como Tesoros Nacionales Vivos. Aquí un panorama de la artesanía en lana en “la ciudad que te abriga”, San Miguel, y un diálogo con algunas de las artesanas que lo hacen posible.
- Por Jorge Zárate
- Jorge.zarate@nacionmedia.com.py
- Fotos Mariana Díaz
“Toda la historia del pueblo se fue tejiendo, por así decirlo, en torno a la artesanía, no solo su economía, sino la identidad de su propia gente”, apunta Enrique Correa, director de Cultura de la Municipalidad de San Miguel, en el departamento de Misiones.
Distante a 180 kilómetros de Asunción, a la vera de la ruta PY01, esta localidad se enorgullece de ser la capital de la lana, “la ciudad que te abriga”, la cuna del ovecha rague. A la vera de la ruta existen unas 15 tiendas/talleres que producen y venden tejidos, pero también hay un número mayor de tejedores que se reparten en el casco urbano de la ciudad y en las compañías Arasape y Hugua.
“Es una realidad bastante compleja porque por un lado están los aspectos patrimoniales, que es lo que hemos logrado o tratado de salvaguardar, por ejemplo, con esta declaratoria, los saberes técnicos que los artesanos han transmitido de generación en generación que tiene un alto valor y que le da un valor agregado importantísimo a la artesanía”, apunta Correa.
Habla de la declaración como Patrimonio Cultural Inmaterial Nacional del Ovecha Rague, que hiciera el gobierno en junio pasado en un paso importante para buscar apuntalar la actividad.
Después está lo económico porque “es la fuente principal de ingreso y el sustento de varias familias”, describe.
MOTOR ECONÓMICO
“El hecho de que sea el motor económico de la ciudad nos lleva a trabajar en cómo ofrecer el producto, buscar nuevos mercados, el tema de la materia prima también. Hasta influye el cambio climático, los inviernos ya no son tan crudos hoy en día en nuestra región. Eso obligó a los artesanos a innovar, a buscar otros materiales, el algodón, por ejemplo, que fue ingresando bastante”, agrega Correa.
Recuerda que “la lana tiene su salida solamente en el invierno, en el verano hay que pensar en otros productos. Los artesanos se ingeniaron y le dieron con todo, con el tema del algodón, las colchas, las hamacas, que tienen bastante salida en el verano”.
La realidad económica impacta en las familias “que se van desintegrando, los hijos que emigran a otros lugares, entonces todo atenta contra el mantener este proceso, este conocimiento, este saber y este patrimonio que le otorga una identidad al pueblo”.
Correa entiende que es un desafío “para nosotros como un municipio, la gobernación, el Instituto Paraguayo de Artesanía y para la Secretaría de Cultura, la Senatur, cómo hacer alianzas estratégicas para que la artesanía se siga manteniendo, pueda seguir vendiéndose aquí y en el exterior y que nuestra gente siga produciéndola”.
La intermediación es otro elemento que se intenta resolver a la hora de conseguir un “precio justo” para los artesanos. “Es importante que puedan llegar directamente al consumidor”, apunta ya que “muchos al vender el producto final recuperan quizás lo invertido en materia prima, pero la mano de obra y las horas invertidas en cada uno de los procesos que conlleva elaborar esa prenda muchas veces no son tenidas en cuenta y no son monetizadas. Entonces esos son los grandes desafíos que estamos enfrentando”, indica.
TESOROS VIVOS
Ella está escardando la lana en su sillón favorito, en la galería de la casa, en compañía de gatos y gallinas. Fermina Fernández viuda de Correa tiene 84 años y desde que tiene memoria hila y teje. “Cuando tengo 7 años ya mi abuela me enseñaba cómo tengo que hacer por la lana”, memora la mujer que en junio pasado fue reconocida como Tesoro Nacional Vivo por la Secretaría Nacional de Cultura.
Fermina muestra su rueca, monta las fibras de lana con oficio y con el suave y mecánico impulso de un pedal va construyendo el hilo con el que luego elaborará sus finos tejidos.
La tarea también se puede hacer a mano con un huso, para conseguir un hilo más fino, como el que usa en sus fantásticos vichu, chales de fina lana, todo un símbolo de la cultura de los tejedores de San Miguel. Los teje a crochet y los vende desde los 120 mil guaraníes.
“El otro día vinieron las bailarinas y llevaron casi todo de mí”, dice entre risas, contenta por la particular venta que tiene la prenda, infaltable en las integrantes de los ballets folclóricos. Fue en junio durante el festival del Ovecha Rague que recibió a unas 50 delegaciones de artistas.
Mueve a reflexión cómo se valora este trabajo artesanal que tiene un proceso que incluye el lavado de la lana, el escardado, el blanqueo, que puede llevar un mes, de no mediar lluvias y humedad, antes de que las manos de Fermina aborden la prenda. “El tejido no tarda más de una semana”, cuenta.
Solo ella y otra artesana tejen los vichu en el centro de San Miguel, pero en la compañía Arasape queda todavía un grupo importante de tejedoras que ayudan a mantener esta bella tradición.
Fermina supo hacer frazadas, de gran factura, pero “ya me va es demasiado pesado manejar el telar, se hace complicado, se tiene que tener fuerza”, explica. Muestra una que confeccionaron con sus hilos unos artesanos asociados que cuesta 900 mil guaraníes. Se siente que vale más.
El tejido exige un compromiso de los cuerpos que los artesanos padecen. Dolores articulares, reuma y artritis aparecen cuando se convierten en adultos mayores.
Por eso se la ve contenta con el reconocimiento que se le hizo: “Me sentí demasiado bien. Estoy orgullosa con mi trabajo. Porque de chiquitita yo comencé y hasta ahora estoy trabajando gracias a Dios”.
Tiene 7 hijos que aprendieron con ella a trabajar la lana. “Ahora nomÁs ellos se van todos de acá por estudio, por trabajo… por acá no hay trabajo”, dice.
Relata que los precios en mucho responden al alto precio de la lana cruda. “Te venden a 60 o 70 mil guaraníes el kilo. ¡Muy caro ya es!”, considera . “ Por eso no podemos hacer más barato nuestro trabajo porque el material es demasiado caro. Tengo que lavar con agua oxigenada y jabón en polvo con agua caliente”.
Fermina aborda personalmente el hilado porque de ello depende la calidad de la prenda. “La gente quiere trabajar, pero no quiere hacer bien el trabajo, ese es el problema, el hilado es muy delicado, si el hilo se va a usar en el telar, entonces requiere torcer un poco más, hacerlo un poquito más firme. Si lo va a hacer a crochet tiene que ser un poco más suave”, explica.
“Yo ahora poco vendo porque no salgo más”, cuenta de su actualidad. Relata entonces que antes iba a la Expo de Mariano Roque Alonso, y recorría el interior llegando a Santa Rita, Saltos del Guairá, Colonia Yguazú, Ciudad del Este. También que hubo señoras que hicieron llegar sus tejidos al exterior con gran éxito y valoración.
Le gusta ir a descansar los domingos a la casa materna de Costa Hû, un barrio de San Miguel, en donde comenzó su historia como tejedora. “Cuando yo me muera ustedes van a vender, pero ahora no porque es mi herencia”, cuenta que les dice a sus hijos. Allí su mamá y su madrina le enseñaron los oficios de la lana y allí siempre vuelve.
UNA VIDA CON LA LANA
Eustaquia Palma de Garay tiene 95 años y fue también reconocida como Tesoro Nacional Vivo. “Y la verdad es que yo no sé, parece que les gustaron las cosas que hice”, comenta.
Hace un tiempo que ya dejó de tejer y ahora, con su marido, se dedican a la venta de piezas confeccionadas por otras manos en su negocio ubicado sobre el Paseo de los Artesanos, que se puede visitar a la vera de la ruta PY01 en San Miguel.
Desde niña comenzó a tejer gorras, luego fue el tiempo de los vichu y más tarde su especialidad fueron las frazadas de lana bordadas. “Mi hermana empezó a hacer la frazada con otra artesana y después mandamos a hacer un telar y comenzamos esa tarea”, cuenta.
Sus ojos brillan al rememorar los motivos que adornaban cada pieza: “Una planta de rosa o de clavel nosotras hacíamos desde el tallo hasta la hoja, las flores y todo, quedaban muy lindas”. “En la feria yo vendía mi frazada antes, me fui a Roque Alonso, llevamos el telar y hacíamos las muestras”, recuerda de años pasados.
Ahí destaca: “Antes las frazadas se vendían, por ejemplo, en Yacyretá yo vendía muchísimo. Recorría las casas de los trabajadores y me compraban. Ahora mermó un poco la venta”, relata.
Sobre la calidad de la artesanía refiere que “ahora la gente quiere rápido y no se hace así. Con atención tenemos que hacerlo. Lleva su tiempo y su paciencia también”.
“Desde los 7 años yo ya empecé a trabajar, cuando mi papá murió. Entonces teníamos que ayudarle a nuestra mamá. Ellos lavaban la lana y nosotros escardábamos”, recuerda.
Las lanas naturales tienen diferentes colores, blancos, grisáceos, distintos tonos de marrón, algún exquisito negro más escaso y valorado. “Ibamos a comprar la lana a San Ignacio, a San Juan y eso y traíamos la bolsa encima de la cabeza, pobrísimos éramos. A veces las personas te ayudaban a traer un poco tu bolsa”, memora de su vida con la lana.
En setiembre cumple 96 años y le sigue gustando cocinar. “Hago guiso, locro, polenta, puchero. Tenemos que seguir únicamente porque ese es nuestro sustento. Si no trabajamos no vamos a comer”, dice mirando al cielo entre los tejidos colgados en su tienda.
MUÑECA, EL FUTURO Y LOS PONCHOS
Julia Cristina Álvarez García se llama, pero para todos es Muñeca y su taller de confecciones fue incluido en la Ruta de la Artesanía, una iniciativa que busca promocionar sitios destacados en el país.
Allí, además de una muestra muy bien seleccionada y cuidada de la artesanía local, se puede apreciar desde un llamativo ventanal el trabajo de los telares. Muñeca los va mostrando: “Aquí se teje una colcha de algodón, este es un poncho modelo triángulo y más allá se está por empezar un poncho masculino”. Cuenta que allí se teje de todo un poco: “Producimos individuales de algodón, alfombras, que serían más nuestras opciones de verano y ahora en el invierno ponchos, ruanas, mantas”, comenta.
“Ahora están saliendo mucho los ponchos”, dice recordando que tienen precios que van desde los 330 mil guaraníes. “Depende del material, porque nosotros trabajamos este tipo de lana industrializada importada de Argentina. También usamos la materia prima local, pero esos trabajos son más exclusivos y hacemos en menor cantidad. Por lo que lleva tiempo producir el hilo de lana de oveja”, explica. Un poncho de pura lana paraguaya se consigue desde 900 mil guaraníes.
En el muy bien montado local hay una rueca a pedal y un muestrario del proceso de la lana que ayuda a entender del gran trabajo que se necesita para tejer con hilo propio. Así un chal de lana pura se consigue desde 300 mil guaraníes.
Consultada sobre la posibilidad de industrializar la lana misionera, entiende que hay algo en la ecuación que todavía no cierra como para emprender esa inversión. “Es todo un tema, por ejemplo, para nosotros buscar la lana adecuada para hacer ese hilo, producirlo durante todo el verano para obtener material para febrero, marzo, para nosotros es mucho trabajo y mucho proceso. Sin embargo, si estuviera industrializado sería más fácil, vamos a ir a escoger medidas, colores y comenzamos a confeccionar”. Entre tanto se usa lana argentina que “es menos caliente, es un material más económico y más fácil de conseguir”.
Tejedora desde los 13 años más o menos, comenzó haciendo cosas pequeñas hasta llegar a los ponchos y frazadas, el derrotero tradicional de los cultores del oficio en San Miguel. “Era una tradición, antes todo el mundo tenía su frazada. Ahora creo que ya no se usan tanto porque son pesadas y aparecieron los edredones livianos que son calentitos también”, especula. “También son más caras, está el tema de las alergias… muchas razones, pienso yo”, dice.
Entiende que se debería interesar a los jóvenes en el trabajo y apunta el que hacen sus hijas con las redes sociales. “Toda promoción nos viene bien, ellas venden a través de las redes, está funcionando muy bien”, cuenta.
“María Elena Ruiz es la encargada de las fotos, de las redes sociales e inclusive también ella trabaja en la máquina porque terminó la carrera de diseño de moda. Mis cuatro hijos son profesionales y yo trabajo aquí con mi esposo, ojalá los jóvenes sigan adelante”, concluye.
BLANCA, LA MAESTRA DE LAS JERGAS
La lana natural se seca al sol que generoso baña la casa de Blanca González, artesana, especialista en jergas, unos paños que ayudan a alivianar el roce que la montura le produce al caballo. “Hago unas 20 semanales”, dice la mujer que con gran espíritu lava a mano la lana en el patio en un proceso que le lleva 24 horas. “Primero la dejo en remojo con jabón en polvo y al otro día la enjuago y la paso por el secarropas”, explica.
Blanca se entusiasma que la venta de su artesanía, muy demandada desde las estancias ganaderas del Chaco, le ayuden a afrontar una nueva operación de rodilla. “Yo siempre quiero tener mucha lana, esa es mi obsesión”, dice entre risas mostrando su acopio y explicando que es la manera de conseguir bajar el precio de su insumo.
“Está difícil el trabajo en la lana, necesitamos más ayuda de las autoridades. Imagine que todavía las personas de la generación que me sigue, los que tienen 40 años todavía trabajan la lana, pero los más jóvenes ya no, se van todos”, expone.
Una vez que tiene seca la lana se encarga de hilar en unas máquinas que hizo construir para acelerar los procesos. Primero hace el yva, el hilo fino y en otra parte de su tiempo se dedica a producir el poyvi, el hilo grueso.
Ya en el telar, que monta de manera ágil y eficiente, los entrecruzará de manera maestra para conseguir la jerga. Cada unidad se vende en precios que van de los 40 a 45 mil guaraníes.
“Esta es mi vida”, dice satisfecha del oficio que aprendió con sus mayores cuando tenía apenas 7 años. “En esa época tejíamos gorras porque se vendían muy bien”, cosa que ahora no pasa tanto.
Madre de cuatro hijos, solo una de las mujeres heredó el oficio y también teje jergas. “No se valora nuestro trabajo”, dice lacónica Blanca, para volver luego a una sonrisa transparente cuando posa para la foto en su cálido taller.
ESFUERZOS PARA LA PROMOCIÓN
Patricia Alvarenga es la directora de Formación y Coordinación Departamental del Instituto Paraguayo de Artesanía (IPA). “Nosotros nos encargamos de llevar adelante el Programa Nacional de la Ruta de la Artesanía, del cual forma parte de Artesanía Muñeca”, cuenta.
“Queremos acercar estas experiencias vivenciales de conocer el proceso de la producción de artesanía a todo el público”, apunta. El local junto a muchos otros en el país está incluido en un recorrido turístico. “A través de una página web tenemos la posibilidad de acercar de forma directa al público todos los datos para que puedan acceder a la experiencia de conocer el proceso de la lana acá en el taller de Muñeca”, informa.
La idea es que visitando la web: ruta.artesania.gov.py, las personas encuentren información que la ayude a escoger destino. “También estamos trabajando con agencias de turismo y organizaciones, también con la Secretaría de Turismo que nos apoya para este programa”, relata explicando que lo hacen en alianza con los gobiernos locales y departamentales.
Alvarenga apunta: “Sabemos que la realidad nacional afecta al sector de la artesanía por eso buscamos traer tanto a turistas nacionales como internacionales a visitar los espacios y a comprar de forma directa del artesano productor a su cliente directo para que pueda tener una ganancia justa”, señala.
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El ñandutí: una tradición que lleva el pan a los hogares
- Jimmi Peralta
- Fotos: Matías Amarilla
El ñandutí, tejido tradicional del Paraguay, presenta en sí misma una sutil metáfora de su naturaleza dentro de la ciudad que sin dudas es su hogar, Itauguá. Situado a 30 kilómetros de Asunción, el distrito es conocido como el centro de producción de vestidos, cuadros, blusas y manteles confeccionados a base de este tejido artesanal, que representa al suelo guaraní en todo el mundo en diversas instancias y certámenes. Las artesanas redoblan la apuesta y ahora van por el Récord Guinness.
El ñandutí es realizado generalmente de manera individual por manos de mujeres. En su desarrollo, tejen más allá del bastidor una trama de producción en comunidad que traza formas, líneas rectas y curvas interconectadas en la diversidad de colores y direcciones.
Como artesanía, el ñandutí se aprende en la casa, con la magia de la formación no sistemática, que da vuelo y vida a su esencia. Al mismo tiempo, pone el sentido de la transmisión de conocimiento de madres a hijas y de hijas a madres, entretanto se cimenta parte del sustento familiar. Este tejido primero pone pie en la función más elemental: llevar el plato de comida a los hogares de los itaugüeños para después barnizar el vínculo colectivo de una ciudad que cuenta con varios centenares de tejedores y tejedoras.
“Mi abuela no sé si tejía, pero yo aprendí de mi mamá, de muy chiquita, y ni bien cuando yo empecé a hacer los bordados, me daba la plata mi mamá. ‘Este es tu trabajo. Te va a servir para comprar otra vez tus materiales’, me solía decir mi mamá. Y así nunca dejé de hacer. Este trabajo también ayudó para criar a mis tres hijas”, comenta Antonia Morínigo, tejedora itaugüeña que esta semana se sumó a la Red Tejiendo Cultura, una plataforma que nuclea a más de 500 artesanas del ñandutí del Paraguay y de países como Australia, Puerto Rico, Chile, Reino Unido, España y Argentina.
Más de 150 de estas artesanas son de Itauguá, algunas jóvenes y otras de más de 90 años. Ahora forman parte de este proyecto que busca sumar el trabajo individual para armar el tejido de ñandutí más grande el mundo, que será de 120 metros de largo por 5 metros de ancho, buscando el récord mundial.
TEMPRANA INICIACIÓN
Como la mayoría de las tejedoras, Antonia empezó de niña. Ahora es abuela y ya no puede producir en bastidores grandes como antes. Ella tiene a su cargo las labores del hogar y todos los días, después del almuerzo, se sienta en su dormitorio a dibujar con el hilo y la aguja sobre su tela. “Este bastidor armado yo termino en un día, porque yo soy ama de casa, tengo que cocinar todo, yo soy la mamá de la casa. A la tarde, puede comer la comida, me suelo sentar acá en mi pieza y hago mi ñandutí, a la noche ya quiero descansar”, comenta. El proceso de producción arranca con el dibujo sobre el papel “y regla”, recuerdan las tejedoras. Luego se estira la tela en el bastidor, se dibuja en la tela y se comienza a tejer. Terminado el trabajo, se separa el tejido de la tela, se lo lava y finalmente se le pone el almidón para que se endurezca.
“Hay gente que tuvo que migrar a otros países, pero se llevaron parte de sus culturas y otras que se dedicaron a enseñar y así esparcir por todo el mundo. La ciudad de Itauguá es conocida como la capital del ñandutí y cuna de la misma. En cada compañía de Itauguá te encontrarás con un o una artesana elaborando su trabajo porque la técnica fue otorgada de generación a generación y se ha vuelto una tradición para las familias. Es por ello que hay más cantidad de artesanos en la localidad de Itauguá”, comenta Guillermo Acosta, coordinador de la Red, itaugüeño y profesor de ñandutí, quien en su propio perfil vital narra la historia del tejido y las familias de su ciudad.
“Todo se inició desde la tristeza de mi querida Maximina Quiñónez. En una tarde se puso triste y observaba su ñandutí y me dice ‘qué pena que ninguna de mis hijas va a legar esto que yo hago, ninguna de ellas dos sabe hacer’. Sentí tanta pena al oírla decir eso que entonces le pregunté cuál era el dechado más difícil y complicado de hacer. A lo que ella me respondió el arasape y la filigrana, que coincidentemente estaba haciendo. Entonces me fijo en sus idas y vueltas que realizaba sin decirle nada en absoluto. Como ella trabajaba cama adentro y venía a casa los fines de semana, la sorprendí con un trabajo que estaba realizando sin decirle nada. Era una imagen de san Blas, pero en ñandutí. Me pregunta quién hizo y le digo que yo.
Me mira y dice que no me cree. Para que me pudiera creer, me siento y le muestro que sí lo podía hacer y desde entonces le tomé como hobby”, narra Acosta sobre cómo en el ñandutí se reafirma el tejido social y el empoderamiento económico de las mujeres de una ciudad.
TRANSMISIÓN INTERGENERACIONAL
Juliana Centurión (88) y Esmérita Antonia Centurión (91) son dos hermanas tejedoras que viven junto a la hija de la segunda en una humilde casa en el centro de Itauguá, donde las tres comparten además el amor al ñandutí y su creación.
Las hermanas aprendieron el oficio desde pequeñas. Su madre transmitía el conocimiento a su descendencia femenina, “porque los varones buscaban otras formas de aportar, como trabajando en la carpintería y otras cosas”.
“Cuando teníamos entre 7 u 8 años nosotros mirábamos a escondidas cómo trabajaba nuestra mamá y hacíamos que practicábamos en papel. No podías hacerlo bien porque ella no quería que nosotras trabajemos. Pero cuando se dio cuenta de que ya lo hacíamos, finalmente decidió mostrarnos cómo hacerlo bien”, comenta Esmérita.
“Cuando me siento puedo producir rápido, pero ahora ya no puedo sentarme por mucho tiempo, ya estoy grande”, explica Juliana.
“Antes valía más nuestro trabajo, se pagaba mejor por el ñandutí. Nosotras ya no salimos a vender ahora, no nos vamos a ninguna parte. Vienen a hacernos el pedido y hacemos. Antes salíamos, ahora tenemos una patrona. Antes producíamos muchísimo más”, explica Esmérita.
El oficio que le legó su madre le sirvió para sostenerse durante una larga vida y para la crianza de su hija, que también teje. Las hermanas se sumaron esta semana al proyecto que busca batir el récord mundial con un tejido de producción colectiva.
ENSAMBLE
Actualmente la producción de las tejedoras se realiza de diversas maneras, pero la preferida es la realización individual de piezas que después son acopiadas e integradas a vestidos, manteles y otras piezas.
Los precios pueden variar y los productos se realizan en algunos casos bajo pedido y en otros es un proceso a la espera de clientes. Las pequeñas piezas se suman entre sí y de esta manera diversas tejedoras pueden finalmente articular sus trabajos en un producto final, que provee a sus hogares de sustento y de prendas a las principales tiendas especializadas de la ciudad o, como varias de ellas dicen, “a mi patrona”.
Entre tanto, para el proyecto del tejido más grande del mundo se les proveerá a todas las artesanas de insumos (bastidores, lienzos, hilos, agujas) y ellas decidirán cuántos módulos realizarán de acuerdo a sus capacidades y habilidades. Las piezas serán posteriormente certificadas para el ensamble. Como es dable esperar, la producción del tejido significará un ingreso económico.
Se estima que se juntarán unas 2.200 piezas a través de la red. Esta será de los diez dechados (dibujos) seleccionados para la ocasión: jazmín poty, mbokaja poty, buey pypore, machete punta, arasape, arapaho un lado, estrella de cuatro puntas con kurusu’i, takuru con karê’i doble, margarita y pensamiento. A los costados la pieza contará con randas con cadenilla doble y en las esquinas estrellas de cuatro puntas con filete. La puesta en valor del ñandutí a través de este proyecto genera un aporte inmediato mediante la generación de pedidos para las tejedoras. A mediano plazo centralizará una red de trabajadoras, lo que podría facilitar a futuro la producción, la adquisición de insumos y la comercialización. A largo plazo se busca la valoración cultural y pecuniaria a nivel nacional e internacional de este tejido que data del XVI, y que surgió en estas tierras de la unión de una técnica europea y la creatividad de la mujer paraguaya.
“CADA VEZ QUE TE TENGO PEDIDO VENDO TODO MI ÑANDUTÍ”
Porfiria González (61), de Itauguá Guasu Costa Dulce, teje desde los 13 años. Ella valora la iniciativa del proyecto y celebra que significará más trabajo para ella.
“Aprendí a hacer ñandutí viendo a mi tía y mi prima. Al darle el primer trabajo que hice, mi tía ya lo llevó, vendió y me trajo ya directamente materiales para hacer más”, comenta Porfiria, quien trabaja mechando su artesanía con las labores domésticas con la ayuda de su hija.
“Yo me levanto a la mañanita y en medio de mi mate hago mi ñandutí. Después me levanto a hacer para el almuerzo, hago todo eso y ya me siento otra vez a trabajar. Si no hay pedido, igual nomás hago yo. En algún momento va a venir el pedido. Cada vez que tengo pedido vendo todo mi ñandutí; si no hago mi ñandutí, hago chipa”, comenta.
Relata que para ella la parte más difícil es el dibujo. “Eso se hace primero, el dibujo, con la regla se hace, se hace bien eso en el papel, después tenés que estirar con el bastidor la tela y dibujar. Ahí se trabaja”, narra sobre el proceso de producción.
“DESDE MUY CHIQUITA ME PAGABAN POR MI TRABAJO”
Felipa López (63) desde los 7 años se sumó a su mamá, su abuela y sus hermanas, todas de la ciudad del ñandutí, en el oficio de tejedora.
“Hago diferentes dibujos, con hilo fino y con hilo grueso, de ambas formas. Eso también me enseñó mi mamá. A ella le enseñó mi abuela. Desde muy chiquita me pagaban por mi trabajo. La plata me servía para mi escuela, para mis útiles. Tengo siete hijos, ahora conmigo ya solo vive uno. A tejer le enseñé solo a dos hijas mías”, comenta Felipa, quien desde sus manos y el arte dio de comer a su familia junto con su marido, quien es constructor.
“JAGANA´I, PERO JAGANA, UPÉA LA HE´ISÉVA”
Filemona Figueredo (68) arrancó como tejedora a los 12 años con su madre y sus seis hermanas. Ella también se sienta con su bastidor entre las actividades de cuidado y de la labor doméstica en su hogar itaugüeño.
“Recuerdo que cuando era chiquita cada 15 días nos tocaba a cada una ir a vender. De esa plata comprábamos para nuestra ropa para farrear”, comenta entre risas.
“Nunca trabajamos para otra persona”, refiere acentuando que nunca tuvo un trabajo en situación de dependencia.
“Siempre jagana’i, pero jagana, upéa la he’iséva. Igusto remba’apo, revende ha rejúma nde platamíre” (siempre ganamos poco, pero ganamos, eso es lo que importa. Da gusto trabajar, vender y venir con tu platita), explica Filemona, quien es madre de tres hijos.
SOBRE EL PROYECTO
Tejiendo Cultura – El Ñandutí Más Extenso del Mundo es una iniciativa impulsada por Innovaciones Comerciales y la Asociación de Ñandutí en Japón, con el acompañamiento de la Municipalidad de Itauguá y la alianza estratégica de la EBA.
Su objetivo no solo es confeccionar de forma colaborativa la pieza de ñandutí más grande del mundo, sino también visibilizar el trabajo artesanal, fortalecer el turismo cultural y abrir nuevas oportunidades económicas para las tejedoras del país a través del arte textil.
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Palmear sin Fronteras: una calle, mil acentos
La edición de hoy convoca a trece colectividades extranjeras residentes en Paraguay que compartirán sus tradiciones, sabores y expresiones artísticas.
Hoy, desde las 11:00, la calle Palma de Asunción se convertirá en un punto de encuentro multicultural en el marco de la “Feria palmear sin fronteras: una calle, mil acentos”. Se trata de una edición especial de la ya clásica cita, que esta vez reunirá a trece colectividades extranjeras residentes en Paraguay para compartir sus tradiciones, sabores y expresiones artísticas.
La jornada invita a vivir una experiencia única con una gran variedad de gastronomía típica, actividades lúdicas y espectáculos artísticos que reflejan la riqueza y diversidad cultural de Bolivia, Uruguay, Colombia, Estados Unidos, Corea, Croacia, Japón, Taiwán, Italia, México, Perú, Alemania y Francia.
Se anuncia la presentación artística del Ensamble Folclórico de la OSN, elenco de baile de Lilian Doldán, la Banda de la Policía Nacional y la cantante Gaby Chamorro. También habrá un espectáculo de k-pop y, de la mano de la Embajada de Taiwán, el público podrá disfrutar de la tradicional danza del león en el escenario instalado en Palma y 14 de Mayo.
INTEGRACIÓN
La “Feria palmear sin fronteras” busca consolidar una plataforma para celebrar la integración, la diversidad y la identidad multicultural que enriquecen día a día a nuestro país. Feria Palmear es una propuesta que plantea revitalizar el casco histórico de la capital a través de actividades públicas, en donde el arte y la cultura son las excusas convocantes para el encuentro social, permitiendo a la vez el desarrollo del comercio de los asistentes.
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Boy Scouts invitan a su San Juan
El Grupo Boy Scout N.° 1 del Paraguay Capitán Aparicio Figari de Asunción celebrará mañana su tradicional fiesta de San Juan. Será desde las 9:00 en la Plaza Héroes del Chaco, en avenida Santísima Trinidad y Teniente Morel, del barrio Trinidad. La propuesta es compartir una jornada donde la cultura popular, la comunidad y la diversión se den la mano en un ambiente de confraternidad, risas, juegos tradicionales y delicias típicas.
En esta esperada edición, chicos y grandes podrán disfrutar de juegos tradicionales como carrera bosã, paila jeherei, toro kandil, pelota tata y Judas kai, reviviendo costumbres que forman parte de nuestra identidad popular y trayendo a la memoria aquellas tardes de juegos en la calle, con sabor a infancia y comunidad. La actividad es abierta y gratuita, y está pensada especialmente para disfrutar en familia.