Por: Javier Barbero

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Hablar con la verdad es una cualidad muy valorada en nuestras relaciones afectivas, laborales, de estudio y hasta deportivas, ya que nos permite tener certidumbre y seguridad al compartir ideas, emociones, objetivos o recursos materiales. Por ello, no es extraño que la mentira sea mal vista socialmente, al igual que la tendencia de algunas personas a cambiar la realidad.

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Quien suele mentir de forma continua trata de ser más atractivo hacia los demás o de suplir carencias en distintas áreas de su vida, pero con el paso del tiempo sufrirá aislamiento por despertar desconfianza entre sus semejantes.

La mentira es una entre muchas formas de enfrentar la auto devaluación. Ante la incapacidad de reconocer cualidades o recursos reales, se inventan, se hace una ficción para amedrentar al mundo y así reducir el temor que se siente por la realidad. Quien miente tiene una tendencia muy encubierta de una sensación de impotencia, de carencia.

Mentimos por motivos diversos, en general porque deseamos mejorar situaciones que nos parecen insostenibles o difíciles de aceptar. Podemos comprender sin dificultad el rol que desempeña la facultad de mentir si tratamos de representarnos lo que sería nuestra existencia en caso de que esta posibilidad nos fuera negada. Los choques y conflictos que deberíamos enfrentar nos harían la vida imposible. En este aspecto, las mentiras suelen servir de topes, como los topes de los vagones de ferrocarril sirven para amortiguar los choques.

La facultad de mentir es función de la capacidad de imaginar lo que es, a su vez, una facultad creadora, ya que antes de crear algo será preciso imaginarlo. Este don pertenece exclusivamente a los humanos, los animales no disponen de él. Gracias al don de la imaginación, tenemos nosotros la facultar de mentir.
¡La incidencia ética en el mentir es tema de otra columna!

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