Por Augusto dos Santos.
En Quito, en un encuentro sobre comunicación, sociedad y espiritualidad, conocí a un cura jesuita, Ricardo Zeballos, que en un desayuno compartido con otros participantes nos dijo: “Nos pasamos la vida atormentada por creer en Dios… pero, ¿estamos seguros de que Dios cree en nosotros?”. Esa premisa le cambió el eje a la reflexión y colocó el enfoque en la idea fuerza “Deja que Dios crea en ti”.
¿Qué tiene que ver todo esto con el resultado del domingo? Pues mucho y no importa que creas o no en este u otro dios: el error estratégico más frecuente que ha marcado a gobiernos y contiendas electorales es el no saber separar el foco de lo que uno quiere para reemplazarlo a iluminar con lo que uno debe. Hay una profunda diferencia entre desear el beso de una persona y el construir escenarios sobre las condiciones que se deban dar para conseguir una cita con el ser deseado.
La sagrada lengua del pueblo
Periodistas y analistas, estrategas y vendehumos, empresarios y las ONG al servicio de la Concertación-Vierci-Abc cayeron en el increíble agujero de la torpeza que es casi indecente cuando se trata de misiones tan importantes, como ganar una elección, al confundir el deseo con la realidad. Una añeja ausencia de profesionalismo que, aunque fracase, se repite en sus analistas.
Planificar sobre la estructura raquítica del deseo un proyecto de cambio es solo peor que planificar un proyecto de cambio desde el más absoluto no cambio. Estos convirtieron ambos errores. No se trata de creer en dios, se trata de saber si Dios nos está creyendo. Obviamente, cuando hablo de Dios estoy hablando de los ciudadanos. Del pueblo, por decirlo con más poesía, enlazando con aquella tradición de vox populis, vox dei, o de aquello de Séneca: “Crede mihi, sacra populi lingua est” (Créeme, sagrada, es la lengua del pueblo).
La fortaleza de la victoria
La esencialidad de la victoria de Santiago Peña se estableció sobre un factor principal, arrollador e insustituible: la fortaleza de la ANR, Partido Colorado, como espacio político de contención popular, de diálogo social y de representación política de sus asociados.
La ANR no es solo una máquina de ganar elecciones, como comúnmente se sintetiza. Expresarlo de esa manera es como decir que Cerro Porteño (solo por citar un equipo) es una máquina de ganar partidos. Esa solo sería una mirada amateur. Porque no se ganan ni elecciones ni partidos sin la construcción de tres estamentos que, a nivel de partidos políticos, marcan la naturaleza de su performance: 1) la construcción emotiva y objetiva de una razón política, 2) el sentido de pertenencia de sus adherentes y 3) la innegociable vocación de poder.
La ANR ha alcanzado una dinámica de funcionamiento que “los analistas” no advierten porque sus ojos solo pueden ver lo que quieren ver y no lo que tienen que ver: la actual adhesión popular a este partido lo envidian los sectores de izquierda, los planes de fortalecimiento del nivel de vida de sus cuadros (políticas de empleos en empresas locales, diversos cursos hasta de robótica, políticas de becas, alojamientos universitarios, etc.) compite con diversas ONG en su eficiencia.
Ningún partido político de Latinoamérica incorporó tantos jóvenes en los dos últimos lustros como la ANR, por citar otro dato, y para concluir con una línea que ya resulta obvia: las elecciones fueron ganadas por un partido que los analfabetos del escenario consideraban débil o debilitado; sin embargo, es un fenómeno que merece un estudio académico por su capacidad de contener.
Era lógico que fuera presidente
La otra fortaleza ha sido el candidato. Era demasiado obvio que Santiago Peña era el mejor candidato. Alguien escribió en los últimos días que Peña iba a ser presidente por una razón de hierro: porque era lógico que fuera presidente de la República. Probablemente la distancia de sus cargos en el BCP y en el Ministerio de Hacienda, rodeados de números y estadísticas, no permitieron conocer al otro Peña, sólido en su respeto a la hoja de ruta, pero con ganas de invertir tiempo en gestos humanistas; participativo en el debate, pero firme en las decisiones y por sobre todo con un elemento de ventaja en estos tiempos, saber sobre economía.
El impacto de las participaciones de Peña en el exterior era relevante, lo cual le llevó a la campaña a construir el proceso con base en un dato clave: que la ciudadanía estaba esperando una representación presidencial que le devuelva el orgullo.
Cada vez que Peña hablaba en un programa de prestigio regional y mundial, se sumaban ciudadanos ansiosos de tener un presidente capaz de la buena representación. Ni un dato cualquiera, por eso el presidente es mandatario, porque representa.
Al básquetbol, en una mesa de ping-pong
Capítulo aparte para las iniciativas fracasadas de la semiótica “chaé” de los publicistas y emprendedores comunicacionales de la Concertación, que terminan siempre siendo un boomerang, porque unificaban a su enemigo o por su inocuidad o desubicación similar a la idea de jugar al básquetbol en una cancha de ping-pong.
Solo figúrense: si quemás la sede de un partido enorme y popular al grito de “ANR NUNCA MÁS”, todo lo que hacés es que sus adherentes, que además son mayoría, generen el imaginario opuesto, o sea, ANR SIEMPRE MÁS.
Pero también nacieron otras patéticas formulaciones tan poco creativas como inconsecuentes, como la de “Los embajadores del cambio” promovido por el equipo de “genios” de Soledad Núñez, pretendiendo capitalizar votos con el protagonismo mediático vigente del embajador de los Estados Unidos o aquello de “Demos vuelta el partido”, otro engendro de los publicistas de la Concertación en el que cayeron las oenegés, empresas y organizaciones, algunas quizás de cierta buena fe.
Mañana en el análisis de los errores de la coalición de partidos y grupos mediáticos veremos la torpeza de otra instalación: la campaña sobre el Santi-empleadito de HC y explicaremos por qué tal idea nunca germinó como aguardaban.
Creer en el escenario
La otra fortaleza de la victoria fueron las estrategias político-comunicacionales de campaña. Fueron diametralmente opuestas a la forma como la Concertación-Vierci-Abc encaró el proceso. Paradójicamente, la Concertación realizó un estilo de campaña comunicacional típico de un partido tradicional en el que abundan los discursos violentos, solo le faltó el caballo y la guacha; anteponiendo la tensión del temor al enunciado de empatía y con una virulenta guerra sucia contra Peña y Cubas en las plataformas. En verdad, no parecía una campaña digna de publicistas conocidos que los acompañaban. Generaban miedo antes que la alegría del cambio. ¿Se acuerdan de aquellos gloriosos chilenos que lograron hacer sonreír incluso a un NO en 1988? Pues eso.
Mientras tanto, en el sector triunfante, la base del proceso realizada por una asesoría cien por ciento nacional fue la ciencia exacta del escenario (“El corazón y la emoción ya lo pone luego el Partido Colorado”, decía alguien).
Algunas innovaciones, como relativizar y luego huir del espacio mediático duramente político y concentrar más tiempo en escenarios de optimismo, lúdicos, fue una forma de capitalizar el hartazgo de los ciudadanos con relación a la sobreinformación política.
En la última semana, mientras Efraín seguía vomitando ira contra Peña saltando de un programa a otro con periodistas claramente aliados, Peña se paseaba en los medios populares y programas de entretenimiento enfocados en lo mejor de la vida, el derecho a la alegría.
(Por cierto, una buena razón para analizar sobre la estrepitosa caída de viejos formatos de mesiánicos enseñándonos cómo debemos vestirnos, comer y respirar).
La pasión por lo que dicen los números diarios y su inmediato traslado a acciones comunicacionales; la actitud de privilegiar la dinámica de los cambios de enfoque antes que atenerse a planificaciones tiesas, el respeto irrestricto por la ciencia social; la atención al dato ajeno, pero la seguridad del mejor dato propio y la clarísima definición de la representación y escenificación simbólica de Peña en la campaña fueron, además, otros componentes relevantes aportados por la unidad estratégica de la campaña.
La tercera caída del “hacedor de presidentes”
Concomitantemente, la estrategia de redes, que fue 10 veces menos costosa que la Concertación y 20 veces más eficiente, se basó en conversar con los ciudadanos desde la perspectiva de un candidato dialogante que pese a los ataques no salía a la pelea callejera y solo proponía; y al mismo tiempo, una vertiente de buen humor para responder a la “mala leche” con ironía.
En concreto, creer en el escenario (la formulación de futuro con base en hechos, perspectivas, futuribles y datos demoscópicos) vale mucho más que presuntuosos vendedores de humo y “hacedores de presidentes” carísimos y que la mayor parte de las veces se especializan en verter sus fluidos por fuera del recipiente.