El relativismo ético y epistemológico es el espectro que desde hace décadas viene acechando al mundo. La verdad depende de la particular visión de cada uno. Ni el bien ni el mal son términos absolutos, sino productos de las circunstancias. Los valores son exaltados o descartados de acuerdo con las necesidades de quienes se ufanan de ellos o los descalifican.
El conocimiento que se construye desde la razón padece de fragilidad. Todo es opinable. La ética es sustituida por la estética y el hedonismo.
El parecer se impone al ser. La nueva religión no se funda en la fe, ni en el amor, ni en la misericordia, sino en el placer. Se rinde culto a la eterna juventud. Los viejos alquimistas de pociones exóticas hoy son llamados cirujanos plásticos. El miedo a envejecer se convirtió, para muchos y muchas, en un problema existencial más radical que el temor a la propia muerte. Estamos viviendo los tiempos extremos de la posmodernidad. Lo único absoluto es que todo es relativo.
La ausencia de ideas lúcidas y la proliferación de liderazgos mediáticos propician la expansión mundial del neoliberalismo. Algunos lo asumen a conciencia, otros por conveniencia. Los gobiernos caen bajo el bisturí de las corporaciones. Las clases excluidas mueren desangradas en los fríos quirófanos de las multinacionales. La globalización del mercado amenaza a los Estados. La soberanía suena a una proclamación patriótica en desuso.
Lo que se persigue es un Estado mundial, un poder sin sociedad, describe contundente el catedrático francés y exdirector de Le Monde Diplomatique, Bernard Cassen. El poder se encamina organizadamente hacia centros de decisión extraterritoriales, sin examen que rendir. Es la más grave amenaza que hoy pesa sobre la democracia.
“Este éxodo explica la pérdida de legitimidad del poder político –agrega Cassen–, impotente ante los mercados, pero que rinde cuenta ante el electorado de los desgastes sociales que provocan”.
¿Asistimos al fin de las ideologías y el triunfo definitivo del capitalismo? ¿Ha descarrillado el tren de la historia y la dialéctica transformadora se ha reducido a un monólogo neoliberal? ¿La nueva y única “doctrina oficial” es la determinada por la política exterior del Gobierno norteamericano? El fatalismo y/o el conformismo, características resaltantes del hombre y la mujer del tiempo que nos toca vivir, nos conduciría a una respuesta pesimista.
Es que el homo sapiens, el único ser capaz de la abstracción conceptual, fue degradándose desde el homo videns hasta el homo zapping. Los valores trascendentes fueron reducidos por el facilismo, la hipocresía y la comodidad.
El axioma cartesiano del “pienso, luego existo” fue sustituido por el “consumo, luego existo”, nos dice Erich Fromm. “El personaje del siglo XXI –nos advierte el sociólogo alemán Heinz Dieterich– ha de ser en el aspecto real cotidiano de su vida un trabajador productor de ganancias y un ente consumista, con un horizonte mental fijado en la inmediatez (…). En la dimensión existencial, su largo andar por la historia amenaza con terminar en el homo abstractus, sin más identidad que una dirección electrónica”. Es el habitante de la globalización, donde el ciudadano se ha convertido en un simple consumidor.
Para quienes seguimos confiando en la utopía como conciencia anticipadora de la realidad, frente a la cultura del instante –tal como nos propone Enrique Rojas en su libro “El hombre light”–, ponemos la solidez de un pensamiento humanista, frente a la ausencia de vínculos, el compromiso con los ideales. Solo así –añade– atravesaremos el itinerario que va de la inutilidad de la existencia a la búsqueda de un sentido a través de la coherencia y el compromiso con los demás, escapando así de la trágica sentencia de Hobbes de que “el hombre es el lobo del hombre”.
En este contexto, en que la globalización –o mundialización liberal, como la llaman los franceses– se presenta como la fase superior del imperialismo y se consagra el “libre mercado” como dogma cardinal de la economía, debemos analizar el origen y la vigencia doctrinaria de los partidos políticos.
Es ahí donde debe hurgarse para clarificar la matriz ideológica del Partido Nacional Republicano (de mi particular interés) y su proyección en el tiempo. No puede resumirse el pensamiento y la acción de esta asociación política fundada por el general Bernardino Caballero en consignas panfletarias y deslucidos discursos que contradicen sus principios y valores originales. Porque estamos ante un partido que, al decir de Roberto L. Petit, inauguró la lucha por la justicia social en nuestro país. Seguiremos con esto más adelante. Buen provecho.