Texto: Jazmín Ruiz Díaz
“El medio es el mensaje” escribió en los sesentas Marshall McLuhan. En una década clave para la consagración de los estudios dedicados a los medios y a la comunicación, la afirmación de McLuhan lo convirtió en un rockstar entre los académicos. Con esta frase, el autor canadiense se refiere a que, en diferentes momentos de la historia, el medio y los medios no han sido solo vehículos de contenido, sino deben entenderse en forma simbiótica con el mensaje que transportan; invita a dejar de ver a ambos elementos como piezas separadas del proceso de comunicación y a prestarle atención al papel que el medio juega en la percepción misma del mensaje.
Mucho han cambiado los medios y las plataformas de comunicación desde que McLuhan desarrollara esta teoría. Como falleció en 1981, nos queda la duda de qué hubiera opinado acerca de esta era dominada por Facebook, Twitter, Instagram y Whatsapp. Pero sin dudas, si la aparición de la televisión revolucionó la forma en la cual sociedades enteras empezaron a entender lo público, lo privado, lo local y lo global —por citar una de las consecuencias que tuvo este medio sobre su mensaje—, un análisis similar aplicado a los tiempos —y los medios— que vivimos, nos mostraría otros tantos cambios relacionados. Particularmente, empecé a preguntarme cómo podríamos usar esta perspectiva para echar luz sobre un tema particular: el de las dating apps (o aplicaciones de citas).
Quienes vivieron las primeras épocas de internet en los 90, habrán experimentado una fase muy diferente de las citas online. Entonces, la conexión telefónica limitada obligaba a que las charlas se desarrollen dentro de una temporalidad controlada, la anonimidad se veía protegida por los “nicknames” con los que se participaba de estos sitios y llegar a mantener una relación en el tiempo o incluso tener una cita “offline” con alguien que se conoció a través del chat era más bien una anécdota atípica. Los ritos de cortejo aún sucedían principalmente en el mundo “real”.
Con la aparición de Tinder, sin embargo, las reglas del juego empezaron a cambiar. Pero aún no nos estamos animando a hablar al respecto. Tinder es la red social de citas por excelencia y, de hecho, según cifras que publicó Apple recientemente, es la aplicación que más dinero le produce actualmente a esta compañía, en términos de suscriptores y contratación de servicios premium.
Para quien no lo sepa, Tinder funciona como un catálogo con GPS donde podés ver los perfiles de otros usuarios según tus preferencias —rango de edad, orientación sexual y distancia—. Como en un menú, vas pasando por diferentes perfiles y, según guste o no, se da like o dislike. La maravilla de esta app es que no da lugar al rechazo, la otra persona no sabrá tu veredicto a menos que ambos den like y se produzca la magia, o bueno, el match. Entonces, se habilita un chat privado para que empiece el coqueteo. Aunque sin llegar a este nivel de masividad, otras aplicaciones con finalidades similares son Grindr (para la comunidad LGBT), Bumble (donde las mujeres dan el primer paso) y hasta Facebook se sumó a esta ola lanzando recientemente la herramienta Dating.
Pero volviendo a McLuhan, ¿cómo está cambiando Tinder el mensaje que, en este caso, son las citas, el sexo y el amor? Por un lado, en sociedades como Paraguay hay todavía un cierto prejuicio al respecto, sobre todo para las mujeres solteras que lo usan. Sin embargo, en mi experiencia, no hay ronda de amigas donde no se debata el tema. Por otro lado, en las grandes ciudades donde la soledad llega a ser considerada un problema de salud pública, es cada vez más común que se recurra a estas herramientas para conocer gente. Entonces, superado el prejuicio, aparecen otras situaciones: desde la inevitable nostalgia que genera a los románticos hasta cuestiones filosóficas, como la fragilidad de los vínculos que se establecen. Zygmunt Bauman ya reflexionó sobre lo último cuando llamó “amor líquido” a las formas posmodernas de relacionarse, caracterizadas por la búsqueda de una satisfacción instantánea que, acto seguido, se desecha.
Personalmente, no me gusta ver las cosas en blanco y negro, sino considerar todos los matices que se pueden encontrar en medio. Podemos ver en estas tecnologías también una oportunidad para conectarnos con gente que quizás no conoceríamos de otro modo. O por qué no, pensarlas también como herramientas liberadoras sobre todo para las mujeres, a quienes la tradición nos ha mantenido relegadas a un plano pasivo, donde debemos esperar a ser conquistadas. Pero también preguntarnos si el amor en tiempos de Tinder resistirá una construcción y deconstrucción del romanticismo, donde aparezcan nuevos héroes, heroínas y narrativas románticas.