Aunque la búsqueda de una sociedad más equitativa es una tarea de construcción diaria, marzo es el mes en que gracias a manifestaciones multitudinarias como las del 8M, se visibilizan con mayor fuerza las inequidades que enfrentamos las mujeres.

Texto: Patricia Benítez Rodríguez

Fotografía: Nath Planás

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Estilismo: Matías Irala

Producción: Juan Ángel Monzón

El 24 de junio de 2018 fue un día histórico para las mujeres saudíes. Ese domingo, la prohibición que durante décadas les impidió ponerse al frente de un volante en Arabia Saudita, quedó en el pasado. El ansiado levantamiento de la restricción coronaba una lucha iniciada en los años 90 por grupos de activistas que a lo largo de varios años protagonizaron protestas callejeras a favor de que las saudíes obtuvieran un permiso de conducir en su país. Muchas de ellas terminado en la cárcel por involucrarse. Al fin, todo aquello había valido la pena.

Aunque de este lado del mundo ignoremos mucho de lo que sucede en otras culturas e incluso nos resulte complicado asimilar que en pleno siglo XXI, ciertas restricciones aún limiten las vidas de muchas mujeres, no podemos dejar de reconocer que los siglos de lucha feminista han resultado en la reivindicación de incontables derechos. Si bien el camino a la igualdad es largo y complicado, el acceso a los derechos se hace realidad cada vez más temprano que tarde.

Los movimientos sindicales de mujeres de finales del siglo XIX y siglo XX generaron transformaciones en las vidas de nuestras abuelas y madres, gracias a las cuales hoy nos resulta normal estudiar, trabajar, votar o conducir un vehículo. Estos logros son fundamentales, pero constituyen solo una parte. Si nos centramos en la presencia femenina en el mercado del trabajo, la demanda de una distribución equitativa de las responsabilidades sigue vigente, al igual que otros aspectos.

“Las mujeres trabajamos de una manera combinada, de manera distinta a la forma en que trabajan los hombres. La mujer tiene un trabajo socialmente asignado, que es el trabajo de reproducción y de cuidado, algo que no lo tienen los hombres. Además, la mujer incorpora —por necesidad o por aspiración— el trabajo productivo. Entonces, la mujer tiene tres cosas: el trabajo reproductivo, el trabajo de cuidado y el trabajo productivo. Y eso hace una diferencia en tanto que usa mucho más su tiempo o puesto del otro lado, tiene menos tiempo libre”, ejemplifica la investigadora social María Victoria Heikel.

El trabajo de la oficina, la tarea de la escuela, la cena en la mesa, las comrpas del supermercado, la ropa limpia, la casa ordenada, la mascota desparasitada, los abuelos atendidos. La norma es que sea la mujer quien lleve a cabo todas estas acciones, y que, a cambio, no reciba ningún tipo de reconocimiento, ya que son consideradas obligaciones “naturales”. En ese sentido, el cambio reclamado por los colectivos feministas no busca restar beneficios a los hombres, sino plantear la necesidad de igualdad.

“Si hay privilegios y no hay igualdad de derechos, probablemente va a haber abuso, y en ese abuso, la perjudicada es la mujer. Esta es una reflexión muy interesante para hacerla cada 8M, pero también para hacerla toda la vida porque detrás de estas desigualdades hay subordinación, discriminación y abuso”, señala Heikel, que destaca además la necesidad de analizar la situación desde el ámbito económico, de modo a lograr una mayor comprensión del alcance de la responsabilidad de las empresas y del Estado.

“La empresa asume que el trabajo de cuidado un rol natural de la mujer, no uno socioeconómicamente asignado. Su biología le permite cuidar, dar de comer, acompañar, educar y asistir durante 18 años hasta poner a un ciudadano o ciudadana a disposición del mercado de trabajo. El ciclo económico capitalista no asume esta parte del trabajo femenino, lo asumen las mujeres. Entonces, las mujeres se sobreexplotan para poder mantener la fuerza de trabajo que usa el sistema económico. Otro tercer actor es el Estado que también está ausente en los trabajos de cuidado. El Estado debería compartir con la empresa las tareas de cuidado. Entonces, tendríamos una sociedad un poco más equitativa”, indica.

La expansión del movimiento feminista a nivel global, el incremento de las movilizaciones en contra de la violencia y los reclamos masivos de equidad son la prueba de que la transformación cultural y socioeconómica a favor de un escenario más justo para las mujeres, no cesa. Y las protagonistas de este cambio somos nosotras.

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