- Alex Noguera
- Periodista
- alex.noguera@nacionmedia.com
En esta época en que la tecnología, las tablets y los memes son el alimento mental diario de la sociedad, la Feria Internacional del Libro, que se desarrolla en el Centro de Convenciones Mariscal hasta mañana domingo, constituye un faro de esperanza para los jóvenes, que en su mayoría nunca han hojeado página alguna, que no sea de alguna revista o catálogo.
Las prisas del siglo XXI son moda, así como la violencia y lo efímero. Poco queda de las tradiciones de perder el tiempo compartiendo la mesa con la familia, en la que cabía la oportunidad de compartir los problemas y recibir consejos de los más experimentados.
En el siglo pasado, el hábito de la lectura de libros nutría la imaginación y llenaba de conocimientos, fantasía y valores el intelecto de las personas. Grandes autores hoy duermen en el olvido de la web y raramente sus tumbas son visitadas por los curiosos en algún link.
Uno de ellos es Mika Waltari, prolífico narrador finlandés que regaló al mundo obras históricas mezcladas con mitología como “El etrusco”, publicada en 1955, hace 70 años.
Un detalle importante que nos regala el protagonista de esta novela es su costumbre de recoger un guijarro del suelo cada vez que cierra una de las aventuras. El carácter filosófico del libro añade una profunda reflexión de lo que ha vivido hasta ese momento y a la vez marca el comienzo de una nueva etapa que se abre para él con el velo de lo desconocido, pero con la esperanza de continuar la lucha por sus ideales, como la vida misma.
Para muchos, ese guijarro carece de significado; para otros es un ciclo que guarda tesoros únicos e irrepetibles que estarán para siempre en el recuerdo y que servirán para formar el carácter y sentar bases para el futuro.
Cada uno de nosotros podríamos evocar lo que aprendimos en el primer guijarro levantado a los 15 años. Por costumbre de antaño, una gran fiesta de cumpleaños presagiaba que las chicas habían llegado al fin de su niñez y comenzaba una nueva senda de mayor responsabilidad y desafíos totalmente nuevos.
Para la juventud de hoy, ese guijarro casi ha perdido sentido ya que su rutina la arrastra a gran velocidad y los niños dejan de serlo antes de tiempo y sus juegos inocentes se transforman en peligroso descontrol. Hoy, cada día desayunamos con una nueva adolescente desaparecida, un asesinato inentendible, un embarazo asumido como castigo y no como bendición y pantallas de celulares que compiten con las drogas en el campeonato del vicio.
El guijarro de los 30 años debería significar el fin de la etapa de formación académica y el inicio de una nueva familia, la lucha en el ámbito laboral y el esfuerzo por alcanzar las metas previamente establecidas.
El guijarro del tercer quinceaños, el de los 45, llega tan rápido que muchas veces sorprende al protagonista de la vida. Puede mirar hacia atrás y preguntarse en qué momento se fue el tiempo, mirar a los hijos si hubieren y asumir que pronto abandonarán el nido y nuevamente la soledad acompañará a la pareja como en un principio, pero esta vez ya sin los abuelos y tal vez sin la fortaleza de los padres, que se habrán ido.
Así llegamos al cuarto guijarro de los quince años, es decir, a los 60. Los que tienen la felicidad de poder recogerlo pueden recordar toda una vida. A esa edad, cuando el final de la vida está más cerca que el comienzo, extrañamente el tiempo transcurre más lentamente. Las imágenes del colegio vuelven del pasado, aunque los rostros de los compañeritos ya no son los mismos, también la emoción de los amores exige su lugar y se confunde entre la pasión y el sacrificio.
Las músicas de décadas pasadas suenan a nostalgia; los grandes ídolos han abandonado los escenarios, pero siempre serán mejores que los de hoy.
Levantar este guijarro representa la plenitud de la vida. Los anteriores han sido de preparación y el próximo tal vez no lo encontremos más. Por eso, la celebración de haber llegado no solo debe ser majestuosa, sino que también debe ir acompañada de infinito agradecimiento por todo lo vivido.
El cuarto guijarro de los quince años es el más importante porque al recogerlo tenemos la oportunidad de recordar, de volver a sentir, de apreciar y hasta de arrepentirnos.