Hace casi 2.500 años, en el 460 AC, nacía en el territorio de la antigua Grecia un bebé, que durante su vida lograría revolucionar la medicina, y posteriormente tras su destacada labor fue reconocido como el “Padre de la Medicina”. Hijo de Heráclides, un médico griego, Hipócrates cambió el concepto que utilizaba hasta entonces el arte de curar y hasta creó su propia escuela en la que con riguroso profesionalismo enseñaba a sus jóvenes discípulos los descubrimientos que él mismo había hecho en el cuerpo humano.
Pero lo más destacable de este excepcional médico es que Hipócrates dejó dos legados fundamentales: el primero, demostró que las enfermedades no se producían por supersticiones como era común en la sabiduría de los curanderos chapuceros; y, segundo, plasmó la ética en la profesión, lo que se observa con el juramento que lleva su nombre, que expresa respeto hacia los maestros que transmiten su conocimiento de medicina, así como también hacia los pacientes y la promesa de tratarlos con el mejor conocimiento médico.
Aunque no tengamos referencias al respecto, en más de una ocasión se le habrá escapado la expresión “¡bárbaros!” cuando sus alumnos se equivocaban o tenía que lidiar con quienes trataban las enfermedades producidas por supuestos espíritus.
Y es que el término “bárbaro” tuvo su origen en Grecia y posteriormente los romanos lo utilizaron para designar a los extranjeros; sin embargo, hoy se lo usa para expresar sorpresa o un hecho exagerado.
Si Hipócrates viviera hoy, renegaría de ciertas prácticas vinculadas a la academia o a la enseñanza de la medicina, con bautismos salvajes, estudiantes que se creen semidioses casi sin posibilidad de que los pacientes accedan a sus servicios. Vestidos con su guardapolvo blanco, caminan con porte altivo, como si flotaran.
Apenas la semana pasada los titulares de los medios informaban que “solo el 5 % de los evaluados por el Cones obtuvo puntaje alto para reinserción en la carrera de Medicina”; un hecho que sucedió y recordaban que en el campus de la Universidad Nacional del Este habían evaluado a 572 estudiantes de universidades, cuyas carreras no fueron habilitadas o clausuradas por el Cones. La intención fue comprobar el nivel que tenían los estudiantes de medicina y tentar la reinserción en las carreras y universidades privadas habilitadas legalmente.
La historia viene de años anteriores, cuando las protestas ciudadanas se centraron en la deficiente educación que demostraban los nuevos médicos. La situación llegó al extremo cuando en marzo de 2024, –ante la presión de los médicos que cuestionaron la habilitación masiva de carreras de Medicina–, el Cones, haciendo uso de sus atribuciones, decidió suspender nuevos permisos y ordenó la revisión de las 44 carreras que operaban entonces.
Como consecuencia, el órgano que debe velar por la calidad de la educación terciaria informó a ciertas universidades que varias de sus carreras quedaban clausuradas, incluso las que habían habilitado mediante medidas cautelares.
Surgió el problema de qué hacer con los estudiantes que habían cursado y quedaban sin posibilidad de recibirse de médicos. Habían pagado por sus estudios y algunos incluso llegaron al último curso, así que sería injusto que hubieran desperdiciado años de su vida, recursos económicos, tremendos esfuerzos y hasta ilusiones.
Así llegamos a la semana pasada, cuando tras la evaluación realizada en Ciudad del Este, de los 572 estudiantes que se presentaron, apenas el 5 % obtuvo el puntaje necesario para reinsertarse en cursos superiores, al resto solo les alcanza para matricularse en los cursos básicos, como el primero o el segundo “como máximo”.
Desde el Cones confirmaron que lastimosamente debido al bajo puntaje obtenido por los alumnos evaluados, aquellos que ya habían cursado el quinto año no podrán reinsertarse en cursos avanzados.
La evaluación realizada dejó en evidencia el lamentable nivel de ciertos futuros médicos, quienes tendrán autorización legal para tratar a los pacientes. ¡Qué bárbaro!, diría Hipócrates. Pero sus enseñanzas quedaron en el pasado, hoy parece ser que la noción de ética de los jovencitos tiende más hacia la ostentación y a conseguir recursos económicos que en curar enfermedades.