El nuevo presidente de los Estados Unidos no ha perdido tiempo en comenzar a cumplir parte de sus promesas de gobierno, al menos las que tiene posibilidad de concretarlas a un cortísimo plazo, pero no por eso son menos importantes, al contrario. A todo este paquete de promesas con sus consecuentes resultados, lo denominó “la edad de oro”.

“Vinimos a terminar con las guerras”, fue una de las expresiones que Donald Trump transmitió todas las veces que era consultado por el contexto internacional. Y vaya que lo ha cumplido.

El grupo radical islámico que controla la Franja de Gaza, con muchos aspavientos pero en el fondo con la cabeza a gachas, ha comenzado a liberar a los secuestrados israelíes que tenía en su poder por más de un año y medio.

El propio Vladimir Putin, líder de la otra superpotencia militar y nuclear del planeta pero que durante más de 2 años no ha podido derrotar a Ucrania, ahora espera que Trump, con su gran capacidad de negociación, consiga un acuerdo que le ponga fin a un conflicto desgastante que comenzó de la nada y que puso al mundo en vilo mientras Biden tropezaba una y otra vez frente a las cámaras.

Con respecto a América Latina, el sector ideológico del espectro político que manejó la odiosa agenda woke, aún supura un resentimiento al que nos acostumbraron en los años de Biden, al punto de hacernos creer que esa era la normalidad, y nos fue impuesta por ellos a través del control de las redes sociales y los medios afines (afines porque se beneficiaban económicamente).

Tal resentimiento se manifiesta en publicaciones catastróficas con respecto a nuestro futuro regional y relacionadas con la deportación de inmigrantes ilegales a partir de la llegada de Trump. Quizás en países como México, Colombia, Venezuela o los centroamericanos, las deportaciones masivas generen cierta inquietud social, pero eso no es culpa del gobierno de Trump. De hecho, se ve en redes sociales a los hispanos residentes legales en Estados Unidos, celebrar la tranquilidad de la que disfrutan y cuestionan a sus compatriotas que no se hayan comportado correctamente en todo este tiempo.

Mantener el vínculo con Taiwán a como dé lugar y recobrar la conexión que se tenía con Israel, hoy por hoy el principal aliado de Estados Unidos, no solo en el Medio Oriente sino en todo el mundo, es una muestra de que nuestro país y el nuevo gobierno tienen varias coincidencias, y para nada pequeñas.

Paraguay no figura entre los países que tengan residentes legales o ilegales, que sean prioridad para ser deportados y si los hubiere, dicho número sería mínimo. Esa es otra cuestión positiva. No es menos la muestra de apoyo que dio Marco Rubio, ni bien asumió el cargo quizás más importante luego del presidente de los Estados Unidos.

Para hacer otra vez grande a Estados Unidos, el actual gobierno necesita sacudirse del lastre que se cargó el gobierno demócrata ya desde tiempo de Barack Obama, traicionando incluso su propia esencia. No en vano un Kennedy (Robert), el apellido más relacionado al Partido Demócrata de toda la historia, haya dado su apoyo a Trump.

Es iluso pensar que nuestro país no necesite del apoyo de los Estados Unidos, y con más razón en estos tiempos, donde el discurso populista del progresismo amenaza con fortalecerse de nuevo en una región fértil para las tiranías. Nuestra democracia sólida, aunque tiroteada desde adentro por los enemigos de siempre, es una muestra que con toda seguridad el gobierno de Donald Trump ya ha recogido y analizado

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